«Los libros pueden unir más que corazones».
Emma Harvey ha vivido rodeada de libros desde muy pequeña, de allí su gran afición y amor por la lectura. Es una adolescente sencilla que, como cualquier otra persona en este mundo, está trabajando por enc...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Elevé poco a poco la mirada y luego ladeé la cabeza, dándole un vistazo a mi novio. Sebas se encontraba recostado junto a mí con un libro en mano, haciendo divertidas expresiones que lograban robarme risitas de vez en cuando. Sus cejas frunciéndose por lo confundido que estaba me causaban muchísima gracia, lucía demasiado adorable para su propio bien. Él leía un libro de misterio que le había recomendado y su cerebro parecía estar a punto de explotar porque no dejaba de quejarse, además de pronunciar un "bueno, mi teoría estaba cerca" cada dos minutos.
Había venido a visitarme para pasar la tarde juntos. Llevábamos aproximadamente tres horas así; sólo leyendo y bromeando sin parar. Me dijo que quería disfrutar las vacaciones al máximo estando conmigo, y admito que a veces llegaba a sentirme mal porque yo era una aburrida que prefería quedarse en casa... temía aburrirlo también.
Decidí volver a mi lectura. Después de algunos minutos pude sentir cómo el ojiazul se movía incómodo a mi lado y oí un bajo suspiro de su parte. Lo miré, viéndolo dejar el libro que leía sobre la mesita de noche junto a mi cama.
—¿Pasa algo?
—Me duelen los ojitos —Murmuró frotándoselos.
Sonreí.
—¿Ves? Te lo dije —dejé una caricia en su mejilla—. Sólo quédate así, no fuerces la vista.
Él asintió como un niño obediente y yo regresé mi vista a las letras, perdiéndome por completo entre las fantásticas páginas que leía. Para mi mala suerte mi lectura no duró mucho, porque a los pocos minutos sentí su mirada fija en mí, obligándome a detenerme. Al girar la cabeza para verlo, me encontré con el azul de sus ojos llenos de brillo. Cuando se dio cuenta de que también lo observaba, sonrió.
—¿Qué? —preguntó inocentemente— Tú sigue leyendo... me gusta mucho verte leer —se recostó de lado, apoyando el codo sobre la cama y sosteniendo su cabeza con la palma de su mano para quedar en una posición más cómoda—. Te ves muy bonita cuando frunces las cejas, o cuando sonríes. Eres muy expresiva, ¿lo sabías?
Me quedé sin habla durante unos segundos. Sus palabras siempre lograban tener una fuerte reacción en mí, era una sensación tan mágica que, si pudiera, pagaría por sentirla por el resto de mi vida.
—¿Cómo quieres que lea tranquila cuando sé que alguien me observa fijamente? ¿Eh? —respondí— Da miedo, Evans.
—Excusas —rodó los ojos—. Como si nunca lo hiciera... la diferencia es que esta vez me atrapaste.
Por Merlín.
Mis mejillas entraron en calor casi de inmediato e inconscientemente comencé a jugar con mis dedos, nerviosa.
—¿Es que acaso no te aburro? —me atreví a preguntar.
—¿Qué? —las cejas del chico se fruncieron— ¿A qué te refieres?