El doctor no me había perdido de vista en ningún momento. Supongo que era normal que si le llegaba una embarazada cubierta de golpes con un chico con la camisa llena de sangre sospechase, ¿pero de verdad no podía dejar de mirarme así después de haberle explicado lo ocurrido? No, ni él ni el resto de los médicos, pacientes y familiares que estaban en el hospital.
Él se acercó a mí sujetando una carpeta transparente en la que supuse que llevaba los resultados de las ecografías y demás pruebas a las que habían sometido a Alice.
- ¿Espero un poco para hablar con ella o entro ya?
- No lo sé, mejor pregúntele a ella. - contesté.
Llamó a la puerta de su habitación y entró. Yo seguía esperando en el pasillo, sujetando un cubo de hielo contra la mandíbula y los nudillos. Aún por encima me dolía el corte por el puñetazo de mi hermano, y sospechaba que quizás hubiera vuelto a sangrar un poco. Tampoco importaba mucho: ya tenía la camisa bañada en rojo.
Al poco salió el doctor y entré a ver cómo había ido todo.
- Está bien, no le ha pasado nada al bebé. - dijo con la voz rota.
No soportaba verle la cara así, hinchada como una pelota.
- Deberías denunciarle. - dije.
- Marcel, vete.
- Él no...
- Quiero estar sola, vete. - me interrumpió.
Mientras me iba la escuché empezar a llorar.
Paseé un buen rato por los pasillos del hospital. Nunca me había gustado, con todos aquellos enfermos y gente llorando, pero lo peor sin duda era el edificio en sí: viejo, lleno de humedades y de colores deprimentes. Ni siquiera la terraza era agradable, ya que el hospital estaba rodeado de edificios de viviendas baratas y que parecían caerse a cachos.
Tras pasar un rato allí fuera, volví a entrar. Un grupito de personas observaba a los recién nacidos a través de una ventana. A mí no me llamaban la atención ni lo más mínimo todos aquellos bebés llorones y moqueantes, pero todavía fue peor pasar por geriatría, con aquellos ancianos a los que se le caían las babas y que seguro que no recordaban ni su nombre. Nacemos siendo vegetales y morimos siendo vegetales, triste pero cierto.
Las paredes estaban empapeladas con carteles recordando a la gente que había un teléfono contra el suicidio, que la vacuna para la gripe ya estaba disponible y que deben usar anticonceptivos. Mis pies me llevaron hasta el ala pediátrica, pero me tuve que ir de allí corriendo: los niños lloraban al ver mi camisa.
Paseé por urología, cardiología y ginecología. En esta última, una madre discutía a todo volumen con su hija gritándole que era una irresponsable mientras la adolescente lloraba y un chico la miraba fijamente pero sin hablar. Harto de dar vueltas sin ningún rumbo, bajé a la cafetería.
Me senté a comer un sándwich de jamón y queso. Estaba deseando poder irme, pero sentía que debía quedarme por Alice. El doctor me había dicho que le darían el alta al día siguiente.
- ¿Marcel?
Una mano se posó sobre mi hombro, asustándome. Me giré y vi que era la madre de Kevin.
- Hola, señora Davis.
Ella se sentó en la silla que tenía enfrente.
- ¿Qué tal estás? - me preguntó.
- Bien, ya sabe, como siempre. - contesté sin muchas ganas - ¿Y usted?
- Han operado a Grace. - suspiró.
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Los crímenes de Marcel Peeters
AcciónMarcel Peeters es una persona manipuladora, inteligente, pero sobre todo ambiciosa. Prueba de ello es su reciente interés en acceder al mundo del tráfico de drogas. Para ello deberá recuperar a su grupo de socios que, tras una estafa fallida en el p...