54. Gobernanta Amelia

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La mente de Luisita comenzó a enumerar las múltiples acepciones de la palabra estrenar. Todas ellas tenían que ver con sus manos recorriendo el cuerpo desnudo de Amelia, por supuesto. Ninguna pasaba por recibir invitados o, en cualquier caso, por decorar aquella casa a la que todavía le faltaba un poco de color. Mientras su mente vagaba en una imagen muy concreta, Luisita no podía evitar morderse el labio al observar ante ella la mirada pícara de Amelia incitándola.

- Alguna cosa me dice que se te está ocurriendo algo muy interesante –sugirió acercándose a Luisita, que todavía permanecía de pie en el salón.

- Puede ser, puede ser –Luisita la tomó por las solapas de la chaqueta y la atrajo hacia ella besándola con pasión.

Amelia correspondió al beso de su novia rodeándola por la cintura para después subir con sus manos hacia el rostro de Luisita. Su lengua buscaba con ahínco fusionarse con la de ella y los besos que se profesaban no eran más que un reflejo del deseo que no podía contenerse ya. Finalmente, las chicas terminaron por separarse y mirarse a los ojos con una pasión desbordante. Luisita sentía que el cuerpo se le incendiaba con solo una mirada de Amelia. Era tan sensual la vedette que apenas necesitaba mirarla con deseo para que todo su ser se activara al instante. La rubia aprovechó para tragar saliva antes de volver a lanzarse a los labios de Amelia. Pero esta vez, su novia la detuvo antes de culminar la jugada.

- ¿Qué ocurre? –preguntó sorprendida.

- Nada –rozando los labios de Luisita con la yema de sus dedos mientras mantenía las distancias- Estoy pensando que hay algo que te quiero enseñar.

- ¿Ahora, Amelia? –protestó una ingenua Luisita, que no sospechaba de los planes de Amelia.

- Sí –susurró- pero tienes que esperar unos minutos y luego ir a la habitación.

- ¿Esperar? –Luisita seguía sin entender nada, pero la sola idea de que se mencionara la habitación la hacía desconfiar menos de que sus deseosos planes se fueran al traste.

- ¿Confías en mí? –le preguntó Amelia mientras se mojaba los labios y la miraba furtivamente a los suyos.

Luisita asintió levemente y se sentó en el sofá mientas dejaba que Amelia se fuera a hacer aquella tarea misteriosa. Mientras la miraba caminar con aquella sensualidad, Luisi no pudo evitar que sus ojos se fueran a las caderas de Amelia y terminó por soltar un bufido que lograra apaciguar su maltrecho sistema nervioso. Sentía más calor que nunca, tanto que tuvo que desabrocharse los primeros botones de la camisa que llevaba.

Pasados unos minutos, la voz de Amelia desde presumiblemente el baño de la casa la invitaba a ir a la habitación, orden que Luisita cumplió muy obedientemente. Una vez llegó a la habitación, se sentó en la cama y esperó todo lo pacientemente que pudo a su novia. No sabía bien qué le quería enseñar Amelia, pero, desde luego, se moría de ganas por descubrirlo.

La vedette no tardó mucho en aparecer por la puerta de la habitación con el uniforme de gobernanta puesto. A diferencia de a como solía ir en el hotel, Amelia se había pintado los labios de un rojo intenso y sus ojos destacaban más que nunca gracias al maquillaje. Aquel uniforme estaba hecho para ella. La chaqueta se ajustaba a sus curvas a la perfección, mientras que la camisa blanca, con dos botones al descubierto y un pañuelo rodeando el cuello, hacían que Luisita se perdiera en el escote de su novia. La falda, ceñida a la curvatura sus caderas, y ligeramente alzada, presuntamente por una provocadora Amelia para llamar todavía más su atención, dejaban entrever unas largas piernas con las que Luisita soñaba desde hacía más tiempo del que hubiera querido admitir.

Una vez apareció, se apoyó con una extrema sensualidad en el marco de la puerta mientras Luisi la miraba embobada sin apenas articular sonido alguno. Sus ojos la recorrían de arriba abajo como en la Nochevieja en el King's, cuando apenas se acordaba de cómo se podía respirar.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora