No podía ir peor aquella situación. Domingo seguía contrariado por la presencia del padre de Amelia en el hotel y el hombre, poco dado a que le interrogaran, no entendía qué estaba ocurriendo. Y luego estaba Marcelino, con cara de pánico, que se temía que alguna indiscreción de Domingo terminara por poner en peligro su plan.
- ¿Es usted el jefe de personal? –preguntó Tomás con mucha formalidad.
- Sí, soy yo. Discúlpeme, pero no entiendo a qué debemos su visita, señor Ledesma –sentenció mientras Marcelino, situado detrás del padre de Amelia, le hacía todos los gestos posibles para que Domingo le siguiera la corriente.
- Domingo, –replicó Marcelino antes de que el padre de Amelia pudiera articular palabra alguna- don Tomás estaba de visita en la ciudad porque ha venido a ver a Amelia al hospital y quería agradecerte en persona... -recalcando la oración- que le hayas guardado el puesto de camarera y que la hayamos tratado tan bien a pesar de su convalecencia, ¿eh, comprendes?
La cara del hombre era todo un poema. Estaba acostumbrado a ver a Marcelino hacer cualquiera de sus triquiñuelas y suponía que ésta era otra de sus muchas ideas descabelladas, por lo que, aunque no entendía la finalidad de la artimaña, Domingo decidió seguirle el juego al cocinero.
- Eso es –afirmó Tomás- Muchas gracias por sus atenciones con Amelia. Me ha dicho Marcelino que en el hotel se preocupan mucho por mi hija.
- Sí... eh... sí, desde luego. Amelia es una gran trabajadora y no íbamos a dejarla desamparada. Claro que sí –dijo con cierto titubeo que pasó desapercibido para Tomás e hizo suspirar aliviado a Marcelino.
- Gracias de nuevo, no esperaba menos de un hotel de esta calidad –sentenció el hombre haciendo acopio de unos modales impecables, mientras Marcelino ponía los ojos en blanco.
- En fin, dicho todo esto, creo que lo mejor será que vuelva a mis quehaceres en la cocina. Y usted supongo que tendrá que volver al hospital con su hija, ¿no, don Tomás? –sentenció tratando de que el hombre se fuera antes de que se echara a perder toda la coartada.
- Sí, sí, desde luego –extendiendo la mano hacia Domingo- Un placer conocerle y le reitero de nuevo el agradecimiento en nombre de mi hija.
- No hay por qué darlas –añadió Domingo sin quitarle ojo a Marcelino, que le devolvía la mirada con una sonrisa fingida.
***
- ¡Buenos días, enfermita! –dijo canturreando al entrar y comprobar que Tomás no estaba en la habitación con Amelia- ¿Pero qué haces levantada?
- ¡Luisita, cariño! –con una amplia sonrisa al ver a su novia cruzar la puerta- Ay, déjame que lo haga, no aguantaba más tumbada. Además, ya estoy mejor, te lo prometo –dijo besándola fervientemente y atrapándola entre sus brazos.
- Pues sí que estás mejor... -se rió tímida- Y tanta efusividad, ¿a qué se debe? –preguntó cariñosa Luisita mientras la rodeaba por la cintura.
- Tenía muchas ganas de verte, cariño. Y de poder besarte... -suspiró- ¡Te pienso devolver todos los besos que te debo! –afirmó con una fingida seriedad que hizo que Luisita se riera- ¿Qué?
- Que te echaba tanto de menos... He tenido miedo de perder esto -dijo con cierto temor en sus palabras- ¡No sabes cuánto miedo, Amelia! –le decía mientras le acariciaba la melena dulcemente.
- Pero ya pasó todo, mi amor –le respondió con los ojos brillantes- Los médicos dicen que mañana me darán el alta. Así que pronto volverá todo a la normalidad.
- ¡Bien! No sabes las ganas que tengo de que vuelvas a casa.... –dijo en un arrebato de franqueza y alivio- Ahora tienes que recuperarte del todo, Amelia. Y yo voy a estar ahí para cuidarte, ¿me oyes? –dijo susurrándole muy cerca de la comisura de los labios, mientras Amelia miraba irremediablemente a los suyos.
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Y bailar juntas bajo la luna
FanfictionFinales de 1975. Plaza de los Frutos (Madrid). Amelia Ledesma y Luisa Gómez se conocen en un bar y, desde ese momento, la vida de ambas dará un giro radical. Una historia de cómo un encuentro fortuito puede cambiar la vida de dos personas, en una ép...