Mick llevaba una hora sentado en el asiento de su auto rentado con la calefacción encendida. Era más de media noche, hacía frío y las calles desoladas de Atlanta estaban vacías. La única persona afuera en toda la cuadra, era el guardia que cuidaba la puerta del bar.
Mick se recostó en su asiento de nuevo, tenía en su mano un viejo cubo de rubik, con su dedo índice seguía moviendo una de las secciones haciéndola rotar en su eje mientras prestaba atención al bar que se hallaba al otro lado de la calle, con el letrero de neón "The Eagle" brillando intenso arriba de la puerta.
Esta era la clase de trabajos que lo obligaban a buscar paciencia en cosas como su antiguo cubo de mala calidad que llevaba consigo desde hace diez años. No había nada de especial en el juguete, era viejo, con un par de pegatinas descoloridas y zafadas de las esquinas, en ocasiones no podía girar las piezas sin aplicar un poco más de rudeza.
Por eso le gustaba. Porque podía desquitarse con el jodido juguete en lugar de torcer un par de cuellos humanos como le gustaría hacer. Se recordaba a sí mismo que un policía como su papá no haría eso, y mucho menos un detective de la Agencia Nacional de Crimen, como él.
Así que resopló una vez, fijándose en el desastre de colores que había creado antes de dejar el cubo en el asiento del copiloto. Toda su atención se volcó hacia el tipo que se acercaba por la acera, cabello rubio algo crecido, vestimenta negra, manos dentro de su chaqueta, se detuvo frente al guardia cruzando un par de palabras con el tipo musculoso antes que este lo dejase entrar.
De todas sus responsabilidades en el trabajo, Mick en serio odiaba esta. Jamás había servido como un agente de custodia de protección de testigos para INTERPOL. El cargo sonaba imponente, pero era una burda traducción de niñera de un criminal.
Mick no era partidario de dejar libre a soplones. Le sonaba como una jodida recompensa recibir una nueva identidad para empezar de cero solo por delatar a alguien más, después de hacer fechorías y ser atrapado. Desde su punto de vista, no existía un mal menos dañino que otro. Hacer algo malo, era hacer algo malo. Las excusas eran irrelevantes.
Por eso lo ponía de pésimo humor hacerse responsable de la seguridad de un criminal. Salió del auto azotando la puerta y cruzó la calle a paso lento. Esnifó el denso aire helado una vez mientras caminaba hacia el guardia del bar que ya lo había notado con su vista periférica.
Con todas sus energías, Mick intentó lucir más amigable, le convenía quitarse la cara de hijo de perra amargado que sabía que tenía. Pero estaba cabreado. Odiaba estar aquí vigilando el culo insensato de un niño de papi, que hacía más complicado su trabajo.
Esta era la tercera maldita ciudad de reubicación de Scott Wallace. Cuando Greensboro no funcionó, fue Boston y ahora Atlanta. Tres jodidos Estados al azar, Mick ni siquiera lo pensaba demasiado antes de reubicarlo y sacarlo de problemas. Pero la historia siempre se repetía. Drogas, narcotráfico y un capo conocido como Arthur.
Pero esta vez, él estaba aquí para impedirlo. Mick evitaría que ese idiota de Scott se metiese en problemas y lo obligase a reiniciar en otra ciudad por cuarta vez. Era trabajo de demás, y Mick odiaba eso. Lo hacía ver mal ante la ANC e INTERPOL.
"¿No puedes manejar un testigo nivel 2? ¿Eso estás diciéndome, Müller? Este chico que no sabe cómo hacer crecer su barba está causándote problemas..." le había dicho su jefe, sonó como una burla, pero el hombre había permanecido mortalmente serio.
Mick se había tragado sus excusas después de prometer solucionar los inconvenientes con el caso Wallace. Tomó un avión comercial que lo sacase de Londres y lograse dejarlo en Georgia.
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EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUA
ChickLitEl bueno, el Malo y el Promiscua, serán los relatos cortos de tres personajes secundarios diferentes de NO TE ENAMORES DEL SEÑOR SEXO, que tuvieron una forma peculiar de encontrar el amor. Nadie les dijo que la redención para ser felices sería tan d...