Al principio sólo me dediqué a alejarme del hospital. Luego me quedé sin rumbo. Pensé en mis opciones para pasar la noche, y entonces me di cuenta de que había un lugar al que no había ido en varios meses.
Crucé las avenidas mal iluminadas y las calles llenas de grietas y parches, hasta que me encontré con una puerta de acero color chocolate, la cual estaba flanqueada por una pared color beige. En cada pared había una ventana con cortinas cerradas. Me acongojé un poco al ver el pasto seco y las flores marchitas y descuidadas.
Donde solían haber geranios, había una llave escondida, esperándome. Me acerqué a las desvanecidas plantas y escarbé hasta que la encontré. Intenté introducir la llave en la cerradura. No pude hacerlo. Intenté varias veces. Nada. La cerradura había sido cambiada. Fruncí el ceño. ¿Quién la había cambiado? ¿Acaso había sido mi padre? Había cierta probabilidad. Tal vez después de entregarme con Leticia lo había hecho. ¿Pero para qué? ¿Cuál era el sentido? ¿Acaso no planeaba volver?
La casa estaba ubicada en la esquina de la calle principal y una callecita. Recorrí la casa por delante y por detrás. En la parte trasera había una ventana abierta. Salté la verja, y caí de bruces sobre el patio. Tomé el palo de lo que solía ser la escoba, y me introduje a la casa por la ventana. Tenía el palo por encima de mi hombro derecho mientras lo agarraba con las dos manos, como si fuera a batear una pelota de beisbol.
Todavía conservaba la esperanza de encontrarme con los muebles polvorientos y las cosas tal cual las habíamos dejado. Sin embargo, la esperanza se desvaneció. Avancé con cuidado, mientras descubría que los sillones estaban en diferentes posiciones. Los libros estaban movidos. La mesa tenía platos sucios recientes. Alguien estaba habitando la casa. Que yo supiera, nunca la había vendido, pero... ¿Y si sí?
Seguí avanzando con cautela hasta el umbral de las escaleras. Las luces estaban apagadas, así que o estaban dormidos o no estaban en casa.
—No te muevas —dijo una voz en la oscuridad. O estaban vigilándome a oscuras, pensé. —, voy a disparar y tengo experiencia. —me volví al lugar de donde provenía la voz. Se hallaba ahí, a unos escalones más arriba.
Encendí la luz. Lastimó mis ojos, pero poco importó ese detalle. Lo realmente trascendente, eran su cabello y sus ojos negros, su cara ovalada y sus rasgos finos pero masculinos. Ambos nos quedamos paralizados por un instante.
— ¿Cristina? –tartamudeó, exaltado. Bajó las escaleras y se colocó junto a mí. Apenas era unos centímetros más bajo que yo.
Me abrazó.
— ¿Quién eres tú y cómo me conoces, niño? –pregunté, confundida. Lo alejé de mí y miré sus rasgos. Me parecían vagamente familiares. — ¿Y qué demonios haces en mi casa?
— ¡Oh, mierda, mierda, mierda! Creí que sería difícil encontrarte de nuevo –dijo, dando brinquitos. Yo seguía atarantada. —, pero resulta que tú me encontraste. –exclamó, ignorando mis preguntas. –No sabes lo que pasé para...
— ¡Woah, alto ahí, güey! ¡Explícame qué rayos está ocurriendo! –Exigí y esta vez logré que el chico se tranquilizara. —Ven, vamos al sillón que probablemente ya conoces. –dije, con un dejo de molestia.
Bajamos las escaleras y fuimos a la sala. Una vez ahí, nos sentamos frente a frente. Lo observé, y de golpe, comprendí de dónde lo conocía. Era... El chico que había bajado con una cuerda por la ventana en las oficinas de Izumi. Aquél chico que Adam había hecho que se aventara al vacío. Entorné los ojos, llena de genuina curiosidad.
— ¿Quién eres? –pregunté, dándole vueltas en mi cabeza. Tenía tantas preguntas.
—Maximiliano. Llámame Max.
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Sombras Traicioneras | COMPLETA
Fantasía-¡Crist, tenemos que bajar! -dijo él. ››-¿Estás loco? ¡Esas llamas nos quemarán vivos! (...) ››-Crist... Esa es la cosa... No lo estamos...›› Cuando el padre de Cristina debe irse a un viaje de negocios, parece que el único desastre será vivir tem...