82. "Estoy enamorada de ella"

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No podía ir peor aquella situación. Domingo seguía contrariado por la presencia del padre de Amelia en el hotel y el hombre, poco dado a que le interrogaran, no entendía qué estaba ocurriendo. Y luego estaba Marcelino, con cara de pánico, que se temía que alguna indiscreción de Domingo terminara por poner en peligro su plan.

- ¿Es usted el jefe de personal? –preguntó Tomás con mucha formalidad.

- Sí, soy yo. Discúlpeme, pero no entiendo a qué debemos su visita, señor Ledesma –sentenció mientras Marcelino, situado detrás del padre de Amelia, le hacía todos los gestos posibles para que Domingo le siguiera la corriente.

- Domingo, –replicó Marcelino antes de que el padre de Amelia pudiera articular palabra alguna- don Tomás estaba de visita en la ciudad porque ha venido a ver a Amelia al hospital y quería agradecerte en persona... -recalcando la oración- que le hayas guardado el puesto de camarera y que la hayamos tratado tan bien a pesar de su convalecencia, ¿eh, comprendes?

La cara del hombre era todo un poema. Estaba acostumbrado a ver a Marcelino hacer cualquiera de sus triquiñuelas y suponía que ésta era otra de sus muchas ideas descabelladas, por lo que, aunque no entendía la finalidad de la artimaña, Domingo decidió seguirle el juego al cocinero.

- Eso es –afirmó Tomás- Muchas gracias por sus atenciones con Amelia. Me ha dicho Marcelino que en el hotel se preocupan mucho por mi hija.

- Sí... eh... sí, desde luego. Amelia es una gran trabajadora y no íbamos a dejarla desamparada. Claro que sí –dijo con cierto titubeo que pasó desapercibido para Tomás e hizo suspirar aliviado a Marcelino.

- Gracias de nuevo, no esperaba menos de un hotel de esta calidad –sentenció el hombre haciendo acopio de unos modales impecables, mientras Marcelino ponía los ojos en blanco.

- En fin, dicho todo esto, creo que lo mejor será que vuelva a mis quehaceres en la cocina. Y usted supongo que tendrá que volver al hospital con su hija, ¿no, don Tomás? –sentenció tratando de que el hombre se fuera antes de que se echara a perder toda la coartada.

- Sí, sí, desde luego –extendiendo la mano hacia Domingo- Un placer conocerle y le reitero de nuevo el agradecimiento en nombre de mi hija.

- No hay por qué darlas –añadió Domingo sin quitarle ojo a Marcelino, que le devolvía la mirada con una sonrisa fingida.

***

- ¡Buenos días, enfermita! –dijo canturreando al entrar y comprobar que Tomás no estaba en la habitación con Amelia- ¿Pero qué haces levantada?

- ¡Luisita, cariño! –con una amplia sonrisa al ver a su novia cruzar la puerta- Ay, déjame que lo haga, no aguantaba más tumbada. Además, ya estoy mejor, te lo prometo –dijo besándola fervientemente y atrapándola entre sus brazos.

- Pues sí que estás mejor... -se rió tímida- Y tanta efusividad, ¿a qué se debe? –preguntó cariñosa Luisita mientras la rodeaba por la cintura.

- Tenía muchas ganas de verte, cariño. Y de poder besarte... -suspiró- ¡Te pienso devolver todos los besos que te debo! –afirmó con una fingida seriedad que hizo que Luisita se riera- ¿Qué?

- Que te echaba tanto de menos... He tenido miedo de perder esto -dijo con cierto temor en sus palabras- ¡No sabes cuánto miedo, Amelia! –le decía mientras le acariciaba la melena dulcemente.

- Pero ya pasó todo, mi amor –le respondió con los ojos brillantes- Los médicos dicen que mañana me darán el alta. Así que pronto volverá todo a la normalidad.

- ¡Bien! No sabes las ganas que tengo de que vuelvas a casa.... –dijo en un arrebato de franqueza y alivio- Ahora tienes que recuperarte del todo, Amelia. Y yo voy a estar ahí para cuidarte, ¿me oyes? –dijo susurrándole muy cerca de la comisura de los labios, mientras Amelia miraba irremediablemente a los suyos.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora