17. Same Mistakes

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—Celeste.

—Verde. —insiste.

—Amarillo. —propongo

—¡Arcoiris! —grita sonriente.

—¡No! —alargo. —Dios, así nunca decidiremos un color para la habitación.

—Es un bebé, Harry. No sabrá ni siquiera dónde está. —Soph ríe.

—¿Y si le ponemos dibujitos? —pregunto, mostrándole las fotos en la laptop.

—¡Oh, sí! Podemos hacer que la pared sean nubecitas, animalitos... ¡Una selva! —exclama.

—Eso me gusta... —vacilo.

—Sí, sí, y... Leoncitos, elefantes... Jirafas... Lianas... —enumera, escribiendolo en su celular.

—¿Vas a colgar lianas? —inquiro sorprendido.

—No, tonto. Todo será imágenes en la pared. —responde con un leve golpe en mi brazo.

—¿Y si es niña? —cuestiono.

—¡El océano! —suelta emocionada, abriendo en grande los ojos.

—No, Sophia, princesas. —corrijo riendo. —Podemos decorar todo de princesas.

—Ay, no, que horror. —se queja arrugando su nariz en una mueca de desaprobación. —Si es niña puede ser de... Diamantes, corazoncitos, mariposas... ¡Eso es! ¡Un parque!

Mis cejas se alzan, asombrado de sus pensamientos tan creativos. —Suena raro, pero también me gusta la idea. —acepto.

—Bien. Iré a hacer pipí y vamos a comprar lo que querías. —avisa, bajándose de la cama en dirección al baño.

Le había dicho a Soph que quería ir a comprar de una vez unas cosas para el bebé. Estaba muy emocionado con todo ese tema. Tal vez un tocador para su ropa... Una silla mecedora... Unos sofás...

—¡Harry! —su grito suena desde el baño.

Ese no era un grito de diversión, era un grito de terror.

Me levanto de la cama de prisa, dejando la laptop a un lado y avanzo a zancadas al baño, pensando que tal vez se haya podido caer o golpeado.

Abro la puerta de inmediato y Sophia estaba sentada en el inodoro. Pero lo que llamó mi atención de inmediato fueron sus bragas blancas.

Tenían una mancha cerca del color rojizo.

—¿Qué pasó? —susurro sin quitar la mirada de su prenda.

—Yo... No sé, me senté y las vi y te llamé. —responde nerviosa.

—¿Te golpeaste? ¿Te duele algo? —consulto rápidamente.

—No, no... —niega con la cabeza, asustada.

—Vamos con la doctora. Levántate. —ordeno, tomando su mano.

Ella obedece de inmediato y se acomoda las leggings que llevaba puestas hace unos minutos.

—¿Qué significa eso? —inquire, siguiéndome por el pasadizo hacia la salida de la casa.

—No sé, no sé... ¿Por qué tienes sangre ahí, Soph? —repito preocupado.

«Se supone que debes calmarla, no empeorar la situación»

«Bueno, yo estoy nervioso también, ¿Sabes?»

—Yo no sentí nada. —contesta terminando de bajar las escaleras.

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