El enigmático joven

29 5 0
                                    

Pasó una semana. Fuimos todos los días a entrenar, algunas veces por la mañana, otras por las noches, y todo para que la OLFD no nos atrapara. Nos hicieron aprender a controlar nuestros poderes, nada más que eso. Nada interesante, la verdad. Lo realmente interesante, sería el día del ataque. Y ese era el día.

Eran las seis de la mañana. Estaba demasiado inquieta como para volver a la cama, por lo que me preparé, tomé las llaves de repuesto que guardaban detrás de la figura de Quetzalcóatl, y salí sigilosamente de la casa. No quería que ninguno me siguiera. Tenía ganas de estar sola.

El viento de primavera me recorrió la cara, con ternura, mientras corría. Crucé varias cuadras, evitando las que estaban demasiado oscuras, sólo por seguridad. Podía tener poderes chingones, pero no era estúpida.

Después de unos cuantos kilómetros, me cansé y me recargué en una pared. El alumbrado público en esa colonia estaba mejor que en la que vivía con Leticia. Era una zona más presuntuosa, con casas elegantes, sin ningún grafiti y pintadas de blanco o colores brillantes y bonitos. De pronto, reconocí esa parte de la ciudad. Había estado allí antes. Por ahí vivía Giovanna. Unas cuantas veces había ido a su casa.

Me pregunté qué habría sido de ella, y un sentimiento de pérdida me embargó. Realmente extrañaba a mi mejor amiga. ¿Pero, qué podía hacer? Verla no era una opción. Debía evitar todo tipo de contacto con ella, si quería excluirla de todo esto. Mas el destino tiene cosas extrañas preparadas para cada uno. O tal vez era mi fatalismo del momento.

— ¿Cristina? —preguntó la voz de un hombre. Me volví a su dirección, y descubrí a un señor vestido de forma casual, canoso, con la piel enrojecida y rugosa; sus ojos color bronce me miraban con curiosidad. — ¿Qué haces aquí y a esta hora?

Me levanté y le tendí la mano.

— ¿Cómo está señor? —le pregunté. —Ah, yo sólo pasaba por aquí por casualidad. Estoy, ya ve, poniéndome en forma y eso. —dije señalando mi atuendo deportivo.

—Oh, me alegra mucho oír eso. ¿Cómo van los estudios? Mi hija me dijo que empezaste a faltar a la escuela y que no ha podido contactar contigo. ¿Está todo bien? —preguntó con tono preocupado.

—Sí, sí, no se preocupe. Todo está bien. Dígale a Giovanna que no pasa nada malo.

— ¿Entonces qué es lo que pasó que dejaste de ir a la prepa? —preguntó Ernesto, el padre de Giovanna.

—Pues, bastantes cosas a decir verdad. Obtuve una beca deportiva en otra escuela, es de... básquetbol —mentí, rascándome la frente con nerviosismo.

— ¿Y los otros chavitos que también son tus cuates? Tampoco han ido.

— ¿Quiénes? —contesté, haciéndome la bruta porque no tenía una mentira para las ausencias de Yannick ni Adam.

—Los güeritos que tienen el apellido inglés y sus nombres muy americanizados... Unos, que su mamá se llama... Creo que Leticia, no sé, algo así. —insistió.

<< ¡Chingada madre, deje de preguntar!>>. Puse cara de tarada.

—No, ni idea de quiénes me habla, señor Ernesto. Con la única que me llevo es con Giovanna.

—Acuérdate, que eras novia del de ojos medio verdes.

—Le juro que no sé de quién está hablando —dije; en otras palabras era: ¡Viejo metiche, que le importa!

Abrió la boca para seguir hablando, pero antes de que eso pasara, intervine diciendo:

—Bueno, me tengo que ir, un gusto hablar con usted. Mándele saludos a Gio de mi parte.

Sombras Traicioneras | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora