58. Una verdad incómoda

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Todavía sujetando el picaporte de la puerta, Amelia no salía de su asombro al ver frente a frente a Marcelino con una gran sonrisa en el rostro. Antes de que pudiera articular una palabra, su suegro entró en el piso y rápidamente se percató de la nueva decoración. Mientras, Amelia seguía perpleja y no pudo más que seguir sus pasos hasta el salón.

- ¡Vaya! ¡Qué bonito está todo! –dijo con orgullo Marcelino- Uy, Amelia, y qué mesa más bien puesta... -guiñándole el ojo- ¿Estás esperando a alguien?

- Más o menos –contestó muy nerviosa la joven al pensar que Luisita podría llegar en cualquier momento- ¿En qué te puedo ayudar, Marcelino?

- Ay, sí, perdona, ¿no está Luisita? Es que quería hablar con ella y... Bueno, supongo que no estará porque si vas a tener una cena romántica –seguía arqueando las cejas intentando hacerse el entendido con Amelia, que mantenía la sonrisa como podía a pesar de estar pasando un momento un tanto bochornoso- Tú ya me entiendes.

- Al grano, Marcelino –intentó que sonara lo menos brusco posible.

- Nada, que venía a decirle que no se preocupe por el vecino de abajo, que ya he hablado con él en vuestro nombre y ya le he dicho que él no tiene que meterse en lo que hacéis en vuestro piso. Para eso estáis en vuestro derecho, ¿no? –dijo cruzándose de brazos y sintiéndose un gran hombre por haber intercedido por las chicas.

- ¿El vecino de abajo? –preguntó intrigada Amelia.

- Sí, que me dijo Luisita que se había quejado del ruido que hicimos la otra noche y que por eso era mejor que no estuviéramos mucho por aquí. Pero vamos, que yo no entiendo qué problema hay –se metió las manos en los bolsillos- así que he decidido ir a hablar con él porque esto no se podía quedar así.

La cara de Amelia pasó del nerviosismo a la decepción con la misma rapidez con la que Marcelino se había colado en el piso y había interrumpido aquella noche especial. Decidió que lo mejor era seguirle la corriente, aunque, en realidad, le hubiera gustado más decirle que podía dejar de invadirles su intimidad. Sin embargo, por otro lado, le preocupaba mucho que Marcelino sospechara que aquella cena no estaba precisamente preparada para ningún hombre que pudiera estar esperando Amelia.

- Ah, bueno, pues muchas gracias, Marcelino, de verdad –reía forzadamente y sus movimientos intentaban llevar a Marce de nuevo hacia la puerta del piso para invitarle amablemente a irse.

- Para lo que quieras, Amelia. Ya sabes que podéis contar conmigo –carraspeó- Además, he estado pensando que quizá lo mejor es que venga de vez en cuando por aquí, porque tenéis un vecino un poco asalvajao, no sé si me explico –continuaba con su idea, mientras Amelia se subía por las paredes intentando infructosamente que se marchara.

- Bueno, Marcelino, no sé yo. Eso mejor lo tendrías que hablar con Luisita, ¿no te parece?

- Ay, sí, claro, que te estoy interrumpiendo. ¡Perdona, perdona! Yo aquí hablando de más y tú pensando: "A ver si se va este hombre ya, eh" –rió sonoramente mientras se dirigía a la puerta del piso.

Amelia pareció respirar al comprobar que al fin había logrado su propósito y se iba a librar finalmente de Marcelino. Pero, antes de que pudiera reaccionar y ver cumplidos sus deseos, los acontecimientos terminaron por desarrollarse por sí solos.

- ¡Ya estoy de vuelta, mi amor! –dijo Luisita saliendo de la cocina sin prestar atención a lo que ocurría en la entrada de su hogar.

Marcelino se giró instantáneamente y se quedó mirando la escena mientras intentaba reconstruir en su mente el orden cronológico de los acontecimientos. Además, durante aquel momento de introspección, las palabras "mi amor" se repetían una y otra vez en su interior. En su cabeza, todas las piezas de aquel enrevesado puzzle iban juntándose hasta crear una imagen perfecta y nítida que antes no había visto o no había querido ver. Ahora lo entendía todo. La cena, los nervios de Amelia, la insistencia por espantarlo, las ganas de Luisita por alejarlo del piso y por reducir sus visitas. Pero también comprendía otras cosas que antes ni se hubiera podido imaginar: la necesidad de Luisita por independizarse, la complicidad que tenían, la forma en la que a veces las había visto mirarse... Como si por arte de magia todas las pistas que siempre habían estado ahí se unieran para darle un sentido a todo. Ese "mi amor" le había golpeado con tanta fuerza como si, en lugar de escuchar esas palabras, las hubiera encontrado en otra situación más comprometida.

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora