El ritual

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Durante algunas semanas no ocurrió nada realmente interesante. La rutina de siempre: ir a la prepa, hacer los deberes, y los días indicados ir a los entrenamientos. Ah, claro: tratar de no observar las sangrientas escenas que provocaban mis compañeros. Siempre me rehusaba a tirar una daga. Era mi pequeña rebelión contra ellos.

Era martes. Me había quedado dormida mientras hacía la tarea, pero el ruido de mi celular sonando me despertó. Abrí los ojos y lo vi vibrando a mi derecha. Lo tomé y noté que se trataba de Hanna. << ¿Y ahora que mierda quiere?>> pensé con desdén. Contesté.

— ¿Sí? —dije de mala gana.

— ¿Por qué demonios no contestabas? ¡Te marqué tres veces! —me gritó. No me inmuté. Estaba bastante acostumbrada a su jodido humor.

—Ah... Creo que no lo escuché. Estaba dormida. ¿Qué necesitas?

—Quiero que Adam y tú vengan a las oficinas a las seis.

— ¿Para qué? —pregunté con genuina curiosidad.

—Eso no te incumbe. Avísale, y vengan temprano.

—Pudiste hablarle a él también.

—No quise. —dijo y colgó. Rodé los ojos y lancé un gruñido.

Me levanté del escritorio, y arrastré los pies hasta la habitación de Adam. Con flojera, toqué la puerta, y unos segundos después, abrió.

— ¿Qué trae por aquí a una señorita tan bella? —dijo al verme. No pude evitar sonrojarme. ¿Por qué decía cosas como esas de la nada?

—Ah... Eh... Pues... Hanna me habló y dijo... ¿Qué me ves? —pregunté agresivamente. En muchas ocasiones, ponerme nerviosa me irritaba. Y con la mirada que me echaba Adam... Oh dios.

—Nada.

—Entonces ya deja de mirarme así —dije bajando la mirada.

—Bueno, bueno, tranquila. Yo... Sólo creo que eres linda cuando te ruborizas. No me malentiendas, eres linda, pero aún más cuando...

¡Oh rayos, rayos, rayos! El enrojecimiento de mi cara fue tanto que me empezaron a brotar lágrimas. Apreté los dientes y bajé por completo la cara para que el cabello me cubriera.

—Sí, muy gracioso. Yo... Yo... Yo... Tengo que... Irme, jajá... ¡A arreglarme! ¡Sí arreglarme! —exclamé y salí disparada de ahí.

Me metí en mi habitación, azotando la puerta a mi espalda. Me deslicé hasta quedar sentada con la espalda pegada a la puerta. Mi corazón y mi respiración iban a 1000 km/h. O al menos así lo sentía. Metí mi avergonzada cara debajo de mi playera negra hasta que me calmé, aunque sinceramente me sentí impotente para darle la cara nuevamente. Pero como no iba a pasar la vida entera escondida, me levanté e inflé las mejillas al sacar aire.

Me maquillé un poco los ojos frente al espejo, y cepillé mi cabello, tratando de no pensar en lo sucedido con Adam. Di media vuelta, y caminé a la puerta. Cuando abrí, di un respingo al ver a Yannick frente a mí. Traía dos dagas en las manos, y jugueteaba con una de ellas. Por unos instantes, pensé que me la clavaría, así que me invadió el pecho una oleada de miedo.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de que no me temblara la voz.

—Bueno, vengo a hacerte entrega de esta filosa daga.

Extendí la mano, viéndolo con mala cara, y me la entregó.

— ¿Para qué la necesito? —cuestioné.

—Izumi acaba de llamarle a mamá y le dijo que cada uno debíamos llevar una a la reunión. No dijo la razón. —se encogió de hombros y yo asentí. Él señaló con el pulgar las escaleras. —Será mejor que bajemos.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora