•Capítulo 34: El dolor como parte de sentir•

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SEBASTIÁN

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SEBASTIÁN

Sentí un horroroso ardor recorrerme la garganta, el que me impedía poder hablar. Mi pecho dolía como no lo había hecho en meses y estaba dando lo mejor de mí para controlar ese pesado sentimiento de querer romper en llanto que poco a poco se apoderaba de mi cuerpo.

Tomé asiento frente a Emma, quien se encontraba sobre mi cama con las piernas cruzadas en busca de una posición más cómoda. Su dulce mirada logró transmitirme paz por unos segundos. Ella me observaba atenta, llena de curiosidad por escuchar lo que estaba a punto de contarle.

La castaña tomó una de mis manos con cariño y la acunó entre las suyas, dejando un besito en mis nudillos como muestra de apoyo. Sonreí levemente ante su gesto y sorbí mi nariz, bajando la mirada.

—Si no estás listo para hablar, no tienes que hacerlo ¿sí? —habló con voz suave—. Nadie te está presionando, Sebas. Tómate tu tiempo.

—Quiero contártelo —musité.

—Está bien, tranquilo —ella dejó una caricia sobre mi mejilla—. Yo te espero.

Me mantuve un par de minutos en silencio, tratando de ordenar las ideas en mi cabeza. Sí, por supuesto que tenía pensado contárselo en algún momento, ¿hoy? Para ser honesto, aquello no estaba planeado, pero las circunstancias se dieron. Quería contarle acerca de mí, quería que supiera toda la historia, quería poder compartirle esta parte tan vulnerable que tenía guardada dentro. Sabía que podía confiar en ella.

Tomé una profunda respiración y levanté la cabeza, posando mis ojos en los suyos. Carraspeé la garganta antes de comenzar.

Tú puedes.

Se llamaba Amy... —empecé con voz temblorosa— Era mi mejor amiga.

『 °*• ❈ •*°』
—¡Sebas, eres un superhéroe!

La pequeña corría con todas sus fuerzas alrededor del enorme patio trasero. Su cabello rubio danzaba alborotado debido al viento mientras soltaba sonoras y contagiosas carcajadas.

—¡Y tú eres mi súper mejor amiga! —respondí, persiguiéndola— ¡Te voy a alcanzar!

—¡Claro que no!

De repente, ella se detuvo de golpe y mi cuerpo impactó contra su espalda, provocando que ambos cayéramos sobre el pasto. Abrí los ojos de par en par, un poco asustado.

—¿Estás bien, Amy?

Ella comenzó a reír.

—¡Claro que sí, tontín! —se puso de pie, sacudiendo sus rodillas para luego extender su mano en mi dirección, ayudándome a ponerme de pie—. ¿Tú? En caso de que no, déjame decirte que ambos ganamos la carrera, ¡nos atrapamos!

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