•Capítulo 23: Es una promesa•

23.2K 2.1K 987
                                    

Dejé caer las fotografías de golpe apenas leí aquel nombre

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dejé caer las fotografías de golpe apenas leí aquel nombre. Mi ritmo cardiaco se aceleró más de lo normal, mis manos comenzaron a sudar y las piernas me temblaron. Sentí que mi respiración se volvía irregular hasta el punto de creer que no podía hacerlo, el pecho me dolía y mi mirada no tardó en nublarse debido a las lágrimas que amenazaban con salir.

«Andrew Harvey»

No puede estar aquí, no puede ser él.

—Emma, hey, mírame —Sebastián tomó mis mejillas entre sus manos, obligándome a mirarlo— Estás bien, ¿sí? Concéntrate en tu respiración, estás aquí, no te dejaré sola, tranquila —cerré los ojos con fuerza al oír su voz, haciendo mi mayor esfuerzo por mantener la calma—. Vamos a contar juntos hasta diez, ¿bien?

Asentí.

—U-uno... —Intenté pronunciar, sin embargo, el dolor en mi pecho se comenzó a intensificar— No puedo —sollocé— No puedo respirar.

—Sí, sí puedes —me animó, a lo que yo negué—. ¿Recuerdas el día en que nos conocimos? ¿Puedes decirme qué libro te pedí?

Me obligué a mí misma a pensar en eso, devolviendo mis recuerdos hacia algunos meses atrás. Sí, Sebastián había atravesado la puerta de la biblioteca exactamente un dieciséis de enero, recordaba a la perfección haberme dirigido junto a él a la sección infantil.

—El fantasma de Canterville —musité en respuesta, abriendo los ojos— Oscar Wilde.

—Perfecto —él me sonrió, descansando su frente contra la mía—. Vamos, una vez más. Juntos, hasta diez.

Asentí.

—U-uno... —tomé una profunda respiración— Dos... —él repitió junto a mí— Tres...

Y así continuamos hasta realizar todo el conteo.

Cuando finalmente me tranquilicé y pude respirar con normalidad, Sebastián se dirigió hacia la cocina en busca de un vaso con agua, no sin antes indicarme que me sentase sobre el sofá mientras lo esperaba.

—Aquí tienes —habló con voz suave apenas volvió, arrodillándose frente a mí.

—Muchas gracias —recibí el vaso, dándole un rápido trago. Suspiré—. De verdad, gracias...

Él me sonrió.

—No tienes que agradecer —respondió, metiendo un mechón de cabello detrás de mi oreja— ¿Te sientes mejor?

Asentí.

El chico dejó un dulce beso sobre mi frente y luego se alejó, comenzando a recoger las fotografías tendidas sobre el piso para devolverlas al sobre, junto a la nota. Cuando terminó, volvió a acercarse a mí, tendiéndome el sobre ahora cerrado.

—¿Qué harás con esto? —preguntó, preocupado— Deberías hablarlo con tu madre.

—No —me negué rápidamente— Me haré cargo yo misma. No quiero darle preocupaciones, no ahora y mucho menos con esto.

The Library Of Our DreamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora