66. Sin casa, sin trabajo

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Luisita anduvo toda la noche dándole vueltas a la idea de ir tras de Amelia y no dejarla sola. Su espíritu impulsivo estuvo a punto de llevar a cabo ese pensamiento, pero la pequeña parte de su raciocinio que todavía conservaba le dijo que no era bueno meterse en más problemas siguiéndola hasta el hotel. Continuaba también intranquila por la forma en que Amelia estaba actuando tras haber sido liberadas y sospechaba que había algo más detrás de aquel extraño comportamiento. Todavía furiosa con su padre, Luisita se propuso no volver a dirigirle la palabra. Aquel feo a Amelia le dolía tanto como si se lo hubiera podido hacer a ella misma.

Por su parte, la vedette entró en el hotel intentando no llamar mucho la atención. Cuando llegó a su habitación, se encontró a Silvia dormida, la cual, inevitablemente, se despertó al escuchar abrir lentamente su puerta. Hacía mucho tiempo que dormía sola, por lo que aquella intromisión casi la mata del susto.

- ¡Ay, Amelia, por Dios! ¡Qué susto me has dado, hija! –dijo todavía intentando recuperar el aliento y el pulso normal.

- Perdona, lo siento de verdad, no quería asustarte. Confiaba en que no estuvieras en la cama todavía.

- Tranquila, mujer, aunque casi me llevas para el otro barrio...

- Perdóname, por favor –Amelia agachó la cabeza y dejó la maleta en un rincón de la habitación- ¿Te importaría si me quedo a pasar la noche aquí?

- ¿Cómo me va a importar? Si ésta fue tu habitación, es como tu casa... Pero, ¿qué ha pasado? ¿No vivías con Luisita? –preguntó la camarera.

- Es una larga historia. Pero te la resumo: nos han echado y no tengo dónde dormir.

- ¡Vaya! ¿Y Luisita? – de pronto Amelia se entristeció y Silvia se percató rápidamente de que estaba tocando un tema controvertido- Bueno, a lo mejor me estoy metiendo donde no me llaman...

- No, no, Silvia, sabes que para ti no tengo secretos. Ella está con sus padres, pero yo no me puedo quedar allí...

- ¿Cómo? ¿Por qué? –Silvia no salía de su asombro.

Amelia le relató cómo habían sido las cosas desde que Marcelino se enteró de la relación que la unía con Luisita. Silvia la escuchaba atentamente mientras la vedette no podía evitar sentir que se quebraba a medida que contaba todo lo que el padre de Luisita le había dicho sobre ella a Manolita. Una humillación más y ya iban unas cuantas. Amelia se sentía más menospreciada que nunca. Como si fuera poco tener que soportar el desprecio de su padre, ahora también recibía el rechazo de la sociedad y de la familia de Luisita, quienes, en un afán de protegerla, la culpabilizaban de todos los problemas en los que se habían visto envueltas.

- Dales tiempo, Amelia, lo terminarán aceptando. Es más, Manolita te quiere con locura y María también. Es cuestión de tiempo –Silvia trataba de animarla mientras Amelia seguía sin ver claras las cosas.

- No sé, Silvia, es que Marcelino es muy terco, ¿sabes? Y Luisita no te digo nada... Creo que todo esto va a terminar mal y me siento muy responsable.

- ¿Tú? No, eso ni pensarlo. El problema aquí no sois vosotras ni que estéis juntas, el problema lo tiene el que le cueste aceptar que os queráis. Porque, amiga, ya te digo yo que no he visto nunca a nadie una pareja que se quiera más y mejor que vosotras.

Amelia le dedicó una sonrisa tímida y Silvia se lanzó a abrazarla para tratar de consolar su pena. La joven se aferró fuerte a los brazos de su amiga y comenzó a llorar desconsolada. Tantos nervios, tantas malas experiencias en tan poco tiempo tenían que salir por algún lado.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora