89. Una sombra de lo que fue

457 33 13
                                    

En cuanto la vio cruzar la puerta de su hogar, a Luisita se le paró el corazón. Sentía una mezcla de alegría y alivio, pero también desasosiego al ver el estado de Amelia. Ayudada en todo momento por Tomás y por Devoción, Luisi no pudo reprimirse y se acercó a ella para fundirse en un abrazo sincero. Para su decepción, Amelia no la rodeó con sus brazos como solía acostumbrar, sino que se tambaleó y tuvo que ser ayudada nuevamente por su hermano y su madre. Su aspecto no era mucho mejor que el que había podido comprobar días atrás, más bien todo lo contrario: parecía estar todavía más perdida a pesar del hecho de poder tenerse vagamente en pie.

Tomás la tomó del hombro y de la cintura y la acompañó a sentarse en uno de los sofás de la casa de los Gómez. Marcelino y Manolita, desolados por el estado tan lamentable en que se encontraba, apenas podían articular palabra. Luisita se arrodilló frente a ella y le comenzó a acariciar el pelo sin obtener respuesta alguna, mientras las lágrimas se derramaban sin encontrar objeciones por sus mejillas.

- Amelia. Amelia, soy yo... Luisi –le decía dulcemente mientras le acariciaba el pelo con cariño- Ya estás en casa, Amelia, ya estás con nosotros.

- Ahora mismo no presta atención, Luisita –le dijo Devoción desde su discreto segundo plano- Está todavía en shock por todo lo que ha vivido. A mí tampoco me ha hecho mucho caso –decía para tratar de tranquilizarla.

- Pero es momentáneo, ¿verdad? –inquirió preocupada al tiempo que se pasaba la mano por la cara para limpiar sus lágrimas.

- No lo sabemos –dijo Tomás- Suponemos que es temporal, que solamente tiene que descansar y dejar pasar el tiempo para recuperarse.

- Ha pasado por muchas emociones, Luisita, pero afortunadamente ya está de vuelta y ahora tenemos que tratar de que se mejore lo más pronto posible –aseveró Manolita.

- Supongo –dijo Luisita, poco convencida, pero con resignación.

- Lo que no entiendo es cómo han podido sacarla de allí –apuntó Marce.

- Bueno, todo se lo debemos a mi hijo –aclaró Devoción al tiempo que se volvía para mirar orgullosa a Tomás.

***

- Padre, ¿puedo hablar con usted en privado? –le preguntó Tomás hijo mientras apuraba su vaso de whiskey y dejaba sus cartas bocabajo en la mesa.

- Claro, hijo –volviéndose a su compañero de mesa- Marcial, vuelvo enseguida. No vayas a mirarme las cartas –apuntó con soberbia y siguió a su hijo hasta un lugar más tranquilo del cuartel- ¿Por qué tanto misterio? ¿De qué se trata?

- Venga, prefiero que no nos oiga nadie, padre –continuó mientras se introducía en una sala vacía y cerraba la puerta tras de sí.

- ¿Qué te preocupa tanto? Suéltalo ya, hombre –le instó su progenitor.

- Es sobre Amelia, padre. Creo que se está usted equivocando con ella –dijo con voz firme y serena.

- ¿Acaso te has vuelto loco? ¡Para nada! –aseguró- Sé muy bien lo que hago y si has venido para esto, has perdido tu tiempo conmigo –apuntó tratando de salir de la sala.

- Padre, la va a acabar matando si sigue con esa terapia. Al principio yo mismo pensaba que era lo mejor. Usted bien sabe que nunca le he puesto en duda en todo lo que ha acometido, padre. Pero, ¿no se da cuenta de que ahora se está excediendo?

- ¡No! –le espetó de pronto- Es una desviada, una sinvergüenza... Tiene que encauzarse y dejar todos esos pensamientos abominables que tiene en la cabeza a un lado...

Y bailar juntas bajo la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora