Epílogo

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—Así fue como todo pasó. Lo demás ya sabes, llegué corriendo a nuestro apartamento, y descubrí que los demonios te habían puesto en la cama. Te desperté, y mientras te espabilabas llamé a mi amigo Rodrigo, el que te dije que era cliente de la florería y que trabajaba en una agencia de viajes. Me ayudó con el papeleo para irme lo antes posible del país.

—Y a la mañana siguiente me dijiste que debíamos irnos, y eso hicimos, tomar un vuelo a escala de muchas horas hasta llegar aquí, a Guinea Ecuatorial. —dijo Max, quien ya se había convertido en un joven bastante atractivo de 17 años de edad. —Nunca me explicaste tan detalladamente lo que había ocurrido. —declaró, serio. Miraba por la ventana de la casa, pensativo.

—Sí. Pero todo eso ya pasó hace dos años y pico.

—Hm. —hizo un sonido corto y tajante.

Vacilé.

— ¿Qué pasa?

Max me penetró con una mirada cargada de frialdad, y sentí como si mil cuchillos me atravesaran las córneas.

— ¿Max...? —al decir eso, se levantó de la mesa blanca, la cual estaba dentro de nuestra casa. —Max... —dije a medida que sentía como los músculos de las piernas se me tensaban.

El chico se restregó la cara. Esa no era una buena señal, no señor. Volví a llamarlo, pero él sólo atinaba a dar mil y una vueltas por el mismo lugar de la casa.

—Así que tú lo asesinaste. —dijo de pronto. No supe a quien se refería exactamente. Abrí la boca para preguntar, cuando, de repente, Max aventó la silla y pateó la mesa. Me puse de pie de mi asiento, y retrocedí un paso. — ¡Tú lo mataste! ¡Mataste a Wayre! —dijo con la voz desgarrada, a medida que las lágrimas se escurrían de sus ojos. Traté de tocarlo. —Déjame solo. —me evadió.

—Pero Max... ¿Acaso eres imbécil? ¡Él mató a papá!

— ¡Déjame solo, Cristina! —rugió, pero yo ya estaba lo suficientemente molesta como para detenerme.

— ¡No! ¿Cómo puedes permitir que te afecte la muerte de un traidor como Wayre? Él me engañó... ¡Nos engañó!

Max no escuchaba. Caminó hacia su habitación con los puños apretados, al igual que sus dientes. Sus pisadas eran tan fuertes que las maderas del piso trastabillaban.

— ¡Max! —le grité mientras lo seguía.

Empujé la emparejada puerta de su habitación... Y ahí estaba él: Parado en medio del cuarto, apuntándome con un Mors Daemoniourum que había sacado de quién sabe dónde. Aún lloraba, y ahora temblaba.

— ¿Por qué nunca me lo dijiste hasta ahora? —cuestionó con voz tensa. — ¡Por qué!

Un nudo en la garganta se me formó.

—Porque yo... —hice una pausa, pues la voz se me rompió. —Sabía lo que pasaría. Sabía que Wayre era más hermano para ti de lo que yo jamás sería. Pero debes entender que Wayre era... —<<un traidor>>, quise decir.

Una X, dos X, tal vez incluso tres X. No importó, y sigue sin ser importante ahora. Lo relevante es que todas ellas me dieron a mí, justo en el pecho.

Intenté hablar, pero por todas las circunstancias, y principalmente por la perforación de mis órganos y la pérdida de grone, jamás pude. Me derrumbé en el suelo, y vi como el grone salía a chorros de mí ser.

<<Este es el verdadero final>> pensé, y esa vez, en parte, tenía razón.

Sentí la presencia de Max esfumarse, y al cabo de un rato, lo único que existió fue oscuridad.

Era el fin para mi cuerpo de sombra. A mi alma sombría le tocaba cruzar una larga penitencia en Inferna.

Estaba muerta.

FIN.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora