47. En problemas

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Luisita y Amelia terminaron la velada probando la tarta y brindando con el champagne que especialmente había preparado la primera para su novia. Sin lugar a dudas, Amelia pensó que aquel era el mejor cumpleaños de su vida. No sólo por la sorpresa, sino por pasarlo con Luisita. Sentía que por primera vez en la vida alguien se desvivía por hacerla feliz y, si ya estaba completamente enamorada de ella, con cada detalle que tenía lograba atraparla más.

- Coge tu copa –la animó Luisita, a lo que Amelia obedeció de inmediato- Por ti, porque no te puedo querer más

- Por nosotras –contestó Amelia sin apartar la vista de su novia, quien le respondió con un beso al mismo tiempo que brindaban.

- Oye –preguntó tímida Luisita- ¿te ha gustado? –Amelia aprovechó para acariciarle la pierna por encima de las sábanas que ahora las cubrían a ambas.

- ¿Tú qué crees, Luisita? –sonrió pícara mientras sus ojos no dejaban de mirar los labios de su novia y recordaba todo lo que aquella cama había presenciado- ¡Es más, ojalá cada día fuera mi cumpleaños!

De pronto, el estruendo de una puerta que se cerraba al otro lado del pasillo cortó el momento de intimidad de las dos. Ambas se incorporaron y miraron hacia esa dirección sabedoras del peligro que corrían si alguien las encontraba así. Ninguna quería que la noche acabara, es más, hubieran dado cualquier cosa por revivir cada instante juntas todos los días, pero Amelia también era consciente de que se tenían que despedir.

- Cariño, es muy tarde, creo que deberías irte a casa. Yo si quieres te acompaño, Luisita.

- Un poquito más, por favor –imploró Luisita mientras le hacía pucheros- Vamos a esperar diez minutos, ¿quieres?

- Mi vida, si yo por mí te puedes quedar toda la noche. Sabes que desde que Natalia se fue a vivir con Gabriel, problema no hay. Pero también sufro por tu madre.

- Diez minutos y me voy – Luisita le ponía ojitos de cordero degollado.

Amelia la imitó al mismo tiempo que la miraba enamorada y fue entonces cuando comprendió que no podía decirle que no a nada de lo que le pidiera Luisita, por muy descabellado que fuera. Era obvio que no tenía esa fuerza de voluntad cuando se trataba de ella, cosa que podría ser positiva o negativa, según se mirara. Ambas se besaron cómplices y posteriormente Amelia la tomó entre sus brazos dejando también pequeños besos en su frente. Luisita se recostó en su pecho mientras la vedette le acariciaba el pelo con ternura y hacía que sus dedos subieran y bajaran con cuidado por su brazo. Estaban tan a gusto que cerraron los ojos para disfrutar aún más de aquel momento y, por inercia, ambas terminaron por caer rendidas en los brazos de Morfeo.

***

Manolita no había pegado ojo en toda la noche. Rezaba para que a Luisita no le hubiera ocurrido nada malo. Como cada mañana, fue la primera en levantarse y se dispuso a hacer el desayuno. Al poco tiempo, se encontró a Pelayo de camino al comedor. Ambos sabían que Luisi no había llegado a casa esa noche y solo con una mirada se lo dijeron todo.

- ¡Madre mía, suegro! ¿Dónde estará esta muchacha? –inquirió Manolita presa de los nervios.

- Tranquila, Manuela, estará bien, ya lo verás...

- Si es que no es solo eso, que también, suegro. Como Marcelino vea que no ha pasado la noche aquí.

- Relájate, mujer, no tiene por qué darse cuenta.

En ese momento, el rey de Roma apareció por el salón cariacontecido. Su mujer y su padre lo miraron en silencio esperando a que les diera los buenos días e intentando disimular la preocupación de que no hubiera reparado en la ausencia de Luisita.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora