Todo comenzó un poco antes de la escuela. Las vacaciones de verano habían pasado realmente rápido. Durante ese periodo, papá y yo habíamos viajado mucho. Sin embargo, en ese momento los dos estábamos parados frente a una puerta blanca, esperando a que los propietarios abrieran.
Papá me abrazó. Quería llorar, pero no lo haría. No quería entrar a esa casa con la nariz roja y los ojos llorosos. Sería bastante vergonzoso. Cuando era pequeña me resultaba más fácil demostrar mis sentimientos, pero conforme fui creciendo me resultaba cada vez más difícil.
Ese día, mi padre iría a un viaje de negocios más largo de lo usual. Dos semanas. Durante ese tiempo me hospedaría con viejos amigos de la familia. Luego me recogería y partiríamos a casa juntos.
— ¿Estás triste, Cristi? —preguntó papá.
—No. Estoy bien. No le des importancia, pa' —. Mentí y él sonrió.
—Bueno... Entonces procuraré no preocuparme por ti...
En ese momento, la puerta se abrió y dejó ver a una mujer de 48 años, menuda, pelo castaño, ojos cafés y nariz respingada. Leticia. Papá la saludó con un beso en la mejilla. Luego, la mujer se acercó a mí y me envolvió entre sus brazos.
— ¡Cristina! ¿Qué tal te ha ido? —exclamó mientras rozaba su mejilla con la mía.
— ¡Hola! —saludé, incómoda ante el contacto. Sutilmente me zafé del asfixiante abrazo, y luego me puse del lado de mi padre. Él me entregó una maleta con mis cosas más importantes.
Sin decirnos nada, mi padre y yo nos abrazamos. Cerré los ojos y recargué la mandíbula en su hombro. Respiré su olor natural y traté de convencerme de que todo estaría bien. Me separé de él y le dediqué un corto "hasta pronto". Papá subió al auto y arrancó. Me quedé ensimismada, viendo como el coche recorría la calle y luego doblaba la esquina. El hedor del smog me hizo despertar.
— ¿Entramos ya? —preguntó Leticia, que se había quedado a esperarme. Sentí vergüenza por mi tardanza, así que miré al suelo para hacer que el cabello negro me cubriese la cara. No era muy largo, pero era suficiente.
Leticia comenzó a avanzar y cruzó el umbral de la puerta. La seguí y ante mí, una acogedora sala color chocolate. Caminó recto y sin detenerse. Sus tacones resonaban cada vez que daba un paso, mientras que las ruedas de mi maleta serpenteaban en el piso color beige. Recorrimos la mitad de la casa y luego nos detuvimos frente a una escalera.
—Espera aquí —me dijo. Subió los escalones que daban a un segundo piso. No podían llamarse de caracol, pero después de ocho peldaños más un descanso, según conté, las escaleras torcían a la derecha.
Escuché pasos en la escalera y miré hacia otro lado, fingiendo interés en un pequeño adorno de un dios maya, aunque no me importaba en lo más mínimo. Justo como en una película, voltee en el momento preciso, en el instante perfecto y premeditado en que sus ojos marrón verdoso miraban el ojo negro que me quedaba libre de cabello. Bajó las escaleras, con tal seguridad que parecía que esa escena se hubiese repetido ya varias veces.
—Hola Cristina —saludó Adam, con voz clara. Se acercó a mí y me abrazó, como no lo había hecho en muchos años.
—Hola —respondí al tiempo que me separaba de él, con cierta incomodidad.
—Te voy a ayudar con la maleta, ¿sí?
—Okay —respondí.
Adam se agachó y recogió la maleta. Se había vuelto muy fuerte. El chico subió los escalones, y Leticia me hizo una seña para que lo siguiese. Ambas subimos tras Adam; luego, atravesamos un pasillo no muy largo. Adam bajó la maleta frente a una puerta de madera. La abrió y los tres desfilamos por la recámara.
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Sombras Traicioneras | COMPLETA
Fantasía-¡Crist, tenemos que bajar! -dijo él. ››-¿Estás loco? ¡Esas llamas nos quemarán vivos! (...) ››-Crist... Esa es la cosa... No lo estamos...›› Cuando el padre de Cristina debe irse a un viaje de negocios, parece que el único desastre será vivir tem...