74. Número privado

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Si había alguien con el don de la oportunidad, ese alguien era doña Pía. Luisita se separó rápidamente de Amelia en cuanto escuchó el "descocadas". Aquel término solo lo había escuchado con anterioridad al séquito de arpías comandado por Pastora, la mujer de Sebas, quienes se pusieron en pie de guerra cuando Amelia empezó actuar en el King's. Mientras ponía los ojos en blanco, Amelia no le quitaba la vista a la forma errante que tenía la madre de Ignacio de bajar los dos escalones que separaban la barra del King's del lugar donde estaban las chicas. Por un momento, temió realmente por la integridad de la mujer, pero se disipó en el mismo instante en que fue a echar mano de la barra para no venirse abajo.

- ¡Qué poca vergüenza! ¡Qué grosería! –apenas podía pronunciar las palabras de forma que se la pudiera entender, pues el alcohol todavía hacía estragos en ella- ¿Pero no veis lo que estáis haciendo? –bramó de nuevo.

- Doña Pía, ¿qué hace usted todavía aquí? –inquirió Luisi intentando no seguirle el juego a Pía y sus impertinentes preguntas.

- Eso es lo de menos... -le espetó de malas formas mientras todavía se balanceaba de un lado al otro intentando mantener el equilibrio- ¡Vosotras estáis aquí haciendo... haciendo...! –movía las manos señalando hacia donde las chicas estaban paradas- ¿Qué se supone que estáis haciendo?

Amelia y Luisita se miraron medio divertidas, medio contrariadas. No sabían cuánto tiempo llevaba la madre de Ignacio observándolas, pero algo les decía que en el estado en que se encontraba tampoco era para alarmarse demasiado.

- Señora, Amelia estaba enseñándome su espectáculo. Por si no lo sabía es una artista y actúa en una obra muy importante de Madrid –le contestó Luisita bien orgullosa de su novia, ante lo que la vedette no pudo evitar sonrojarse.

- ¡Una cabaretera! –gruñó y un pequeño hipo salió sorpresivamente de su boca- ¡Sois unas impresentables! Artista dice... ¡Si va medio desnuda!

- Oiga, señora, yo no me desnudo delante de nadie –apuntó bastante molesta Amelia- Solo bailo y canto. Es más lo que se sugiere que lo que se ve... -se defendía.

- Bah, bah... -seguía en sus trece la mujer y se volvió dispuesta a marcharse- ¡Descocadas, descocadas es lo que sois! –repetía.

Mientras Pía emprendía el camino de vuelta escaleras arriba, Luisita y Amelia vieron cómo de su falda colgaba un trozo de tela de varios colores. A Luisita ya le era familiar, pero Amelia no pudo evitar abrir los ojos en señal de sorpresa cuando se percató del elemento decorativo que portaba la madre de Ignacio. Sin dejar de reír, Luisi se acercó a ella y se lo retiró con cuidado para que no se diera cuenta de que lo había llevado colgando todo el tiempo. Cuando finalmente la mujer se marchó, la joven aprovechó para mostrárselo a Amelia y contarle que era un regalo que Gonzalo les había enviado a las dos. La vedette no pudo más que conmoverse ante el detalle del amigo de María y se acercó cariñosa a besar a Luisita, que aprovechó aquella tela para envolver a Amelia en ella para que no pasara frío.

- ¿Quieres ver el resto del número? –preguntó Amelia sugerente.

- A decir verdad, –la acercó Luisita hacia sí misma valiéndose de la tela que la rodeaba- tengo en mente una idea mucho mejor...

- Ya veo ya –sonrió Amelia instantes antes de fundirse con Luisita en un apasionado beso.

Fundidas en aquel intento beso, Luisita aprovechó la situación para arrastrar con cuidado a Amelia hasta uno de los largos sillones del King's, concretamente en el mismo en el que se sentaron la noche en que Luisita se le declaró. Mientras ella seguía sosteniendo a Amelia con la bandera, la vedette posaba sus manos en la cintura de su novia y la rodeaba con fuerza para sentir su cuerpo pegado a su piel. Sus pechos hicieron un leve contacto antes de que Luisita se apartara de sus labios para mirarla sugerente y se venciera en aquel sillón, donde Amelia, por inercia, terminaría cayendo sobre ella, quedando las dos a escasos centímetros.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora