Genética

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— ¡Crist, despierta, que se nos hace tarde para ir por los resultados del estudio!—abrí los ojos de golpe, saliendo de inmediato de ese sueño en el que estaba siendo perseguida por los demonios (de nuevo). La luz eléctrica penetró mi retina, y mi cerebro despertó por completo. Luego, la imagen de Max se interpuso.

Él se alejó a medida que me sentaba en la cama con las piernas extendidas. Me restregué los ojos, y luego me bajé de la cama.

—Tienes el sueño muy pesado. —comentó Max.

—No es que lo tenga usualmente. Son las pesadillas. Me despierto a mitad de la noche y de ahí no puedo dormir hasta mucho después. —rezongué. —Dos semanas no son suficientes para recuperarme de lo que pasó después del ataque.

Recordé la muerte de mi mejor amiga. Había tratado de no pensar en ello, porque simplemente me daban ganas de morirme ahí mismo. Sobre todo porque había sido mi culpa. Parpadeé para espantar las lágrimas, como si de bichos acuosos se trataran.

— ¿Crist, estás bien? —Max se aproximó hacia mí, y me tocó el hombro.

—Sí, ya vámonos. —le sonreí y toqué su mano.

Nos preparamos rápidamente para salir. Había pedido permiso en el trabajo para ir a recibir los estudios que hacía algunos días nos habíamos ido a hacer Max y yo para ver nuestra compatibilidad genética.

¿Seríamos realmente hermanos? ¿O todo seguía siendo una simple trampa de la OLFD? No había mejor manera de averiguarlo que hiendo a ver por mis propios ojos la verdad de las cosas.

En esas últimas semanas, no había tenido más remedio que creerle lo que me había dicho esa noche, y como no tenía ningún lugar a donde ir, me quedé en el verdadero hogar de Max, un pequeño apartamento, un poco viejo y desordenado, pero útil.

Subimos a un autobús, y arribamos cerca de nuestro destino, un local amplio en donde predominaba el color verde. Caminamos unas dos cuadras, y luego al fin llegamos a lo descrito. La secretaria nos hizo sentarnos en un sillón café con una tela que rechinaba cuando me movía.

Después de 10 minutos, un genetista vestido con una bata blanca nos dijo que lo acompañáramos. Nos levantamos, y lo seguimos a través de un estrecho pasillo que guiaba hacia una puerta. El médico la abrió y descubrí un pequeño consultorio con lo básico.

—Tomen asiento. —nos ofreció unas sillas color blanco. Lo hicimos.

El hombre nos pidió decirle a nombre de quien estaba nuestro estudio y le di el mío. Era la mayor. Acto seguido, se levantó y abrió un cajón lleno de folders y papeles metidos entre estos. Rebuscó entre ellos, y por fin sacó uno color manila, sellado. Lo abrió y analizó los resultados.

Salimos del consultorio. Era yo la que llevaba los estudios en mano. Max iba detrás de mí. Guardaba silencio, al igual que yo. Llegamos a la calle, dejando que la banqueta sostuviera nuestros pies. La luz del sol ya se veía como de las 10 de la mañana.

—Tengo que irme al trabajo. —dije protegiéndome la cara de la luz solar con una mano.

—Igual yo. Bueno, nos vemos, Crist. ¿O debería llamarte hermana?

Sonreí.

—Por supuesto.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora