Adam Ford llevaba los últimos cinco minutos escribiendo anotaciones en su libreta en el turbio silencio de su oficina. Scott seguía sentado en el sillón negro de cuero, cabeza agachada y su atención perdida en apretar sus dedos, una manía de ansiedad. La sesión había iniciado mal, y casi una hora después las cosas no habían cambiado.
Scott apareció veinte minutos tarde, algo atípico en él. Por lo general, cinco minutos eran suficientes para el rubio. Su semblante serio y poco comunicativo fueron elementos claves para que Adam usase otras técnicas de persuasión con él. Sin embargo, nada funcionó. El terapeuta se hallaba sorprendido y molesto que uno de sus pacientes del cual se enorgullecía con su rápido avance, estuviese comportándose como si jamás hubiese asistido a terapia antes.
Había gato encerrado, y Adam estaba seguro que parte del comportamiento de Scott se derivaba de Mick.
—¿Ya me puedo ir? —siseó Scott, molesto que Adam siguiese reteniéndolo en la oficina.
Adam terminó su último apunte, cerró su libreta en su regazo y alzó su serio rostro. Esos ojos miel lo observaron un instante antes de rehuirle.
—Si no tienes nada más que decir...
Scott negó, frunciendo su ceño.
—De acuerdo. Scott. Mírame.
Por casi 16 segundos, Scott intentó ignorar a Adam. Sin embargo, sabía que si quería irse pronto tenía que ver su rostro. Así que alzó su reluctante mirada, y se quedó callado, esperando que Adam diese por finalizada la sesión.
—Quiero que sepas que estoy muy decepcionado de esta sesión —murmuró Adam, sereno—. Este no eres tú. Es obvio que hay algo que está fastidiándote, y como te dije antes, estás en tu derecho de no decirlo. De hablarlo a tu tiempo. No me decepciona que no quieras hablar eso conmigo, sino que te negases a hablar en general...
Scott tragó duro, agachando la mirada hacia sus manos en su regazo. Mantuvo su pulgar izquierdo aprisionado en su mano derecha, sintiendo la severa presión de su agarre. No le agradaba que Adam lo hiciera sentir culpable. Por lo general el terapeuta alababa cada sesión que tenían, incluso aquellas en las que no hablaban de nada interesante, como pasatiempos y películas. Esta era la primera vez que Adam lo amonestaba, y Scott lo odiaba.
—Te veré en la próxima sesión. Ya puedes retirarte, Scott.
Scott cabeceó una vez, dijo un minúsculo "adiós" que estaba seguro no logró alcanzar los oídos de Adam porque el hombre no le respondió, solo volvió a escribir en su libreta, ignorando su partida.
Fue extraño dejar la oficina de su terapeuta con un mal sabor de boca. Era la primera vez que ocurría. Adam había intentado conversar con él, primero de su semana, le mencionó las buenas noticias de Interpol, luego de su trabajo, su visita a Saint Francis, su nuevo telescopio. Incluso sobre temas ridículos como deportes y música.
Adam solo quería escucharlo conversar, siempre era lo mismo, a veces hablaban de su infancia, otras de su trabajo con su padre y ocasiones como hoy, de su día en general. Era cierto que había temas sensibles para Scott que casi no le gustaba tocar. Pero nunca había permanecido en silencio por tanto en una sesión, fingiendo que Adam no existía.
Una parte de él, seguía creyendo que Adam se enojaría como la mierda y terminaría gritándole a la cara. Pero el terapeuta jamás mostró una señal de desespero. Ni siquiera para regañarlo. Adam estaba decepcionado, y Scott odiaba que la opinión de su terapeuta le importase tanto para activarle la ansiedad y la conciencia. Quizás... sí debió hablar un poco más...
Scott caminaba por la calle, sin rumbo alguno por los momentos. Sintió su móvil vibrar en el bolsillo de su pantalón, era un nuevo mensaje de Nathan, el mesero rubio del bar.
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EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUA
ChickLitEl bueno, el Malo y el Promiscua, serán los relatos cortos de tres personajes secundarios diferentes de NO TE ENAMORES DEL SEÑOR SEXO, que tuvieron una forma peculiar de encontrar el amor. Nadie les dijo que la redención para ser felices sería tan d...