41. La liberación de Luisita

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- Buenas tardes, suegra. ¿Me pone un café? Necesito despejarme un poco...

- Enseguida, Ignacio, hijo.

- Gracias -se sentó en uno de los taburetes de la barra- Y dígame, ¿cómo va la cosa?

- ¡Ay, Ignacio! Pues todavía pensando cómo vamos a solucionar las reparaciones de la casa, hijo mío.

- Bueno, no se preocupe, que seguro que hay alguna opción por ahí y pronto empieza a mejorar todo...

- Mejorar, mejorar... Después de que a tu suegro no lo contrataran en el Fénix, ya no sé de dónde vamos a sacar el dinero... Estos De la Vega... -fruncía el ceño cada vez que pronunciaba ese apellido.

- Suegra, tenga un poco de fe. No es su estilo ser pesimista.

- Ya, hijo, ya, pero es que vamos de mal en peor. Ya no sé qué va a pasar –se lamentaba mientras le servía a Ignacio su café-

- Paciencia, suegra, paciencia –sentenció con calma Ignacio.

- Gracias, hijo –le sonrió intentando ser amable- Por cierto, que ya he visto el regalo que le has hecho a mi hija... No sabía yo que fueras tan detallista.

Ignacio se quedó mirándola sin comprender a qué se refería Manolita. Su cara de incredulidad combinaba muy bien con el interés que tenía su suegra en confirmar lo que su sexto sentido le decía.

- ¿Cómo? –preguntó sin salir de su asombro- ¿Qué regalo?

- Sí, hombre, el ramo de flores que le has enviado, ¿eh? Eres todo un romántico, Ignacio. A mí Marce hace tiempo que no me regala nada así...

- Sí, sí... Bueno, no sé –reía nervioso sin entender nada- lo importante es mantener la magia, ¿no?

- Claro que sí, claro que sí –le decía mientras le pellizcaba la mejilla.

Manolita confirmó sus sospechas y, aunque prometió no llevar a cabo más pesquisas en torno a la intimidad de Luisi, la conversación con su yerno la devolvió al sendero del pretendiente de su hija. "Engaños a mí, a Manolita Sanabria", pensó.

***

- Hola, preciosa –sentenció Luisita cuando se cruzó con Amelia en mitad de la plaza.

- Luisita –dedicándole una gran sonrisa- que nos van a oír.

- Mujer, si eres preciosa, se dice y no pasa nada –Amelia reía ante su ocurrencia- Además, las amigas también se pueden llamar así, ¿no?

- Supongo que sí –la miraba enamorada- ¿Cómo estás, preciosa? –susurraba siguiéndole el juego.

- Pueeees... muy bien, porque alguien me ha enviado un ramo de flores precioso –se hacía la interesante ante la divertida mirada de Amelia.

- ¿Ah sí? ¿Tengo que preocuparme? –arqueaba la ceja.

- La verdad yo diría que sí, ¿eh? –sonreía sin dejar de mirarla a los ojos- Porque ha sido un detallazo.

- ¡Vaya! Pues qué suerte tienes, ¿no?

- No te imaginas cuánto... -sentenció sin dejar de perder la sonrisa.

- Me alegra que te haya gustado –susurraba después de comprobar que no había nadie cerca escuchándolas- Solo quería pedirte perdón por lo de la otra noche.

- Que no, Amelia, que no hace falta que me pidas perdón –se mordía el labio, de haber podido, la hubiera besado ahí mismo.

- Bueno, ¿quieres que vayamos a dar una vuelta? Ya he terminado mi turno en el hotel...-Amelia también se moría por estar a solas con ella.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora