59. Intolerancia

839 34 12
                                    

Marcelino cerró los ojos con fuerza como si con ello pudiera conseguir borrar las palabras de Luisita. Al instante volvió a abrirlos y resopló intentando encontrar cierta templanza. Su hija lo estaba poniendo a prueba queriendo que aceptara algo que ni siquiera se había podido plantear. ¿En qué había fallado? No entendía qué había sucedido para que su pequeña Luisita de pronto le llegara con aquella noticia. Lesbiana. Apenas sabía si se las llamaba así o de otra manera. Tal vez Manuela y él no estuvieran lo suficiente pendientes de Luisita en los últimos tiempos. Con los problemas en el hotel y en el bar: la multa, las obras, el despido de ambos de La Estrella y su posterior readmisión... Muchos asuntos que les habían mantenido centrados en sacar a la familia de los problemas económicos, pero no habían podido reparar en que su hija Luisita estaba llamando su atención a gritos. Porque si algo creía Marce es que su hija intentaba captar la atención de sus padres con aquella nueva idea que se le había metido en la cabeza.

Por un momento pensó que era uno de tantos temas de Luisita, como cuando le dio por irse a Barcelona, a la comuna, o como cuando se empeñó en que quería ser actriz como su hermana María. No sería más que otra fase pasajera en la que estaría un tiempo y después volvería a ser la Luisita de siempre, su pequeña, su ojito derecho. Por ese motivo no quería darle mayor importancia ni tener aquella conversación que, por otro lado, consideraba irrelevante. Si era algo momentáneo, ¿por qué tener que pasar por aquel mal trago?

- Papá, ¿me has oído? Amelia es mi novia, nos queremos... -Luisita estaba visiblemente emocionada mientras Marcelino seguía pendiente de las croquetas.

- Novia, no digas tonterías, Luisa.

- ¡No es una tontería, papá! ¿Es que no lo entiendes? La amo, papá, con toda mi alma. ¡No pienso renunciar a ella! –Luisita había mutado al histerismo por un momento.

- ¡Tú no puedes amar a una mujer! –bramó Marcelino mirando a su hija por primera vez a los ojos en toda la conversación.

Manolita, alertada por los gritos, decidió entrar en la cocina a poner paz. Se encontró una escena que no le resultaba extraña. Marcelino de un lado, sartén en mano, mantenía la vista fija en una Luisita a la que le caían las lágrimas de la impotencia y la intolerancia que su progenitor le estaba demostrando.

- ¿Queréis bajar el volumen? Se os está oyendo desde toda la casa. No quiero imaginarme desde fuera cómo será –dijo Manolita cruzándose de brazos.

- Tranquila, mamá, ya me voy. No quiero estar ni un minuto más en la misma habitación con alguien que no me respeta ni me entiende.

- Ah, ahora tengo yo la culpa de que seas una de esas... esas... -gruñó al no poder encontrar las palabras.

- ¿Qué? –gritó ofuscada nuevamente- ¡Dilo! Atrévete a decirlo, venga, vamos... ¿Una de quiénes?

- No me hagas decirlo –susurró todavía alterado.

- ¡Luisita! Parad ya, por favor –Manolita sabía bien por dónde andaban los tiros y no quería que padre e hija se dijeran algo de lo que podrían arrepentirse toda la vida.

- Claro que no quieres decirlo –continuaba Luisita, que no atendía a las palabras de su madre- Porque eres como toda esa gente que no comprende nada. Para ti quizá esto no sea más que una fase o tal vez pienses que se me va a pasar, ¿verdad, papá? ¿Es eso? Es más fácil para ti pensar que cambiará antes que aceptar que tienes una hija lesbiana. Se dice lesbiana, papá. A ver si te vas aprendiendo esa palabra. Me parece que la vas a tener que escuchar mucho.

Una vez pronunció esas palabras, una dolida Luisita salió por la puerta de la cocina dejando a sus padres de pie y sin posibilidad de réplica. Marcelino miró a la sartén, todavía en el fuego y se percató que, por su discusión con Luisita, se le habían quemado las croquetas por completo.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora