WANTED [10]

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Layla llevaba trabajando como mesera de "El Umbral" desde hace cinco años. Skylar no era una mala jefa, pagaba muy bien, la dejaba quedarse con sus jugosas propinas, y el seguro que le ofrecía era perfecto para ella y su hijo de once años. Layla había visto muy pocos empleados yendo y viniendo en todos sus años sirviendo en su trabajo. Principalmente porque la mayoría de ellos prefería quedarse, nadie encontraría un empleo tan bien remunerado con una jefa que no era un ogro y por la que valía la pena esmerarse en el trabajo.

Tanto tiempo en el negocio de bares ablandaron a la bella madre soltera cada vez que recibían a alguien nuevo en el grupo. Angus, el barman con más años que ella en el bar, siempre la molestaba llamándola "mamá osa" porque sobreprotegía a los primerizos. Pero eso no detenía a Layla de cuidar a los nuevos, de enseñarles con mucha paciencia cómo debían atender mesas, o comportarse con los clientes. Su instinto maternal siempre estaba activado.

Y no fue diferente cuando llegó al bar para su turno del miércoles y Skylar la sorprendió con un nuevo mesero. Scott Donovan, callado e introvertido no solía ser el tipo de persona que Sky contrataba. Pero el chico tenía algo, y era esa apariencia de niño bueno que hizo que Layla aceptase entrenarlo de inmediato. Lo tomó bajo su ala, dejando que el chico la persiguiera como su sombra casi toda la noche.

Después de todo, era miércoles, el sitio no estaba a reventar, la clientela podía manejarse entre tres meseros expertos. Brianna, Jonathan, y ella tenían cubierto todas las mesas ocupadas. Cuando Layla se acercó una vez más a la barra para llevar una orden, Angus el primer barman la sujetó de la muñeca. La mujer observó el contraste de pieles, color bronce del pacífico contra el pálido tono nórdico del hombre.

—No te has tomado tu descanso, Layla —le advirtió serio.

La guapa mujer con raíces hawaianas alzó la mirada para encontrar un par de ojos azul oscuro bajo cobrizas pestañas gruesas. El gesto serio de Angus se acentuaba gracias a la línea sombría de su boca y su pesada barba rojiza parecida a la de un vikingo. Layla rodó sus ojos con apatía, detestaba que este usase su poder de segundo al mando para controlarle.

—Estoy en medio de un entrenamiento, sabes...

Angus alzó una rojiza ceja. No estaba nada impresionado con sus protestas.

—Y el niño te ha perseguido como un polluelo toda la jodida noche. Faltan dos horas para cerrar, déjalo trabajar por su cuenta y que se gane su propina.

Ella sabía que el barman tenía razón. No podía comportarse como una mamá gallina con todos los meseros nuevos. Aunque Scott le provocase esa ternura de madre para velar por él. Después de pensarlo por unos minutos. Layla se dio la vuelta para encontrar al joven observando a las personas a su alrededor inspeccionando rostros quizás, con la ingenuidad de alguien que no sabía su lugar en el mundo.

—¿Buscas a alguien en particular, Scott? —sonrió Layla, picándole las costillas con un dedo haciendo que el chico respingase antes de sonrojarse.

—Eh, no. A nadie.

Al igual que Angus, Scott poseía cierto acento británico. Le sumaba puntos a su guapo rostro, a esos inocentes ojos miel. Y cuando se sonrojaba, su pálida piel se tornaba rosa. Todo un encanto de chico. Layla sonrió como si mirase a su propio hijo.

—Está bien. Olvídalo. Voy a tomar mi descanso ahora. ¿Crees que puedes encargarte de las mesas que faltan?

Esos ojos miel la observaron con desconcierto unos segundos antes de asentir con suavidad, como si aceptase su triste destino de ser sociable y hablarles a los clientes. Layla quería abrazarlo y envolverlo en una manta para proteger al joven que llegó al bar con su cabello rubio bien peinado, sus rizos arremolinados en su nuca y una mochila donde cargaba un sándwich, una manzana y un jugo para la hora de su descanso, igual que su primer día en el jardín de niños.

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora