8. El perdón y algo más...

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Amelia no pudo pegar ojo aquella noche. Natalia, que estaba a su lado intentando dormir, no paraba de preguntarle qué le perturbaba que no dejaba de dar vueltas. No tenía muchas ganas de hablar del tema, así que Amelia se excusó diciéndole que estaría incubando un virus. Obviamente, su compañera no se creyó aquella excusa, pero no quiso indagar más allá, pues sabía que si Amelia se lo quisiera contar, ya lo habría hecho, así que decidió dejarle su espacio.

Esa noche, la vedette no dejó de tener sueños en los que, una enfadada Luisita la esquivaba por todos los pasillos del hotel mientras ella, carro de limpieza en mano, trataba de excusarse por haberse callado lo del cambio de hora de la prueba. Cuando llegó la hora de levantarse, seguía dándole la vuelta al tema de Luisita. Necesitaba verla, así que decidió ir al King's nada más salir del trabajo.

Luisita estaba en el despacho del King's cuando Amelia entró por la puerta. Nada más verla, frunció el ceño y se incorporó de su silla haciendo ademán de irse. No quería estar en la misma sala que ella, pero Amelia la cogió suavemente del brazo e impidió que se marchara.

- Luisita, por favor, necesito que hablemos.

- Lo siento, no tengo nada que hablar contigo, a no ser que sea algo de trabajo. En cualquier caso, deberías hablarlo con María, que es tu jefa, no yo –dijo con sorna.

- Por favor, Luisita, no quiero que estemos mal –Amelia estaba realmente arrepentida.

- Haberlo pensado antes... -y salió del despacho dejando a Amelia sumida en la tristeza.

***

Aquella noche era viernes, Amelia debía actuar como hacía todas las semanas, pero la vedette apenas podía concentrarse en el número que había estado ensayando. Luisita, desde la barra, casi ni la miraba ni mucho menos se dirigía a ella. Cada vez que tenía que darle una indicación sobre el espectáculo, utilizaba a cualquiera que pasara por allí para hacer de intermediario. Unas veces era Gustavo, otras, Miguel e, incluso, hasta Jesús, que estaba ya en primera fila esperando la actuación de su compañera del hotel. Cada una de esas palabras le dolía a Amelia como si fuera un cuchillo. No soportaba verla y que no estuvieran bien, que la ignorara, que la castigara por lo ocurrido. Pero lo que menos soportaba era mirarla y verla triste, decepcionada. Ahí se sentía responsable.

Entonces llegó María apurada del rodaje y se dirigió a la barra, donde Luisita apenas la miró a la cara y tuvo que ser Gustavo quien le preparada una limonada para quitarle la sed que llevaba. Amelia salió del camerino y le pidió a Luisi que le dejara una cinta que le faltaba para el espectáculo. Ante la pasividad de su hermana, Gustavo fue el que satisfizo la petición de Amelia, que volvió al camerino con semblante serio y taciturno.

- Luisita, vale ya, te hemos pedido perdón mil veces, por favor, deja ya de hacernos esto. ¿Es que no te das cuenta? –rumió la mayor de las Gómez

- No quiero vuestro perdón, quiero que comprendáis que me habéis hecho daño y...

- Sí, Luisi, lo entendemos y créeme que lo estamos pagando. Tú no eres así de rencorosa, ¿qué te pasa?

- Quería haberlo intentado y no habéis dejado la posibilidad. No estoy enfadada solo por no haber ido a la prueba, sino porque me he dado cuenta de que me subestimáis. Y me ha dolido más de Amelia que de ti, si te digo la verdad... -agachó la mirada- Tú eres mi hermana y sé que me quieres proteger, pero ella... Yo pensaba que me creía capaz y en realidad creo que hasta se avergüenza de tenerme como amiga.

- ¿Pero qué sarta de tonterías es esa? Amelia te quiere como eres, ¿acaso te crees que vales menos o qué?

- ¿Realmente? Sí, lo pienso –confesó con pesadumbre.

María se quedó impactada ante la confesión de Luisita. Había cometido un error en juzgar de antemano a su hermana, no pensaba que su intercesión fuera a desembocar en una falta de seguridad, pues no era su intención. Así que, decidió hacer lo que mejor se le daba: convencer a la gente. Cogió el teléfono e hizo una llamada.

- ¿A quién llamas? – preguntó Luisita.

- Calla, anda... ¿Paca? Sí, soy María Gómez. Hola, ¿cómo estás? Mira, me tienes que hacer un favor. Mi hermana Luisa está interesada en la actuación y me gustaría saber si tienes alguna prueba así interesante para ella. Aunque sea un papelito pequeño, para que vaya probando. – Luisita, desde el otro lado de la barra, no se perdía ni un detalle de aquella llamada- Sí, sí, ajá, ajá. Gracias, yo se lo digo. Te debo la vida. ¡Gracias! –colgó- Mañana, a las 12 te vas al despacho de mi representante. Te va a dar un guión y pasado hay una prueba, un pequeño papel. Ya sabes lo que tienes que hacer.

Luisita estaba alucinando con todo aquello. No podía creerse lo que acababa de hacer María por ella: volvía a tener una oportunidad. Sabía que confiaba en ella, así que tenía que hacerlo mejor que nunca. Salió de la barra y se lanzó a sus brazos. Empezó a darle besos en la mejilla con mucha efusividad y María la tuvo que apartar.

- Anda, zalamera, tira. Ahora, espero que dejes ya ese estado de ánimo rencoroso hija, que cuando te pones así me recuerdas al abuelo Pelayo.

- ¡Gracias, María, de verdad!

- Bueno, creo que hay alguien con quien deberías hablar también, ¿no? Que, por cierto, va siendo hora de avisarla de que empieza el espectáculo –la miró en señal de entendimiento.

Luisita fue a buscar a Amelia al camerino. Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta, la empujó levemente y la encontró terminándose de arreglar. Llevaba un vestido largo, de color rojo, ceñido de cintura para arriba y con un enorme vuelo a partir de ahí. Una pequeña obertura dejaba al descubierto su pierna derecha, larga, estilizada. El pelo recogido a un lado, los ojos pintados de un color intenso resaltaban cada una de las líneas de su mirada. Los labios de color rojo pasión a juego con el vestuario. Luisita se quedó mirándola mientras terminaba de colocarse una mecha rebelde de su pelo rizado. Estaba preciosa.

- Amelia... -acertó a susurrar mientras la observaba.

- ¿Sí? –abrió los ojos de par en par al ver que era ella quien venía a buscarla.

- Es hora del espectáculo – soltó de carrerilla y tal como entró se marchó, lo que decepcionó a Amelia.

Se miró por última vez al espejo y suspiró a la par que agachó la cabeza y se infundió ánimo para todo lo que iba a pasar.

María se puso de pie ante el micrófono y desempeñó su ritual semanal: presentar como buena maestra de ceremonias la tan esperada actuación de Amelia. La luz del escenario se volvió tenue y Amelia apareció entre bambalinas. En ese mismo instante, Gustavo llegó de la calle llevando consigo un gran ramo de rosas rojas. Amelia iba cantando su canción, un precioso bolero de desamor. Fue entonces cuando el joven se acercó a la barra y dejó las flores junto a Luisita, que miraba de reojo al escenario mientras daba una calada a un cigarrillo recién encendido.

- ¿Y esto? –preguntó a Gustavo.

- Para ti.

- ¿Cómo? –se asombró enormemente.

Luisita, con la mano temblorosa, cogió el ramo entre sus brazos y buscó entre las flores una nota que había esperando a ser leída. Mientras tanto, Amelia la observaba desde el escenario, entonando a la perfección el estribillo de la canción y deleitando al público con su armoniosa voz.

"No quería herir tus sentimientos. Sé que eres capaz de eso y mucho más, porque eres la persona más valiente y maravillosa que he conocido nunca. Por favor, perdóname. No soporto estar mal contigo. Amelia"

La joven terminó de leer aquellas líneas y notó cómo los ojos se le ponían vidriosos. Cuando levantó la cabeza, la canción de Amelia había terminado y la vedette la miraba desde el escenario al mismo tiempo que los asistentes se deshacían en aplausos ante aquel espectáculo. Eso era lo que Amelia siempre había querido lograr: el reconocimiento del público. Pero justamente cuando lo obtuvo, cuando más gente tenía a su alrededor admirándola y aplaudiendo su trabajo, comprendió que ya solamente le importaba una cosa: Luisita.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora