Brianna le hizo una señal a Scott desde la barra, para que atendiese a dos clientes que se encaminaron directo hacia la zona de reservados del local. Scott terminó de limpiar la mesa con su trapo antes de colgarlo en su bolsillo trasero y atravesar el lugar en busca de sus siguientes clientes. Cuando se fijó en sus demás compañeros, se dio cuenta que él era el único libre por los momentos.
—Hola. Soy Scott —se presentó con voz grave no tan cordial para un mesero, pero la clientela solía ignorar ese hecho al verlo—. ¿Qué quieren ordenar?
El rubio sacó su tableta mientras los dos sujetos se quitaban los abrigos y los sombreros, dándole la espalda. Lucían demasiado formales para un sencillo bar de vestimenta casual. Él no pensaba decir nada al respecto, pero su pequeña mueca burlesca murió en cuanto sus nuevos comensales se sentaron a la mesa, y Scott los reconoció a ambos.
—Buenas noches, Scott —sonrió Arthur con malicia.
Hace tiempo que el rubio no lo veía. Pero Arthur seguía siendo el mismo hombre fornido de piel oscura y rostro demasiado mordaz para creerlo un amigo. Los trajes le quedaban bien, pero había algo en la apariencia del mafioso que descuadraba con su "fachada" de hombre de negocios, quizás eran los tatuajes en sus manos o sus brazos demasiado grandes para su traje, o solo sus oscuros ojos tan fríos como los de alguien que no le importaba arrebatar vidas.
—¿Qué haces aquí? —susurró Scott, nervioso.
Arthur retractó su grueso cuello, miró a su acompañante y entonces rompió a carcajadas con él. Ambos hombres incrédulos de la ingenuidad del pobre rubio. Scott miró hacia Roy, el hombre sentado frente a Arthur, su mano derecha, su matón personal, un poco más robusto que el jefe y sin duda con mayor experiencia en cubrir huellas de crímenes. Un hombre fantasma inclinado a trabajar para Arthur.
—¿Tú que crees que hacemos aquí, hombre? Beber, por supuesto —respondió Arthur con obvia diversión, haciendo reír a su sicario privado—. ¿Qué vas a ordenar, Roy?
Roy observó el menú en la mesa un segundo, antes de encoger sus gruesos hombros y elegir lo primero que lucía apetitoso para él.
—Eh... las papas con tocino. Y una Corona, con limón.
—Suena bien. Tráenos dos de lo mismo, Scott, gracias.
Arthur le entregó el menú con una sonrisa mal intencionada. Scott tomó la orden con manos temblorosas y se alejó sintiendo sus piernas dos palillos a punto de quebrarse. Mick estaba aquí, y Arthur también. Cuando miró sobre su hombro notó que Roy lo seguía con la mirada antes de alternar su enfoque hacia la barra donde Mick sostenía una conversación con Angus.
Oh esto no era bueno...
Scott hizo su trabajo. Atendió otras mesas siempre con una mirada sobre Arthur y Roy, para cualquiera lucían como dos tipos que acababan de abandonar la aburrida fiesta de la boda en busca de verdadera comida y alcohol. Scott estaba a dos pasos de vomitar por tanta ansiedad acumulada en su organismo.
Casi una hora después, Scott limpiaba una mesa alternando la mirada hacia Arthur. Notó cuando el hombre se puso en pie abotonando su caro saco azul marino. Arthur encontró su mirada, movió su barbilla con ligereza, una muda señal que Scott comprendió muy bien. Dejó de fingir que le sacaba brillo a la mesa y se acercó a la barra a la sección donde Mario, el segundo barman, servía un par de Martinis.
Mario lo observó con ambas cejas alzadas, confundido que se acercase a él cuando Scott parecía más cómodo pidiéndole bebidas a Angus. Sin embargo, el hombre aguardó intrigado mientras el rubio hacia una mueca de desagrado.
—¿Puedo tomarme unos minutos? —le preguntó Scott, no lucía nada bien—. Necesito aire.
El barman miró al pálido chico y luego su reloj. Faltaba una hora para que Scott pudiese tener su receso y comer algo. Pero quizás el chico no estaba sintiéndose del todo bien. Mario se compadeció de él.
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EL BUENO, EL MALO Y EL PROMISCUA
ChickLitEl bueno, el Malo y el Promiscua, serán los relatos cortos de tres personajes secundarios diferentes de NO TE ENAMORES DEL SEÑOR SEXO, que tuvieron una forma peculiar de encontrar el amor. Nadie les dijo que la redención para ser felices sería tan d...