24. La Nochebuena de las ocasiones perdidas

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Desde que Luisita y Amelia tuvieran aquel momento de intimidad, parecía que las dos jóvenes habían estado evitándose. Por un lado, Luisita no coincidía en el King's con Amelia y, por otro, ésta tenía más trabajo que nunca en el hotel, así que no podía escaparse tanto como quisiera. Aunque bien mirado, tal y como había terminado la última conversación entre ellas, a la vedette tampoco se le antojaba muy interesante volver a cruzarse con Luisita.

Amelia se sentía francamente decepcionada por no haber tenido siquiera la oportunidad de hablar con ella de lo ocurrido. No había podido explicarle a su amiga que aquel beso no fue producto de la pasión del momento, sino que en realidad estaba tan perdidamente enamorada de ella, que fue su forma de confesarle todo lo que sentía. Con el paso de los días, Amelia llegó hasta pensar que se lo había imaginado... De no ser porque el estremecimiento del beso le duraba en lo más profundo de su ser, hubiera jurado que eran cosas de su subconsciente.

Con los preparativos de Nochebuena, Luisita no dejaba de pensar en Amelia. María la había animado a invitarla a la cena familiar que iba a celebrarse en El Asturiano, pero Luisita no quería establecer de nuevo esa intimidad con su amiga. Sabía que, cuanto más lejos mantuviera a Amelia de sí misma, menos caería en la tentación. Lo que no conseguía evitar era sacársela de la cabeza y María lo sabía. Y es que Luisita estaba especialmente irascible en los prolegómenos de la cena, tanto que hasta Ignacio había reparado en que algo le pasaba.

- Un poco sí te has pasado con él, Luisita –la regañó María.

- Bueno, ahora no me sermonees tú también, que ya sabes por qué estoy así.

- Pues claro que sí, Luisi. Por tu cabeza loca, porque ahora mismo ella podría estar cenando con nosotros, pero como no la quisiste invitar... -sentenció rotunda María.

Luisita se quedó pensando y pronto su mente se trasladó dos días atrás en el tiempo, concretamente a la noche del 22, en la que estaba trabajando en el King's cuando Amelia apareció por fin, después de casi una semana sin verla por allí. María y ella estaban secando los vasos cuando la joven las saludó sin mucha efusividad. Luisita contestó en la misma línea, mientras que su hermana pensó que sobraba en aquel lugar y decidió ir a encargarse de otros menesteres para que pudieran hablar.

- ¿Prefieres que me vaya?

- No, mujer, esto es un bar, la gente tiene que venir a consumir...

- He venido a verte a ti –confesó Amelia- A ver, quería decirte que si crees que te debo una disculpa...

- ¡No, no hace falta! –la interrumpió

- Entonces, ¿podemos volver a ser amigas como antes?

- Yo no creo que eso vaya a ser posible, Amelia.

La vedette sintió un pinchazo de decepción en la boca del estómago. Luisita no quería saber nada de ella. Se había hecho ilusiones al pensar que el beso había servido para que ella descubriera sus sentimientos o, al menos, en el momento en que se sintió correspondida así lo había pensado. Pero nada más lejos de la realidad. Luisita estaba dándole a entender que aquel beso había cambiado por completo la relación que tenían y no precisamente para mejor. Decidió que no tenía mayor sentido estar allí, imponiéndole a Luisita su presencia, si ni siquiera era bien recibida. Por lo que se dio media vuelta dispuesta a marcharse cuando Luisi la paró.

- Bueno, que... que... si te vas a ir a pasar las Navidades en casa –Luisita quería no ser tan brusca y trataba de no dejarla ir así.

- No lo sé todavía. Mi familia no es como la tuya. Vosotros estáis muy unidos y estaréis deseando pasar las fiestas juntos -hizo un parón imaginando cómo sería pasar una Nochebuena con los Gómez- Seguro que vuestra Nochebuena es especial y lo pasaréis muy bien.

- Sí, suelen estar bien –dijo quitándole importancia.

- En mi casa no son así, nunca son agradables. Más que una celebración, para mí son un castigo –hizo una pausa- Pero sí que es verdad que pasar estas fechas solas es un poco deprimente.

Se hizo un silencio entre ambas como si Amelia esperara que Luisita la invitara a pasar la Nochebuena con los Gómez. Luisi, por su parte, sintió la necesidad de decirle que viniera con ellos, que estaba deseando pasar un momento tan familiar con ella sentada a la mesa, pero, por otro lado, sabía que si la tenía tan cerca, podía volver a sentirse tentada a estrechar su relación y no podía permitirse aquello. Mientras duraba aquel silencio, las dos jóvenes se miraron implorantes, como deseando que la otra dijera algo que iniciara un acercamiento. Sería finalmente Luisita quien, presa del pánico, terminaría por marcharse con la excusa de repasar unas facturas, dejando a Amelia nuevamente decepcionada por la situación.

- ¿Y no crees –seguía María indagando- que estuviste un poco distante con ella?

- ¿Qué te crees que no hubiera querido decirle que no se fuera a Zaragoza y se quedara aquí? Pues claro.

- ¿Y por qué no lo hiciste, caramba?

- Es que no sé, María, no sé. Cuando estoy cerca de ella me pongo muy nerviosa y no sé qué decirle ni sé cómo actuar.

- ¡Es normal, Luisi! –la tranquilizaba su hermana consciente de lo duro que le resultaba a Luisita ponerle nombre a lo que estaba sintiendo- Necesitas tiempo para asimilar lo que sientes.

- Lo único que siento es que no esté aquí con nosotros, así que voy a invitarla...

- Demasiado tarde, Luisi, porque ya se ha ido a Zaragoza a pasar la Navidad con su familia.

Luisita se quedó pensativa. Maldecía su volatilidad, su cambio de opinión con respecto a Amelia. Por un lado, tenía miedo de lo que sentía cuando la tenía cerca. Se podía decir que era hasta pánico, porque se dejaba llevar de tal manera que era capaz de hacer cosas que no hubiera imaginado. Por otro, no sabía cómo hablarle, no sabía decirle lo que sentía. Las miradas hablaban por ella, pero sólo eso no bastaba para hacerle entender a Amelia que necesitaba tiempo para ponerle un nombre a ese sentimiento. Lo que estaba claro es que aquella Nochebuena, Luisita debía ser la persona más feliz del mundo por estar todos juntos después de lo que había pasado en la DGS y después de la detención de su madre. En cambio, solo tenía la mente en un sitio: junto a Amelia.

Terminó la cena y todos salieron a la plaza animados por los villancicos que estaban cantando los presentes. Todos los vecinos de los edificios de los alrededores, portando una vela en la mano, salieron a la calle para dar gracias cantando por estar juntos un año más. La estampa no podía ser más navideña. Pelayo, Manolita, Marcelino, María, Ignacio, Luisita... Todos cantaban con sus vecinos en son de paz y amor.

La nieve hizo acto de presencia para enmarcar aquel momento de unión y, como por arte de magia, las plegarias de Luisita fueron escuchadas. De una de las esquinas de la plaza, surgió la figura de Amelia, que llevaba consigo una maleta y, como si hubiera venido al escuchar el canto de los villancicos, se aproximaba hacia el coro improvisado. Luisita se percató rápidamente de que allí estaba su amiga y fue en su busca, bajo la atenta mirada de Manolita, con una enorme sonrisa. Amelia no pudo evitar devolvérsela al comprobar que se alegraba de verla allí.

- Pero, ¿tú no te ibas a Zaragoza?

- Sí –contestó- pero resulta que éste es el lugar en el que debía estar.

Luisita ladeó la cabeza sonriente mientras la miraba con dulzura. A pesar de todo lo que había pasado, de cómo la había tratado, Amelia no se separaba de su lado. Tenía una mezcla de sentimientos encontrados que consiguió finalmente traducir en un abrazo de perdón a su amiga. Aquella noche, Luisita y Amelia no concretaron qué había pasado con el beso que se dieron. Tampoco se hicieron reproche alguno. Estuvieron cantando junto al resto de vecinos del barrio como si de una tregua se tratara. Y, sin apenas hablar nada más, lograron recuperar su amistad. Y es que, al fin y al cabo, era Navidad.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora