56. Nadie dijo que fuera fácil

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La convivencia para Luisita y Amelia estaba siendo casi idílica en los primeros días. Aunque todavía tenían que acostumbrarse la una a la otra en los temas domésticos, en realidad se llevaban mejor de lo que cabría esperar. Se podía decir que al fin habían logrado la aparente intimidad que ansiaban y podían disfrutar de su amor lejos de los ojos curiosos de los habitantes de la Plaza de los Frutos. Pero, a pesar de la relativa calma que se veía en el horizonte, muy pronto comprobaron que las cosas no iban a ser tan fáciles como pensaban.

- Buenos días, princesa –dijo Luisita acercándose a la silla donde estaba sentada Amelia y rodeándola por detrás.

- Buenos días, cariño –le correspondió con un beso en los labios- ¿Has dormido bien?

- De maravilla. Si estás a mi lado como para no hacerlo –dijo ruborizándose, lo que hizo que Amelia se empezara a derretir.

- ¡Guapa!

Mientras Luisita se preparaba una tostada, alguien llamó a la puerta. Las dos chicas se miraron intrigadas. Demasiado temprano para recibir visitas, debieron pensar. Finalmente, Amelia fue a abrir la puerta. Era Marcelino, que venía cargando con mucho esfuerzo un televisor.

- ¡Papá! ¿Dónde vas con eso? –preguntó Luisita sorprendida mientras su padre dejaba el aparato donde podía.

- Pues porque sabía que Fausto no tenía televisión aquí y pensé que no os vendría mal la vieja que teníamos retirada. ¿Qué os parece?

- Muchas gracias, Marcelino –dijo Amelia agradecida- No tenías por qué.

- ¿Cómo que no? Por vosotras, lo que haga falta. Ahora hay que instalarla...

- Bueno, papá, pero es que nosotras tenemos que irnos a trabajar y...

- ¡Nah, no te preocupes! Esto en un momento está. Haced lo que tengáis que hacer que yo me encargo.

Luisita y Amelia se observaron dubitativas, pero lo menos que podían hacer era dejar que Marcelino las ayudara con todo lo que pudiera sin reparos ni malas caras. Así que se fueron a vestir para acudir a sus trabajos y confiaron en que el padre de Luisita no hiciera nada extraño en su nuevo hogar.

***

Independientemente de lo que sabía que Domingo conocía de sí misma, Amelia estaba bastante más tranquila de lo que pensaba en el hotel. Su trabajo de gobernanta estaba siendo impecable y tanto sus compañeros como sus jefes estaban especialmente contentos con ella. Sus temores sobre la temeridad de que Domingo conociera su secreto habían desaparecido por completo, ya que el hombre la trataba como siempre, incluso, podía decirse que la respetaba más que antes. Así que por una vez se alegró de equivocarse al pensar que todo aquello podía conllevar algo malo.

- ¡Buenos días, Natalia! –le dijo risueña Amelia- ¿Te pillo mal?

- Noooo, qué va, pasa, pasa –le hizo un gesto con la mano, a lo que Amelia cerró la puerta del despacho detrás de ella- Tengo un ratito para ti, dime.

- Ay, Natalia, pues quería darte las gracias por todo, cariño, de verdad. Sé que algo habrás tenido que ver con el hecho de que me hayan ascendido.

- ¡Anda, Amelia! Te lo has ganado tú sola, eres la mejor para el puesto... Y yo que me alegro –la sonría cómplice al recordar todos los momentos que habían pasado juntas.

- Pero supongo que Gabriel lo habrá hecho por ti también...

- Eso es lo que más me preocupa –dijo con cierta seriedad- Que no creo en las buenas acciones así porque sí. No sé si me explico.

- ¿Crees que trama algo? –El gesto de Amelia también se ensombreció.

- Más que contigo, creo que quiere tenerme contenta, como si le debiera algo... Por si acaso, no te confíes mucho.

La llegada de Gabriel en aquel momento no pudo ser más oportuna, como si lo hubieran llamado con la mente. De inmediato, las dos se miraron reflejando la incomodidad que les suponía tenerle cerca.

- Bueno, voy a ver si reviso los turnos de la semana que viene –dijo Amelia comprendiendo que sobraba.

- ¡Así me gusta, Amelia! Con iniciativa –aplaudió Gabriel, a lo que la joven respondió con una sonrisa breve para terminar marchándose.

- ¿Qué pretendes? –preguntó Natalia dejando ver que no se fiaba de las intenciones de Gabriel.

- ¿Yo? No entiendo la pregunta –inquirió como si la cosa no fuera con él.

- ¿Acaso crees que no me he dado cuenta de cómo tratas a Amelia? –continuaba teorizando Natalia.

- Es tu amiga, ¿no? ¿Qué hay de malo en que quiera contentarte? –preguntó melosamente Gabriel mientras se acercaba a su novia.

- Que nunca haces nada sin buscar algo a cambio.

- ¡Ay, Natalia! ¡Qué poco me conoces! –contestó Gabriel intentando quitarle hierro al asunto- Si he elegido a Amelia es porque creo que está preparada.

- Ya, pero conozco esa mirada... Ocultas algo, lo sé.

Gabriel la miró fijamente sin decir nada que pudiera desmentir aquella información. Natalia lo conocía muy bien y, desde luego, no se equivocaba.

***

Después de un largo día de trabajo, Luisita y Amelia se encontraron en mitad de la plaza para ir a su casa. Aquel momento era sin duda el más esperado por las dos al final del día. Como de costumbre, se besaron con la mirada, ya que no podían hacer ningún tipo de gesto de cariño públicamente para no llamar la atención. Sus ojos terminaban siempre por mirarse con tanta intensidad como si de cien besos y abrazos se trataran.

- Te he echado de menos –susurró Luisita al verla llegar.

- Y yo a ti, cariño –la sonrisa de Amelia se engrandeció ante las palabras de Luisita.

- Anda, vámonos a casa –Luisita la miró sugerente y Amelia soltó una risita nerviosa.

- ¡Qué peligro tienes!

Se agarraron del brazo tímidamente y anduvieron juntas hasta el portal de su casa. Luisita le cedió el paso como solía hacer, algo que a Amelia le encantaba porque era un gesto muy típico en ella. Al llegar a la puerta del apartamento, Luisita comenzó a reír divertida, al mismo tiempo que miraba por el hueco de la escalera asegurándose de que nadie pudiera verlas. Una vez comprobado que no había moros en la costa, Luisi tomó de la chaqueta a su novia y comenzó a besarla con pasión. Amelia respondió al beso de Luisita y la atrajo hacia sí misma hasta que un ruido proveniente del interior de la casa hizo que se separaran de inmediato.

- ¿Has oído eso? –preguntó asustada Amelia.

- Sí y no me gusta un pelo, Amelia –aseguró también intranquila Luisita- ¿Qué hacemos? ¿Entramos?

- Pues habrá que entrar, no sé... -cogiendo la llave y metiéndola en la cerradura.

- ¡Espera, un momento! -Luisita rebuscó algo entre su bolso- ¡Ahora!

Amelia abrió la puerta sin comprobar lo que Luisita había ido a buscar en el fondo de su bolso. La escena no podía ser más cómica: Amelia avanzaba lentamente por la entrada del piso mientras Luisita blandía en el aire un enorme cepillo del pelo como método de defensa. La cara de ambas fue un poema al darse cuenta del panorama que les esperaba en el salón.


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¡Capítulo de transición, señorxs! A lo mejor éste no tiene mucha chicha (después de esos dos capítulos erótico festivos a lo mejor os decepcionáis un poco)

Puede que encontréis coincidencias con la serie a partir de aquí o puede que no... Todavía ando debatiendo conmigo misma.

Hagan sus apuestas, ¿acabará Luisi utilizando el peine?  

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora