EL PROMISCUA [06]

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Dicen que ser imbécil no es una enfermedad, pero no estoy seguro de ello

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Dicen que ser imbécil no es una enfermedad, pero no estoy seguro de ello. A veces siento que estoy infectado. Todos mis esfuerzos en los últimos meses para llevarme bien con Freya, se fueron al diablo en un estúpido comentario.

Ella compró sus cosas, no me dejó pagar por ellas o siquiera acompañarla de regreso a su casa. Se fue en un jodido taxi, lo suficiente molesta para decirme algo...

Necesitaba ayuda divina para aclarar mi mente. Y entre mis amigos, el único capaz de darme un buen consejo era Greg. No creí que terminaría bebiendo una cerveza con él, sentados en la barra de un decente pub, conversando sobre mujeres cuando varios años atrás tuve una especie de fijación por su actual esposa.

Ahora es pasado. Nina nunca me dio una verdadera señal que yo le gustase, así que supongo que no puedo culpar a Greg por robarme a alguien que nunca me perteneció. Me duele aceptarlo.

—Deberías tener cuidado con lo que le dices a Freya, viejo, mujeres embarazadas y comentarios mal dichos equivalen al apocalipsis —murmuró el abogado, empinándose su tarro de cerveza.

Miré al idiota de reojo. Me equivoqué, tiene consejos tan estúpidos como Aiden. No entiendo cómo tendrá un hijo en unas semanas.

—Oh, gracias, Greg —respondí motivado, lleno de cinismo—. Pero que sabias palabras, amigo.

No necesito que me recuerde mi error, aunque sigo creyendo que es una estupidez. Pensé que sus tetas eran falsas ¿y qué? Freya debió tomarlo como un cumplido, porque significa que sus senos se miran lo suficiente perfectos para creer que no son verdaderos.

Y sin embargo estoy penando por una mujer que será la madre de mi hijo y ni siquiera me quiere a su lado. Me he portado bien estos cuatro meses con Freya, pero quizás ella ni lo nota. Me siento decepcionado, finalmente tengo la oportunidad de obtener la familia que deseo, y resulta que mi supuesta otra mitad quiere abandonar antes de tiempo.

—Escucha, Pierce... Si todavía estás planeando conservar a esa chica vas a tener que trabajar el doble de lo que alguna vez lo hiciste con tus amantes anteriores.

Greg me miró con convicción. Giré en mi banco para verlo frente a frente.

—No fueron mis amantes, eran novias, viejo.

—Sí, novias de alguien más, no tuyas —replicó sarcástico—. Acepta tu maldito título, promiscua.

—Vete al diablo, Greg.

Lo empujé con desdén, mientras él reía entre dientes. Necesito malditas soluciones, no más problemas. Pasé una mano por mi cabello, halándolo con cierto desespero.

¿Cómo es que me importa tanto enmendar un insignificante malentendido con una mujer que ni siquiera es mía? Tal vez Freya dará a luz a mi hijo, pero no significa que estamos jugando a la casita. Y no es precisamente porque yo no lo desee...

EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora