•8 de marzo•
Había pasado ya una semana desde lo de la pizza, la que, por cierto, estaba deliciosa. Una semana desde que el bonito repartidor me dejó como estúpida embobada con su belleza mientras me quemaba la mano con la caja. Lamentablemente, él tuvo que quedar en el pasado porque las probabilidades de que lo volviese a ver eran mínimas y, ¿para qué ilusionarme? Siempre quedará en mi corazoncito como el crush número quinientos treinta y tres de mi lista.
Una semana también desde que el trato y la relación con aquel chico fastidioso de los ojos azules había sido tranquila y normal, nada de discusiones tontas, nada de insultos, nada de nada.
Sebastián.
Yo continuaba con aquella rutina de ayudar a mamá después de la escuela y, por las tardes, él también aparecía por allí. Y sí, se estaba haciendo un hábito eso de vernos y charlar un rato todos los días. Mamá era la más encantada con Sebastián, ambos adoraban la poesía y, por ende, chocaban con algo en común, por lo que también podían pasar horas y horas hablando sobre ello.
Él ya casi no se llevaba los libros a casa, los leía allí. Incluso, cuando no había muchas personas en la biblioteca, me sentaba a leer junto a él y armábamos una lectura conjunta. Hacíamos pequeñas pausas para comentar cada capítulo y luego continuábamos al día siguiente.
Y bueno, ¿qué más puedo decir? A veces suele ser tan tonto.
—¿Así que llegaste tarde porque no encontrabas tu zapato?
La voz de Addison me sacó de mis pensamientos. Rodé los ojos al oír por quinta vez esa pregunta de parte de mis amigos y solté un bufido, claramente enfadada. Sí, llegué tarde a clases por quedarme buscando aquel estúpido zapato, ¡era tan frustrante! Me quedé afuera durante treinta minutos, lo que significaba que había perdido casi la mitad de la primera hora de clases. Me preguntaron en portería la razón de mi tardanza y les comencé a explicar, diciendo que no encontraba mi zapato.
¿Y saben lo que hicieron?
¡Se comenzaron a reír! ¡De mí! ¡En mi cara!
Además, los gritos de mamá diciendo que me diera prisa porque llegaría tarde y la desesperación del momento no causaron más que ponerme nerviosa.
En fin, mi lado Potterhead estaba seguro de que fueron los Nargles.
—Sí, Addy —Respondí con voz cansada—. Llegué tarde porque buscaba mi zapato, ya lo repetí millones de veces.
—Uy, qué amargada —Se burló Oliv, bebiendo de su refresco— ¡Vamos! Admite que fue divertido, nos alegraste la mañana, Emmita.
—¿Salimos hoy? —Nos interrumpió Josh, ganándose una mala mirada de mi parte— ¿Qué? ¿Ahora qué dije? ¡Te amargas por todo, gruñona!
ESTÁS LEYENDO
The Library Of Our Dreams
Romance«Los libros pueden unir más que corazones». Emma Harvey ha vivido rodeada de libros desde muy pequeña, de allí su gran afición y amor por la lectura. Es una adolescente sencilla que, como cualquier otra persona en este mundo, está trabajando por enc...