53. Una vida diferente

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Gabriel seguía moviendo sus hilos y tejiendo su particular tela de araña en torno a Natalia y, por consiguiente, a Luisita y Amelia. Aquel día estaba especialmente risueño, estado de ánimo que contrataba con el de una saturada Natalia, a la que cada día se le hacía más tedioso tener que soportarlo. Consciente de su apatía, Gabriel quiso romper el ambiente hostil convocando a Amelia al despacho.

- ¿Me había mandado llamar, don Gabriel? –preguntó tranquila Amelia.

- Adelante, Amelia, pasa, siéntate –Natalia la miraba intrigada desde su escritorio mientras Gabriel, en plan ceremonioso, daba la bienvenida a su amiga- Sí, quería hablar personalmente contigo porque quiero proponerte algo .

- Usted dirá –Amelia no estaba especialmente tranquila, pero sabía disimular bien.

- Bueno, desde que se fue Manolita del hotel, el puesto de gobernanta no ha estado –hizo una pausa- digamos bien desempeñado. Su sustituta, a mi parecer y creo que al de más de uno también, no ha estado a la altura.

- Carmen hace lo que puede, ya aprenderá –Amelia intentó echarle un capote a su compañera ascendida.

- No, Amelia, no quieras quitarle hierro al asunto. No es resolutiva, hace unos turnos muy descompensados y, además, es bastante desorganizada. En definitiva, no está a la altura de lo que se espera de una gobernanta de un hotel de cuatro estrellas.

Amelia no supo qué contestar ante las palabras de Gabriel y optó por desviar su mirada hacia una incrédula Natalia, que la miraba temerosa sin conocer los planes que tenía su presunto novio.

- Coincidirás conmigo que debo tomar una decisión pronto, porque de otra manera, la imagen del hotel puede verse resentida, ¿me comprendes?

- Sí, don Gabriel, pero no entiendo qué tengo que ver yo en el asunto.

- Pues todo, Amelia, todo –rió jocosamente- Porque he decidido prescindir de los servicios de Carmen y quiero, bueno, queremos que tú seas la nueva gobernanta del hotel.

La cara de Natalia era un completo poema, pero la de Amelia la superaba todavía más. Se sentía completamente abrumada ante el ofrecimiento y no pudo evitar alegrarse sin imaginar que la proposición pudiera tener algún tipo de truco.

- Ay, don Gabriel, no sé qué decir...

- Pues entonces di que sí –sonría tan falsamente como solía hacer cuando quería lograr sus propósitos- Estás más que preparada para el puesto. Eres trabajadora, organizada y sabrás imponer tu criterio para arreglar la situación. Estoy convencido.

- Muchísimas gracias, de veras –Amelia le tendió la mano a Gabriel sin perder de vista a Natalia, a quien consideraba una de las implicadas en su ascenso- Gracias por darme esta oportunidad.

- Te lo mereces, Amelia –Natalia se levantó de su mesa para felicitarla y, aunque se alegraba de que la ascendieran, desconfiaba de las intenciones de Gabriel.

- ¿Y cuándo quiere que empiece? –preguntó todavía una sorprendida Amelia.

- Por mí, hoy mismo. Voy a mandar a Domingo para que avise a Carmen.

- ¡Vaya! Si va a ser verdad que a veces las cosas buenas vienen juntas... -dijo Amelia entre los nervios y la emoción.

- ¿Y eso? –preguntó curioso Gabriel.

- Bueno, es que yo quería decirles que hoy será la última noche que me hospede en el hotel y que pueden disponer de la habitación por si quisieran dársela a otra camarera.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora