Muerte

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Los días pasaron. De pronto, esas dos interminables semanas por fin habían culminado. Por la noche, papá volvería por mí e iríamos a casa juntos. Ese día era sábado, por lo que no tenía que ir a la escuela.

Me levanté de la cama, me vestí y bajé a desayunar. Sin embargo, en vez de oír sartenes golpeando la estufa, escuché silencio. Al principio creí que aún no se habían despertado, pero mi encuentro con una nota amarilla pegada en la puerta de la cocina decía lo contrario.

"Cristina:

Yannick, Adam y yo salimos de emergencia. Wayre está en casa, pero dudo que se levante temprano. Prepárate lo que quieras de desayuno.

Leticia."

Me apresuré a preparar mi comida. Pese a que mi humor era mejor al de otros días, no significaba que quería toparme con Wayre. Desayuné y lavé mi plato con la misma velocidad que un rayo. Subí a la recámara y me quedé allí la mayor parte de la mañana y parte de la tarde, haciendo tarea.

De pronto, alguien tocó la puerta. Me levanté de la cama y la abrí. Se trataba de Wayre.

—Hola, ¿qué tal? —preguntó.

—Todo bien... —dije con cautela. — ¿Qué ocurre?

—Voy a salir un rato, ¿vienes?

—No, gracias... En un rato mi papá viene por mí.

—Creí que vendría por la noche. —Dijo mirando la ventana. — Apenas son las dos de la tarde —le echó un vistazo a su reloj digital de mano —Creo que los demás llegarán hasta pasadas las seis... ¿Qué dices?

Vacilé. Luego comprendí que podía ser una buena idea seguirlo. Si él era un asesino y de alguna manera lo averiguaba... La idea me hizo aceptar, cruzando los dedos porque, si así era, yo no resultara ser la víctima.

Asentí y él sonrió.

—Necesito buscar algo, si quieres espérame abajo —dije. Musitó un "OK", dio media vuelta, caminó por el pasillo y bajó por las escaleras.

Una vez que él estuvo abajo, busqué entre mis cosas y saqué una pequeña navaja. La metí en el bolsillo de mi sudadera y subí el cierre de éste. Sólo por si las dudas. Bajé las escaleras y me reuní con él. Salimos de la casa, Wayre cerró la puerta con llave y empezamos a caminar por las calles de la ciudad.

— ¿A dónde vamos? —pregunté.

— A la estación de policías.

El corazón se me paró un segundo. ¿Y si él no era el dueño de las dagas? Tal vez él había visto algo raro también. Decidí preguntar.

— ¿Para qué?

Suspiró.

—Em... Verás, yo... —empezó. Pude notar que se ruborizaba y apartaba la mirada. Algo ocultaba, y eso me esperanzaba. — Tengo un trabajo allí. Soy una especie de policía aprendiz.

La información me desconcertó, haciendo que frunciera el entrecejo.

—Pero... Si tú aún eres menor de edad...

—Sí, sí, sí. Sólo estoy en preparación. O sea, es que... Sí entro a la acción cuando se necesita, pero al ser menor de edad tengo ciertas... Hum... Restricciones. Además en 2 meses cumplo 18.

Paramos un momento en una esquina, esperando a que los veloces autos pasaran, haciendo que mi cabello se moviera hacia su dirección. Miré el asfalto, mientras pensaba en lo que Wayre me acababa de decir. Qué raro. ¿Wayre policía aprendiz? Jamás había escuchado que alguien menor de edad pudiera obtener un trabajo allí. Es decir, Wayre tenía 17 años, pero en México se cumplía la mayoría de edad a los 18. Me estaba tomando del pelo. O mucho peor. Tal vez solo estaba diciendo aquello para despistarme. Tal vez trataba de convencerme de que las dagas no eran de él. Eso podría explicar su reacción nerviosa.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora