Escape

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— ¿Tienes algún problema, Wayre? —pregunté fríamente.

—Aléjate de Max –dijo tomándolo protectoramente del hombro —, solo vas a traerle problemas, demonio.

Reí amargamente.

— ¿Así que ahora soy solo eso para ti, no? Solo un demonio. Jamás nos conocimos ni fuimos amigos, ¿cierto? ¿Tú crees que en serio quería transformarme en esto?

—Posiblemente. —respondió.

—No, Wayre, yo solo estaba buscando respuestas sobre la muerte de mi papá.

— ¿Y por qué abandonaste a Izumi? –cuestionó mientras daba unos cuantos pasos hacia adelante.

—Porque no encontré lo que buscaba. Así de simple. Jamás me sumergí en el fanatismo de esta secta, si es así como se le podría llamar. —me sinceré. Trabamos los ojos unos segundos, con intensidad.

—Tenemos que irnos —terció Max—. Wayre, ¿podrías dejar que mi hermana y yo nos quedemos contigo? –preguntó, pero Wayre lo ignoró. Seguía mirándome, analizándome. — ¿Hola? ¡Llamando a mundo Wayre! Sé que mi hermana está igual de atractiva que yo, pero cálmate, ¿ok?

Fue entonces cuando, ruborizado, apartó la mirada, y la posó sobre Max. Me dio vergüenza, pero a la vez gracia. Me mordí el labio para no reír, porque me parecía el momento menos apropiado para hacerlo.

—Sí, sí pueden —masculló. Suspiró. —Bueno, tomen todo lo que puedan y súbanlo a mi auto.

— ¿Y tú desde cuándo tienes auto, eh cabrón? —preguntó Max cuando ambos nos metíamos a mi cuarto.

Del clóset bajé una vieja y polvosa bolsa, y la puse sobre la cama. Metí la poca ropa que me quedaba, pues la demás la había abandonado en casa de Adam y Leticia. La eché en la maleta, al igual que un poco de dinero.

—Bueno, ya soy mayor de edad, bobo. Puedo darme el lujo de comprarme un auto cuando me dé la gana.

—Uy, perdón, señor "Madurín" —comentó Max mientras echaba arrebujadamente un bonche de papeles a mi bolsa.

Después de recoger la mayor parte de los papeles, bajamos. Wayre nos ayudó a llevar la bolsa, mientras que Max y yo llevábamos más cachivaches entre los brazos.

Cuando apenas uno de nosotros había bajado los escalones, escuchamos el ruido proveniente de la puerta principal: La manija siendo agitada. Los tres retrocedimos instintivamente cuando la puerta principal estalló en mil pedazos junto con un fragoroso sonido.

Apreté los dientes.

Lo supe de inmediato. Izumi y sus hombres habían llegado por mí. Debíamos de salir cuanto antes, pero ¿por dónde? La habitación tenía una ventana que daba hacia la calle, pero probablemente había otros demonios esperándonos. La recámara que pertenecía a papá estaba en la misma situación.

—Cristina —dijo una monstruosa voz de tonos graves y agudos. Los chicos y yo empezamos a subir con sigilo. — ¿Dónde estás? —a pesar de la distorsionada voz, logré reconocerla. Era la de Izumi. Escuché pasos. —Cristina... Hagamos un juego: Si alguno de nosotros te encontramos o decides salir de donde quiera que estés, volverás con nosotros. –Los tres habíamos llegado ya a la planta de arriba. —Si escapas, jamás podrás vivir en paz. Yo seré tu sombra, Cristina, aquella fracción de oscuridad que te estrangulará en cualquier descuido de tu conciencia. Juega inteligentemente. Te doy un minuto para decidir.

<<Pinche juego todo culero>> pensé a pesar del miedo.

Sentí las respiraciones agitadas de los chicos en el cuello. Me volví hacia ellos y moví los labios sin sonido alguno. Les dije que nos fuéramos, porque en definitiva, no iba a seguir del lado de Izumi. Todas esas muertes... La muerte de Giovanna... No, por supuesto que no quería volver. Lo odiaba. A él y a sus demonios.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora