Cada vuelta que daba con la camioneta era un tormento, pero íbamos a la delantera, y en esos momentos, tal vez era lo que realmente importaba. Aún así, era casi imposible no quejarse.
—Hanna, cálmate, chica. —dijo Toño.
—También cálmate tú, pedazo de basura. —arrebató con desdén. —A mí nadie me dice que hacer.
Sergio soltó una risita.
—Le voy a decir lo que acabas de mencionar a Izumi. A ver qué le parece.
Idiota. La camioneta estaba justa a unos metros de una vía rápida. Hanna pisó aún más fuerte el acelerador, acercando el automóvil peligrosa y velozmente a la calle.
— ¡Mierda! —grité. A pesar de que no podía morir por esa causa, era evidente que iba a doler, y la recuperación iba a ser tardía.
Justo cuando nos íbamos a estrellar contra un carro rojo, Hanna frenó de golpe. Laila se pegó en la cabeza con el cristal, dejando grone embarrado.
— ¡Hanna! —gritó Ale, horrorizada.
Sergio se levantó de su asiento, quitándose el cinturón de seguridad y le dijo con notoria preocupación:
— ¿Laila, puedes oírme?
—Sí, estoy bien. —dijo, sobándose la cabeza. Lucía algo mareada, pero no parecía nada grave. Sergio la abrazó con aire protector.
—Ya saben qué pasa cuando me retan o me amenazan. —sentenció con rabia contenida y un dejo de goce en la voz. Con eso bastó para que tuviéramos que sujetar a Sergio y que no ocurriera nada más serio.
— ¡Hija de tu puta madre! ¡Ahora sí me las vas a pagar cabrona!
—Güey, ya cálmate. —dijo Adam mientras lo sostenía por los hombros. —Ya sabes como es. Sólo te va a afectar a ti la pelea.
—Sí. Además estoy bien, no tienes de qué preocuparte. —añadió Laila.
— ¡Pero esa idiota...!
—Sergio, en serio estoy bien. Ya siéntate. —repuso su hermana acaloradamente.
La miró a los ojos un instante. Bufó mientras se sentaba. Se puso el cinturón de seguridad a regañadientes y se cruzó de brazos. Todos volvimos a los asientos. Un silencio muy tenso cayó sobre nosotros, cual red, mientras Hanna seguía conduciendo bruscamente. Fuimos los primeros en llegar. Adam abrió la puerta corrediza y todos saltamos al agrietado asfalto. El aire fresco de finales de de marzo me pegó en las mejillas.
Hanna descendió del auto al último, y consigo llevaba unas pequeñas cajas de cartón. Nos empezó a aventar una a cada uno. Luego volvió a la camioneta. Mientras, aproveché para abrir la caja. Era el auricular, uno pequeño, apenas visible. Iba por dentro del oído. Me lo coloqué y lo encendí. No escuchaba nada, aún no.
Hanna regresó con una especie de cinturón con algo a un lado. No pude ver bien de qué se trataba hasta que tuve uno de ellos en mis manos. La cosa que pendía del cinturón no era nada más ni nada menos que una funda para la daga. Me lo puse, y coloqué el arma en su lugar.
Me acerqué a la furgoneta y vi mi reflejo. Mi imagen me provocó un escalofrío. Me veía temible. El simple sentimiento empezó a hacer que mi traje de ataque apareciese. El olor similar al papel quemado me invadió la nariz. Me contemplé nuevamente. No me reconocí. ¿En qué me había convertido en estos meses? No me refería a mis cambios físicos, sino a todo lo demás. No me di cuenta en qué momento yo y todo lo que me rodeaba habíamos cambiado, de forma tan... radical.
—Voy a estacionar la camioneta dos calles adelante —dijo Hanna a los otros. Luego, caminó hacia esta, y me miró con desdén cuando pasó a mi lado. Subió a la furgoneta, arrancó, y aceleró como loca.
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Sombras Traicioneras | COMPLETA
Fantasy-¡Crist, tenemos que bajar! -dijo él. ››-¿Estás loco? ¡Esas llamas nos quemarán vivos! (...) ››-Crist... Esa es la cosa... No lo estamos...›› Cuando el padre de Cristina debe irse a un viaje de negocios, parece que el único desastre será vivir tem...