—Si no quieres que tus amigos sufran un destino igual al de tu padre, te aconsejo que sigas mis indicaciones.
Una sensación de vacío se había acumulado en mi interior. No sentía nada. Sólo... un hueco. Un hoyo que ocupaba el lugar de mi padre, penetrante, profundo, hondo.
—Tal vez tu vida te da igual. Pero recuerda: la de mi hermano y tú hermano están en juego. Así que contesta: ¿Harás lo que te pide Izumi? —dijo Adam con una voz amenazadora mientras me levantaba la cara con su mano para que lo mirara a los ojos.
***
Cuando salí del edificio, un aguacero descendía sobre la ciudad, haciendo que me empapara, y que la piel se me pusiera de gallina a pesar del traje de mi diabólica transformación.
Caminé bajó la lluvia durante todo el trayecto. La pistola que me habían dado se encajaba dolorosamente sobre mi piel con cada paso, pero poco me importaba. Había un dolor que era mucho más grande, uno que invadía mi mente. Ya no sabía si este provenía de lo que haría, o de lo que hice. No lo sabía. Sólo sentía dolor.
Cuando llegué a la estación de policías, entré por la puerta trasera, designada para el acceso al departamento de la OLFD. Miré a ambos lados, buscando a alguien que pudiera casualmente ver lo que estaba a punto de cometer. Nadie. Sólo la lluvia y mis pasos. Subí las escaleras con el mayor sigilo y cautela posibles. Crucé lo que quedaba entre la puerta de madera y yo. La puerta de madera de la oficina... de André. Pegué mi oído a la puerta y lo escuché tarareando una canción. Él se había quedado, junto con muy pocos de los de Piso, por si pasaba algo. Miré por la separación del marco de la puerta, y lo vi, completamente solo.
Era mi oportunidad.
Ágilmente, asalté la manija de la puerta y abrí, al tiempo que cogía la pistola con la mano derecha. Me planté a dos metros de él. Sus ojos se abrieron como platos, y en su boca se formó una "o". Intentó hablar, gritar, hacer algo. Pero lo único que atinó a hacer fue a levantar las manos.
Por mi parte, las lágrimas me escocían los ojos, y un nudo en la garganta se me apretó.
—Lo siento mucho. —dije, y sin pensarlo dos veces, lo hice.
Disparé.
El cuerpo del jefe se desplomó de inmediato hacia atrás. Le disparé un par de veces más, para asegurarme de cumplir con lo que Izumi me había ordenado.
La pistola no tenía silenciador, así que los disparos resonaron por todo el edificio. Debí correr de inmediato, pensármelo dos veces antes de derrumbarme en el suelo y llorar. En serio, no debí detenerme. Así tal vez me habría salvado de la verdad, la pura y cruel verdad. Sin embargo, ya no lo soportaba. La OLFD me había acogido a pesar de ser un demonio, y el jefe en especial, había confiado en mí. Me había dado una nueva familia. Y yo le había devuelto todo lo que había hecho por mí con la muerte, una muerte que Izumi me había ordenado crear.
Mi idea de derrotar a Izumi estaba muy lejos de ser cierta. Incluso, con la muerte de André se había beneficiado. Casi podía escuchar su risa macabra desde ahí.
Escuché pasos. Tal vez sólo era mi imaginación.
Pasos. ¿Qué importaba?
— ¿Cristina? —me llamó una voz muy familiar a mi espalda.
¿Por qué tenía que ser la voz de Wayre? ¿Por qué Izumi lo había dejado en la OLFD entre tantos lugares que había en el jodido mundo? Wayre se acercó a mí, lo escuché venir por detrás.
Y todo explotó.
— ¿Cristina, qué es esto? —rugió.
No podía mirarlo. De verdad, no podía. No después de lo que había hecho. Mas tuve que hacerlo, debido a que me tomó del cuello de la camisa y me alzó hasta la altura de su cara. Sus ojos azules brillaban de ese mismo rojo violento, como en aquél día en que se marchó de la casa de Leticia.
—Lo mataste. —afirmó, viendo la pistola que estaba tirada a mi costado.
No contesté.
Me soltó.
La bestia salió.
— ¡Lo mataste, hija de perra! —gritó, totalmente fuera de control, volteando una mesa y tirando mil papeles. — ¿Cómo pudiste? ¡Cómo pudiste! —bramó en mi cara. Acto seguido me golpeó con el puño cerrado la mejilla. Me tambaleé por el gran impacto, pero el golpe me hizo reaccionar. Justo cuando iba a asestarme otro, lo esquivé. Rodeé por el suelo y cogí la pistola que había tirado cuando maté a André. Ahora él se encontraba en el piso y yo parada frente a él.
—Wayre... —susurré temblorosamente mientras le apuntaba con el arma. —No quiero hacerte daño...
— ¡NO QUIERO HACERTE DAÑO! ¡ESAS MISMAS PALABRAS USÓ TU PADRE AQUÉL DÍA! —blasfemó.
La confusión me invadió.
—Wayre, ¿qué día? y ¿por qué dices que mi papá te dijo eso?
Inesperadamente, Wayre soltó una sonora y frenética carcajada, la cual me asustó bastante.
—Tu desgraciado viejo trabajó para la OLFD mientras tú estabas con Leticia. ¡Era un puto espía de Izumi! Cuando lo descubrí, se lo dije en la cara, tanto a André como a él. Y ESO MISMO FUE LO QUE DIJO MIENTRAS TRATÓ DE CONTROLARME CON UNA PISTOLA IGUAL A LA TUYA. "NO QUIERO HACERTE DAÑO" —se rió, una risa maniática, loca, enferma. — ¡Afortunadamente logré quitarle la pistola y matar al maldito con ese Mors Daemoniourum!
Si mi corazón todavía hubiera funcionado, se me hubiera detenido un instante. La garganta se me contrajo y los ojos se expandieron, mientras que mi cerebro no podía captar otra cosa que perplejidad.
— ¿Qué?
— ¡Así como lo escuchas! ¡Yo maté a tu viejo! —volvió a reírse.
Y de golpe, terminé por comprenderlo todo de una buena vez. Izumi lo mandó al matadero. Pero fue la bestia que salió desde las profundidades de Wayre quien lo asesinó.
La rabia, la melancolía, la tristeza, el miedo y todas aquellas emociones que me habían invadido por tantos meses, se juntaron, y se pusieron de acuerdo para algo: Apretar el gatillo. Tres veces. Tres disparos.
Al fin, después de tanto tiempo, había vengado la muerte de mi padre. El asesino estaba muerto.
Me quedé contemplando el cuerpo inerte de Wayre por un segundo. Ahora sólo había una sombra, un rastro, una huella de lo que fue.
Se escuchaban pasos. Muchos pasos. Seguramente eran los de Piso.
La ventana estaba abierta, así que no lo dudé y salté de ella, cayendo en la dura acera. Me golpeé las rodillas, y me raspé la cara y las manos.
Me alejé corriendo de la avenida medianamente iluminada, en medio de la lluvia, y dejé que las sombras de los edificios me engulleran. De cualquier forma, ya estaba acostumbrada a andar entre sombras.
Entre sombras traicioneras.
ESTÁS LEYENDO
Sombras Traicioneras | COMPLETA
Fantasía-¡Crist, tenemos que bajar! -dijo él. ››-¿Estás loco? ¡Esas llamas nos quemarán vivos! (...) ››-Crist... Esa es la cosa... No lo estamos...›› Cuando el padre de Cristina debe irse a un viaje de negocios, parece que el único desastre será vivir tem...