92. Última oportunidad

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Tomás tomó de la mano a Amelia para reconfortarla. Los dos hermanos continuaron su conversación durante unos minutos ignorando que Luisita había escuchado parte de la misma y había huido a la cocina a llorar amargamente.

- Amelia, estás confundida. Ahora mismo no puedes pensar con claridad y por eso necesitas seguir haciendo todo lo que te dice el doctor.

- Sé muy bien lo que digo. Y he tomado la determinación de no sufrir más –insistió la vedette.

- Es verdad que has sufrido mucho por amor y que crees que eso te ha llevado a todo lo que te ha ocurrido –dijo con serenidad su hermano- pero tienes que ver más allá del sufrimiento, hermana.

- No puedo, de verdad que no puedo. Lo mejor para mí es alejarme de ella, Sito –afirmaba con rotundidad- Por eso le he dicho a mamá que debemos irnos de aquí ya.

- ¿Cómo? –preguntó Tomás- Aún es pronto para que te vayas, no estás bien del todo y los Gómez os pueden ayudar por el momento.

- ¡No puedo seguir aquí! Me siento mal abusando de su confianza y teniendo que convivir con Luisita, ¿es que no lo ves, Sito? –estalló Amelia- Mamá y yo nos iremos a otro lugar, buscaremos trabajo, lo que sea... Pero no podemos seguir aquí más tiempo.

- Amelia, hazme caso. Necesitas recuperarte, no tomes una decisión a la ligera que puede hacer que te arrepientas el resto de tu vida –trató de convencerla.

- Es inútil que intentes hacerme cambiar de opinión... Lo veo todo más claro que nunca. Así que, por favor, cambiemos de tema, ¿quieres? –le instó Amelia mientras le soltaba la mano.

Tomás no quería presionar a su hermana, pero sabía que sus palabras eran producto de la amargura. Aunque no conocía todos los detalles, algo le decía que no sólo se debía a su estancia en el hospital. Desde siempre, su hermana se había caracterizado por sobrellevar las decepciones y no hundirse a pesar de los sinsabores, pero todo eso no era más que una apariencia, porque cada uno de los golpes que había ido recibiendo a lo largo de su vida había ido hundiéndola sin saberlo en el hoyo en el que ahora se encontraba. La terapia de reconversión le había terminado por dar el toque de gracia. Así que, como si de una misión se tratara, Tomás se propuso a sí mismo ayudarla a toda costa. Tal y como había hecho cuando eran niños.

***

- ¡Luisita! ¿Qué te ocurre, hija? –le preguntó Devoción cuando la encontró llorando amargamente en la cocina.

- No se preocupe, Devoción, se me pasará –mintió para no preocuparla.

- ¿Pero cómo no me voy a preocupar, cariño, si estás llorando a mares? –le dijo mientras le retiraba las lágrimas de las mejillas.

- No es nada... Ya estoy mejor, de verdad –volvió a mentir, esta vez con peor credibilidad que la anterior.

- Es por Amelia, ¿verdad? –le preguntó sin apartarle la mirada.

Luisita asintió y su resistencia se vino abajo, cediendo nuevamente a la desesperación. Devoción la reconfortó de la misma manera en que Tomás lo había hecho con Amelia instantes atrás y esperó que su llanto se calmara para que le contara qué había ocurrido esta vez.

- Se arrepiente, Devoción, se arrepiente de haberme querido... -dijo entre sollozos.

- No, hija, ¿cómo va a ser eso? –inquirió mientras le hacía a un lado el pelo para evitar que le tapara la cara- Amelia te quiere con locura. Eso no ha cambiado.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora