Capítulo 9

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AILEEN

Lo siguió a la oficina en el más sepulcral de los silencios, no dijo nada durante diez minutos. Él solo se sentó frente a su escritorio, abrió su laptop y empezó a mandar algunos correos que eran de suma importancia.

— ¿Tienes en qué anotar? —Preguntó con la vista aún en el computador—.

—Sí, señor.

—Bien, esto es todo lo que haremos hoy. —Le dio un listado enorme de todas las cosas que había que hacer. Tendría que ir a varias partes, acompañarlo a hacer trámites y demás cosas—.

A las 10:30 sentía que ya no podía más. ¿Por qué se le había ocurrido usar tacos? Sentía que no podía dar ni un paso y el día apenas empezaba. Regresó a la oficina para llevarle unos documentos que su jefe tenía que firmar, pero él no estaba y optó por esperar. La oficina se veía oscura; había lámparas y luces por todo lado, pero aun así la oficina parecía estar en plena noche, muy alejada de aquel bonito sol que hacía ahí afuera.

Se acercó hasta las persianas con la intención de abrirlas, pero una mano atrapó la suya antes de que lo hiciera, haciendo que se asustara. Su reacción fue inmediata: se giró para ver quién era, y pronto su cuerpo chocó con el de Dominic. ¿En qué momento entró? —Se preguntó en un incómodo silencio—. ¿En qué momento se le acercó tanto? —volvió a preguntarse—.

Fijó sus ojos marrones en aquella mirada azul que no transmitía nada, pero que igual le parecía linda. Él se apresuró a soltarle la mano algo incómodo por la situación.

—No te he dado permiso de que abras las persianas. —Le dijo usando un tono neutro, mientras se dirigía a su escritorio—.

—Lo siento, señor. —Se disculpó—, es solo que está algo oscuro aquí adentro y...

—Para mí está bien. —La interrumpió—. Hay muchas cosas que debes saber aún, Aileen, y una de ellas es que las persianas de esta oficina deben permanecer siempre cerradas. ¿Entendido?

—Sí, señor.

— ¿A qué has venido? —la cuestionó—. ¿Terminaste con los trámites que te ordené?

—Sí, señor. He venido porque en el banco me han pedido su firma para hacer la transacción. —Le entregó un sobre—.

—Dámelo. —Tomó el documento y lo firmó—. Espérame en la puerta de salida.

—Sí, señor.

Se retiró de la oficina y caminó por el pasillo mientras ojeaba los documentos, chocando con alguien en el camino, haciendo que los papeles se le fueran al suelo y agachándose para recogerlos, ignorando por completo a la persona que tenía al frente y que para nada se comedió en ayudarla; solo se limitó a observarla desde su altura con las manos en los bolsillos.

—Lo siento, señ... —Intentó disculparse, pero no pudo; sus palabras se quedaron a medias al ver a la persona que tenía al frente—.

—Vaya, vaya, pero miren nada más a quién tenemos aquí. Sabes, niña, deberías tener más cuidado; por lo visto sigues siendo igual de despistada que antes. —Le sonrió de manera burlona—.

Sintió que el estómago se le revolvía al ver a la persona que tenía en frente. Alto, como de 1.75 m, de cabello castaño oscuro y tez blanca, ojos azules verdosos algo rasgados, con un cuerpo atlético y entallado en músculos.

—No puede ser, Robert. —Murmuró deseando que nadie la escuchara. Frente a ella estaba el hombre que años atrás había estado a punto de destruirla, su primer amor—.

—Sí, linda, el mismo. Veo que no me has olvidado. —Dijo acercándose un poco a ella y sonriendo—.

Sintió que el corazón le palpitaba a mil por hora al tenerlo cerca de nuevo y, en un intento inútil, trató de irse, pero él la acorraló.

—Permiso, tengo cosas que hacer. —Le soltó nerviosa—.

— ¿Así? —Preguntó alzando una ceja—. ¿Trabajas aquí?

—Sí, soy la asistente del señor Dominic.

— ¿La asistente?

—Sí, y él no recibe visitas. —Informó pensando que lo buscaba—.

—Ya sé que no recibe visitas. —Le aclaró—. Además, no vine a hablar con él; vine a ver a mi esposa.

— ¿Esposa? —Repitió arrepintiéndose de inmediato por su pregunta—.

—Sí, la segunda socia mayoritaria de la empresa. Estamos felizmente casados. —Le enseñó orgulloso su anillo—. Sabes, encontré a alguien que sí estaba a mi nivel, tú me entiendes, a una mujer exitosa y no a una fracasada. Pero no te quito más tiempo, no vaya a ser que Dominic te despida; ya sabes, Dominic no tiene mucha paciencia con las personas torpes. —Finalizó dejándola en silencio—.

AILEEN

Lo miró alejarse y no pudo evitar volver a tener ese sentimiento de inferioridad. Como pudo, se aguantó el llanto, tratando de hacer que eso no le afectara, y se dirigió hasta la entrada de la empresa. En el auto ya la esperaba Dominic. Abrió la puerta y se subió sentándose junto a él, pero pronto su jefe la regañó.

— ¿Qué haces?

— ¿Perdón? —Respondió con otra pregunta tratando de olvidarse del altercado que había tenido—.

—Nadie se sienta a mi lado. —Le indicó Dominic—. Los empleados deben ir al frente; ve con el chofer. —Señaló el asiento de adelante, haciendo que Aileen terminara por llorar—.

Siempre Es De Noche  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora