«Los libros pueden unir más que corazones».
Emma Harvey ha vivido rodeada de libros desde muy pequeña, de allí su gran afición y amor por la lectura. Es una adolescente sencilla que, como cualquier otra persona en este mundo, está trabajando por enc...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
•8 de noviembre•
Cuando tenía siete años pensaba que crecer era fantástico y mi cabecita se encargó de ilusionarme con ideas asombrosas acerca de lo que sería de mí en cuanto fuese mayor. Lo cierto es que no era tan genial como pensaba, y aunque apenas hubiese cumplido dieciocho años, ya sentía que la adolescencia se me iba de las manos y no quería seguir creciendo. La idea era un poco aterradora y emocionante a la vez, pero prefería quedarme con lo positivo.
La vida pasa con una velocidad alucinante y no nos damos cuenta de ello. Es como si ayer hubiese tenido cinco años, y ahora estaba aquí, con dieciocho... ahora estaba aquí, «hecha toda una señorita» como le gustaba decir a mamá. En ocasiones deseaba regresar el tiempo atrás y disfrutar de mi niñez como nunca, aprovechar esos instantes al máximo para mantenerlos conmigo por siempre, pero luego volvía a la realidad y caía en cuenta de que aquello no era posible. Por más que lo anhelara, eso no sucedería.
—¡Emma, date prisa! ¡El desayuno ya está listo!
—¡Ya voy, mamá!
Dejé escapar el aire que contenían mis pulmones y me di un último vistazo en el espejo, analizando mi aspecto. Mi cabello aún se mantenía húmedo debido a la ducha que había tomado apenas desperté y las ojeras que delataban lo mal que había dormido se podían notar a simple vista, sin embargo, hoy me sentía más radiante que nunca.
Tomé mis cosas y descendí con prisa los escalones que me llevaban hacia la primera planta. Al llegar al comedor, me encontré con mamá y tía Margaret sonrientes frente a mí.
—¡¡¡Feliz cumpleaños!!!
Sonreí de forma inevitable al verlas y reí por lo bajo, moviendo mi cabeza de un lado a otro. Me acerqué a ellas y las abracé con fuerza una a una, siendo recibida por la calidez de sus brazos. Al separarme noté que la mesa era decorada por diversas delicias que causaron que mi estómago se pusiera alerta de inmediato.
—Gracias —respondí con alegría— De verdad, gracias.
—Feliz cumpleaños, cariño —mi madre sonrió llena de emoción, dándole un leve apretón a mi mano— ¡Ya tienes dieciocho!
—Estás tan grande, me acuerdo cuando Alice te tuvo y eras una cosa chiquitita —su hermana suspiró a su lado—. Dios, si supieras las cosas que tu madre y yo hacíamos a tu edad, éramos todas unas rebeldes.
Mi madre no tardó en lanzarle una mirada de regaño, lo que me hizo reír.
Procurando ser cuidadosa, transladé la silla de mi hermosa progenitora hacia su lugar y pronto tía Margaret y yo tomamos asiento junto a ella para comenzar con el desayuno. Mamá ya me lo había advertido anoche, hoy debía despertarme temprano para alcanzar a desayunar con ellas antes de ir a mis clases. El desayuno juntas el día de mi cumpleaños era una tradición de cada año, así que aquí estábamos.