15. Un antes y un después

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Con el paso de los días, Amelia parecía haber vuelto a ser la de antes, las conversaciones ya no eran tan tensas y daba la impresión de que habían vuelto a estar en sintonía. Luisita estaba contenta de que la vedette le diera ánimos de cara a la obra que estaba por escenificar. Pero, lo que no sabía la joven es que la cabeza de Amelia no dejaba de dar vueltas en torno a una idea: debía seguir tomando distancia. Así que aprovechó el día antes de la representación, cuando Luisita estaba con sus compañeros en el Asturiano para dar el primer paso.

- ¡Amelia! Has venido, ven tómate algo con nosotros –dijo emocionada Luisi.

- No puedo, tengo cosas que hacer, solo venía porque al final no voy a poder ir a tu obra.

- ¿Cómo? Pero si me dijiste hace unos días que lo intentarías, que cambiarías el turno...

- Lo siento, pero me ha sido imposible –dijo sin apenas mirarla a los ojos para no ver la decepción que le causaba.

- Amelia... -susurró- Por favor.

En ese instante, Pablo se acercó a Luisita y saludó a Amelia con efusividad, para terminar acaparando la atención de la primera. Ésta, por su parte, aunque le prestaba atención, mantenía una mirada implorante con Amelia, que cada vez sentía que sobraba más. Viendo que Pablo seguía insistiendo, prefirió salir a la plaza e irse sin más.

- Mucha suerte mañana, chicos. Adiós, Luisita.

- Amelia... - no podía decir más.

La vedette salió del bar y se quedó mirando desde la distancia cómo aquellos jóvenes celebraban que iban a escenificar Romeo y Julieta al día siguiente. Mientras se alejaba de allí, inevitablemente unas lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Alguien conocido le puso la mano en el hombro al verla tan afligida.

- Pero, muchacha, ¿qué te pasa? -preguntó cariñoso.

- Nada, Pelayo, que me tengo que ir.

- ¡Alma de cántaro! Pero dime si te puedo ayudar en algo...

- Nadie me puede ayudar –apuntilló mientras se marchaba desconsolada dejando aún más intrigado al abuelo de Luisita.

***

Al fin llegó el día de la obra y fue todo un éxito. Luisita estuvo magnífica y algunos miembros de su familia se fueron hasta Miraflores para verla actuar. María se sentía orgullosísima de su hermana pequeña, y Manolita y Marcelino estaban encantados de ver que, al fin, Luisita había encontrado su lugar en el mundo. La felicidad de ellos contrastaba con la pesadumbre de ella que, a pesar de sentirse emocionada por el éxito y la presencia de su familia en aquel lugar, sentía que le faltaba Amelia. Seguía sin comprender los motivos de su amiga para no acudir a la obra, pero tampoco entendía qué había pasado para que su actitud fuera tan radical con ella. Tenía tantas incógnitas en la cabeza que necesitaba darles respuesta cuanto antes y no podía esperar al día siguiente para hacerlo.

Amelia había estado toda la tarde pensando en cómo le habría ido a Luisita su actuación. Una parte de ella se sentía completamente absurda por no haber hecho de tripas corazón y haber ido a verla. Pero la otra parte, la que había ganado al final, sabía que si hubiera visto a Pablo acercarse a ella de esa manera, no hubiera podido soportar los celos. Además, sabía que Luisita no la correspondería jamás, así que lo más lógico era dejarla que fuera feliz, con Pablo o con quien fuera, aunque ello supusiera perderla del todo.

Estaba doblando ropa en su cuarto cuando el suave golpeo de unos nudillos en la puerta de madera la sacó de sus ensoñaciones. Con una débil voz instó a la persona que había al otro lado que pasara. Para su sorpresa era Luisita.

- Hola, Luisita –se atrevió a decir- ¿Cómo ha ido la obra?

- ¡Vaya! ¿De verdad te interesa?

- Claro que sí –seguía doblando ropa y trataba de no mirarla.

- No lo creo, por eso estoy aquí. Necesito que me cuentes qué te pasa.

- ¿A mí? Nada –seguía sin mentir bien- ¿Por qué? Ya te dije que tenía trabajo.

- ¡Amelia, que no me engañas! –no entendía por qué mentía- ¿Acaso he hecho algo? Es que no entiendo por qué estás así conmigo.

- No, no has hecho nada, ¿qué ibas a hacer tú? Ya te he dicho que estaba ocupada y aquí me tienes doblando ropa de la colada.

- No digas tonterías, sabes que no es excusa, tú no eres así.

- ¿Acaso sabes cómo soy? Tú tienes también tus cosas, la obra, tus amigos... No creo que el hecho de estar yo allí hubiera cambiado nada -estaba empezando a alzar la voz.

- ¡Es que no, no es así, no lo entiendo! Me faltabas allí, Tú jamás hubieras dejado que nada se te interpusiera en venir a verme. Siempre me has apoyado en todo, has estado a mi lado y ahora, de un tiempo a esta parte, parece que ya no te importo. Y eso no es lo que hacen las amigas, Amelia.

- ¡Pues a lo mejor es que tú y yo no somos amigas! –gritó exaltada.

Luisita se quedó en silencio. Amelia se había excedido, pero el cúmulo de presión que llevaba encima había terminado por hacerla explotar. No quería hacerle daño a Luisita, pero tampoco encontraba otra forma de decirle que no podían ser amigas porque estaba perdidamente enamorada de ella. Lo mejor era conseguir que se alejara y sabía que decepcionándola iba a lograrlo.

- ¡Vaya! –los ojos empezaron a llenársele de lágrimas- Pues perdona por haber pensado que sí lo éramos. ¡Qué tonta he sido! – se las enjugó- No te preocupes, que ya no te pienso molestar más, ni con mis obras, ni con mis tonterías... A partir de ahora, seremos dos desconocidas.

Luisita se dio media vuelta y se marchó de la habitación de Amelia en una mezcla de rabia y tristeza. Mientras, la vedette soltó la última prenda de ropa que tenía entre sus manos y se dejó caer al borde de la cama, para, seguidamente, taparse la cara con las manos y romper a llorar de desesperación e impotencia.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora