Capítulo 11

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- ¿Estás lista?

- No sé si esto será una buena idea, Marcel.

Yo me había cambiado de traje y Alice se había arreglado un poco para salir.

- Claro que sí.

En realidad, ni siquiera yo estaba muy seguro de que fuera una buena idea, pero no iba a dejar que se quedara sola en casa llorando.

Subimos al coche y conduje hasta la cafetería de la hermana de Brent. Confiaba en que salir la animase un poco, por eso la había invitado a venir conmigo.

- ¡Llegas justo a tiempo, va a comenzar! - chilló Prim, muy emocionada.

Prim tiró por nosotros hacia el interior del local. No parecía para nada el mismo lugar en el que habíamos tomado un café esa misma mañana. La luz de la pantalla en la que se estaba proyectando el concurso destacaba en aquella oscuridad que se conseguía al apagar todas las luces del techo y sólo dejar encendidos un par de neones azules. Reconocí a Brent, que estaba hablando con la que parecía ser su hermana. Él me vio y me saludó desde el otro lado de la cafetería. Yo lo saludé también antes de que Prim nos llevase hacia la mesa donde había apoyado su cerveza.

- Tú debes de ser Alice. Yo soy Prim. - se presentó.

Alice sonrió por primera vez desde hacía horas.

- ¿Qué queréis beber? - preguntó Prim.

- Un agua. - dijo Alice.

- No te preocupes, ya voy a pedir yo. - dije - Y a tí te traeré un refresco. - miré a Alice.

Cuando volví con mi cerveza y una Fanta para Alice, Prim me esperaba con pintura facial. Se había pintado una bandera inglesa en la mejilla y otra a Alice.

- Oh no, oh no. Por eso sí que no paso. - rechacé.

- ¡Si no no es lo mismo, Marcel! - insistió Prim.

- ¡Oh, venga! - pidió Alice, risueña.

Me alegró ver a Alice con su sonrisa habitual, así que terminé aceptando a regañadientes.

Con mi banderita belga ya pintada, empecé a beber y a centrarme en las canciones. Prim fue junto a Brent y se sentó a su lado.

Alice volvía a estar tristona, mirando fijamente la botella. Yo moví mi mano delante de su cara para traerla de vuelta.

- Hey...

- Estaba pensando. - sonrió, con tristeza.

- No lo hagas, nuestros cerebros nos odian. - me reí antes de beber un trago.

Giré la cabeza hacia donde estaban Prim y Brent. Ella lo cogía del brazo y reía sus chistes. Él estaba sonrojado como un tomate y sonreía como un bobo.

La canción de España fue una vergüenza (como siempre), la de Inglaterra no estuvo mal y la de Francia se hizo con la victoria. La noche en general había sido entretenida. Una buena oportunidad para salir de la rutina.

Cuando fui a despedirme de Prim, vi que ella estaba entretenida besando al socorrista. No los interrumpí, y me fui con Alice de vuelta a casa.

- ¿Qué pasa? - me preguntó Alice en el coche.

- Nada. - suspiré.

- Estás muy callado...

Sonreí, amargamente.

- ¿Es la chica?

- No.

- No, para nada. - dijo con ironía.

- Un poco sólo. - sonreí.

- Pensaba que eras un robot sin sentimientos, que no te podías enamorar.

- Y no estoy enamorado. Es... - busqué una palabra, sin resultados - otra cosa.

Nos quedamos en silencio.

- Es guapa. - dijo.

- Sí.

Ella sonrió.

- Nuestra relación no es una relación convencional. - expliqué - Sólo nos acostamos y nos hacemos compañía. Y me da pena perderlo. Puede parecer una tontería, pero me resulta difícil verla con otro. Pero las normas eran claras: sólo sexo y amistad. Sabía en lo que me estaba metiendo. Y si ella quiere estar con Brent pues ajo y agua.

- Eso dice tu cabeza, ¿y tú corazón?

- Que quiero matar a Brent.

Alice rio como una loca. Después nos volvimos a quedar en silencio. Ella miraba el cielo por la ventanilla del coche.

- Gracias, Marcel. Necesitaba dejar de lado por un rato todo... esto. - señaló su barriga.

Asentí.

- Me muero de sueño. - comenté.

- Mañana es domingo, no tienes que trabajar.

- Gracias a Dios.

Ella apartó la vista del cristal.

- ¿Crees que Elliot habrá vuelto?

- No lo sé, depende de cómo ande de liquidez.

- Dicho así, no suena tan mal.

- Una de las ventajas de la economía: los eufemismos. Los políticos encontrarán miles de palabras para evitar decir que nos están enterrando en mierda, igual que puedo decir "depende de cómo ande de liquidez" para no decir que volverá cuando se le acabe la guita.

- ¿Cuál es el eufemismo para mi situación, Marcel? - gimoteó - Embarazada, sin techo, abandonada por su familia y cargando un drogodependiente.

No pude contestar, no tenía palabras.

- Estoy agotada. Agotada de los estudios, agotada de soportar las críticas y agotada del insensible de Elliot. Estoy agotada de todo.

Aparqué en el garaje.

- Alice, mírame. - obedeció - Eres muy valiente. Diría que eres la mujer más fuerte que he conocido. Pero si necesitas ayuda, pídela. Yo puedo hablar contigo, puedo ayudarte.

Me froté la muñeca, nervioso.

- Gracias. - se colocó el pelo detrás de las orejas - Creo que necesito dormir un poco.

Asentí.

Entramos en casa y subimos las escaleras. Efectivamente, Elliot todavía no había vuelto. Al llegar a la puerta de su habitación, Alice se detuvo.

- Buenas noches.

- Buenas noches. - contesté.

Me tiré en mi cama pero sin taparme. Estaba cansando, pero tampoco lograba dormir. No dejaba de pensar en Prim, en Alice, en Ernest y en todo lo ocurrido durante el día. Ya sin el traje, observé mi fea cicatriz de la muñeca y la acaricié hasta que me quedé dormido.

***

Desperté con el sonido de la puerta al cerrar. Luego escuché unos pasos que subían las escaleras y se metían en la habitación de Alice. A continuación, empezó un murmullo repleto de altibajos.

- No pienso darte más dinero. - entendí en un momento.

Una voz empezaba a alzarse sobre la otra, y al final sólo hubo silencio, seguido de unos pasos que bajaban las escalas, abrían la puerta y se marchaban dando un portazo.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora