«Los libros pueden unir más que corazones».
Emma Harvey ha vivido rodeada de libros desde muy pequeña, de allí su gran afición y amor por la lectura. Es una adolescente sencilla que, como cualquier otra persona en este mundo, está trabajando por enc...
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Creo que no existe nada más horrible que ese inquietante y punzante dolor en el pecho que sentimos cuando algo malo sucede, ese sentimiento de angustia que recorre nuestro cuerpo con el que, por más que queramos, no podemos estar en paz. Es como si cada diminuta parte de nosotros se fuese desintegrando poco a poco, dejándonos ese vacío tan inmenso que simplemente nos hace cuestionarnos «¿por qué?»
A veces ponía en duda lo maravilloso que podía ser la vida. Mamá siempre decía que estábamos aquí por algo, que todos teníamos un propósito y que, si aún seguíamos aquí, era porque todavía no habíamos cumplido con ello... Supongo que a algunos nos toma un poco más de tiempo descubrir esa importante misión que debemos llevar a cabo.
El sobre que había encontrado frente a la puerta de casa hace algunos días contenía más fotografías, esta vez enumeradas por detrás.
Por supuesto, la culpa comenzó a carcomerme una vez más y me sentí terriblemente mal por ocultarle a mamá todo lo que estaba sucediendo. Cuando mi padre se fue, ella estuvo buscándolo durante un largo tiempo, sin embargo, nunca logramos dar con su paradero, ¿qué pensaría si le dijese que de un día a otro comenzaron a llegarme extraños sobres de su parte?
Una parte de mí quería contárselo, necesitaba contárselo. Y la otra... la otra pensaba en todas las consecuencias que aquello podría tener, no sabía cómo se lo tomaría, cómo reaccionaría o qué es lo que sucedería después de eso, pero sí que tenía una cosa clara: de alguna u otra manera, mamá terminaría lastimada y llena de preocupaciones.
Y lo que menos quería era eso, ser una carga para ella.
Demonios, todo es tan jodido.
¿Dónde está mi fantástica historia de ensueño llena de locuras y experiencias inolvidables que se supone que ocurre entre los dieciséis y diecisiete años? Si la adolescencia era la mejor etapa de mi vida, no me quería ni imaginar qué sería de mí dentro de unos años más.
Había tenido una pésima y agotadora semana, la que partió mal desde el día lunes, cuando dejé esa enorme mancha de sangre en mi sábana y pantalón. Después de eso, todos estos acontecimientos comenzaron a desatarse, ¿la maldición de la mancha roja? Me apegaba a la fiel idea de que sí.
También estaba llenísima de trabajos y proyectos escolares, así que no había podido asistir a la biblioteca durante esta semana. Por un momento maldije a mi yo de pequeña, ¿qué demonios estaba pasando por mi cabeza cuando decía que quería crecer?
No me siento psicológicamente preparada para todo lo que se me viene.
¿Sebastián? Bueno... no lo había visto desde el martes. Supuse que también se encontraba ocupado, ya que tampoco habíamos hablado mucho por mensajes o llamadas.
—Emma.
Unos golpecitos se hicieron presentes en la puerta de mi habitación, los que me hicieron desviar la mirada en dirección a ésta. Sonreí al ver a mi madre asomada por el marco, quien no tardó en adentrarse para dejarse caer sobre mi cama, junto a mí.