50. A por el nidito de amor

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Amelia no conseguía salir de su asombro. Como si no tuvieran más problemas, a Luisita se le ocurría ahora embarcarse en una nueva aventura: vivir juntas. Aunque todo le sonaba algo precipitado, la sola idea de compartir espacio y tiempo con el amor de su vida le parecía algo maravilloso. Si no fuera por todas las circunstancias que tenían, hubiera aceptado de inmediato. Pero los problemas la hacían dudar.

- ¿Pero tú crees que va a ser lo mejor, Luisita? –Le preguntó Amelia claramente preocupada.

- Mira, yo solo sé que no quiero que nadie nos diga lo que podemos hacer. Que tú eres lo que más me importa –la miró fijamente a los ojos y la rodeó con los brazos- Y que me encanta la idea de poder estar en nuestra casa, solas tú y yo.

- Ya, mi amor, si a mí también me hace mucha ilusión –sonrió levemente- ¿Pero vamos a solucionar algo así?

- ¿Y dejando el hotel? ¿Y peleándome día sí, día también con mis padres? Amelia, que yo no quiero seguir mintiendo, no quiero tener que pedir permiso para verte, mi amor –sentenció- Además, así Domingo no tiene por qué molestarte, porque solo tendrás que verlo en el trabajo -Luisita estaba muy convencida de su magnífica idea y no quería darla por perdida- Somos adultas y lo mejor que podemos hacer para que nadie nos diga cómo tenemos que vivir es hacer nuestra propia vida, en nuestro hogar.

- Lo sé, cariño, es que no sé... -se mordía el labio por la indecisión mientras le acariciaba el brazo a su novia.

-  ¡Ay, Amelia! ¿Te imaginas nuestro día a día? Las dos desayunando juntas, mientras leemos el periódico o hablamos de cualquier cosa. O incluso estar en nuestro sofá, tapaditas con la manta viendo la tele, sin que nadie nos diga nada –le miró pícara mientras sonría ampliamente- Por no hablar de la habitación, que también es un punto importante. ¿Te imaginas lo maravilloso que sería poder despertar juntas siempre?

- Solo despertarnos juntas, ¿no? –se rió pensando por dónde iban los tiros de Luisita.

- Bueno y eso también –rieron las dos al mismo tiempo.

La vedette tenía mil preguntas que hacerle a Luisita, pero era consciente de que para cada una de ellas, su novia tenía la respuesta perfecta. No quería estar continuamente poniéndole impedimentos a Luisita y cortándole las alas cada vez que se le ocurría echar a volar. De pronto, la idea de vivir con Luisita se transformó en su mente en el mejor de los futuros, pues no quería estar ni un instante lejos de ella.

- ¿Entonces? ¿Qué me dices? –preguntó temerosa Luisita.

- ¿Qué te voy a decir...? -se puso seria de pronto- ¡Que sí! –y mostrando una gran sonrisa, terminó por lanzarse a los labios de Luisita.

***

Mientras Luisita y Amelia se ponían manos a la obra para encontrar el nidito de amor perfecto, Gabriel tenía también en mente otro tipo de búsqueda. Para mantener a Natalia a raya, sabía que tenía que buscarle motivos para no marcharse. Hacía días que no dejaba de darle vueltas al asunto. Había intentando de todas las maneras contentarla: primero dándole un puesto de mayor responsabilidad, luego invitándola a mudarse a su casa. Pero todavía no la veía completamente de su lado y sentía que, lejos de estar logrando que se enamorara de él, estaba más cerca de perderla que otra cosa. Así que, conociendo a la joven, supuso que estaría dispuesta a darlo todo por la gente que le importaba, por lo que decidió pararse a pensar en quién podía ser más importante para Natalia que sí misma. 

- Dígame, Don Gabriel. ¿En qué le puedo ayudar? –preguntó Domingo después de cerrar tras de sí la puerta del despacho.

- A ver, Domingo, necesito de tu ayuda para un asunto –hizo una pausa de rigor- delicado. No sé si me comprendes.

- ¿Es sobre la señorita Natalia? –inquirió sereno el jefe de personal.

- Exacto. Me alegra ver que eres un tipo inteligente y que a buen entendedor pocas palabras bastan –se levantó de su mesa y fue a coger algo al otro escritorio- Tú eres mi mano derecha, mi hombre de confianza, y como sabes todo lo que hay detrás, necesito un gran favor.

- Dígame de qué se trata –contestó impertérrito.

- Veamos. Últimamente he tenido una sensación, digamos extraña. Me da la impresión de que con el papel firmado que tengo de Natalia no me va a bastar para retenerla... ¿Comprendes? Porque creo que está intentando jugármela –Domingo le miraba sin mover ni un músculo- No me fío, vamos. Así que estoy dándole vueltas –se movía por el despacho como si fuera un detective- y he llegado a una conclusión. A ver si tú sabes también por dónde voy. ¿A quién de sus amistades crees que Natalia le tendría más cariño?

- No sé, señor. Supongo que si dependiera del tiempo que pasa con dichas amistades, yo diría que... -carraspeó- a la señorita Ledesma, ¿no?

- ¡Bien, Domingo, bien! Veo que eres igual de observador que yo... Pues ahí está tu misión. Quiero que me busques toda la información posible sobre Amelia. Cualquier trapo sucio que puedas darme, lo que sea, me vendrá bien.

- Mmmm, entiendo, señor. Pero, ¿por qué ahora?

- He decidido hacer algo para ganarme el cariño de Natalia. Pero, al mismo tiempo, quiero tener un as en la manga.

- ¿Algo para ganársela? Ahora sí que no lo entiendo –Domingo no comprendía bien a dónde quería llegar su jefe.

- Lo entenderás, ya lo verás. Por lo pronto necesito que me busques esa información.

- Sí, claro, lo comprendo –Domingo se quedó pensando en la conversación que había tenido con Amelia con respecto a su reciente estado de felicidad.

- ¿Qué ocurre, Domingo? ¿Sabes alguna cosa que no me hayas dicho? –preguntó intrigado Gabriel.

- Puede que sí, señor. Precisamente puede que tenga una información muy relevante sobre ella.

- Adelante, te escucho.

***

Aquella noche, Luisita se empleó a fondo en la búsqueda del nidito de amor. Apenas habían pasado un par de horas desde que Amelia y ella habían decidido independizarse juntas y Luisi ya estaba en el salón de su casa, periódico en mano, leyendo los anuncios referentes a los pisos que se alquilaban en Madrid. Jamás se había puesto a pensar lo difícil que era escoger un buen hogar, pero echando un vistazo a aquellos anuncios clasificados, podía deducir que la tarea le iba a ser más difícil de lo que pensaba.

O eran muy pequeños, o estaban muy lejos o, incluso, si tenían todo lo que se podía necesitar, eran demasiado caros para poder permitírselo ambas. Resopló una vez más al leer el último anuncio y comprobar, con tristeza, que ninguno entraba dentro de sus posibilidades. En ese momento, la puerta de la casa se abrió y apareció Manolita. Al ver que era su madre, Luisita intentó, sin éxito esconder el periódico que estaba leyendo. La mujer de Marcelino vio que su hija intentaba ocultarle algo y no se fue con rodeos.

- ¿Qué es eso que ocultas, Luisita?

- ¡Nada! –contestó poniendo los ojos en blanco.

- Luisa Gómez, dame eso que tienes bajo de la mesa.

Aquella escena era una representación exacta de más de un momento del pasado cuando Luisita había hecho algo malo y trataba de ocultarlo tras su cara de niña buena. Varios años después y con la confianza de Manolita un poco deteriorada, no había cara de niña buena que lograra evitar la tormenta que se avecinaba. Luisita sacó el periódico de debajo de la mesa de café y se lo tendió a su madre mientras agachaba la cabeza. Manolita lo cogió y leyó con detenimiento la página que minutos atrás estaba ojeando su hija.

- ¿Pero tú estás loca? –se atrevió finalmente a decir.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora