Capítulo 4

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Desperté, me vestí y bajé las escaleras, para encontrarme con que el perro dormía en su base. Lo salté con cuidado por encima. No quería despertar a aquel monstruo.

Alice, al verme, se empezó a reír:

- No hace nada, es un pedazo de pan.

- Pues no lo quiero en mi casa. - contesté bastante molesto - Cuando vuelva, espero que se haya esfumado o yo mismo llamaré a la perrera para que lo vengan a buscar.

- ¿No tienes sentimientos? - preguntó.

- Diría que los justos. - al soltar estas palabras, el recuerdo de Grace el día anterior hizo que se me retorcieran las entrañas.

Ella señaló la silla que tenía enfrente, ofreciéndome que la acompañase en el desayuno.

- No tengo hambre.

Miré mi reloj una última vez antes de salir de casa.

- ¡Espera! ¿Vas a salir? - preguntó y yo asentí - ¿Me podrías acercar al supermercado? Me duelen los tobillos.

Miré de nuevo mi reloj, haciendo cálculos y pensando si me daba tiempo.

- Vale, pero espabila. - dije.

Ella subió a calzarse. Era el día de la reunión y no podía llegar tarde. Hoy era o todo o nada, y no iba a dejar que una embarazada de tobillos hinchados me lo fastidiase.

Ella descendió las escaleras y salió.

- Gracias por llevarme.

Le abrí la puerta derecha del coche.

- ¿De verdad conduces del revés? - preguntó muy sorprendida.

- A juzgar porque sólo en el 34% de los países se conduce por la izquierda, me parece que sois vosotros, los ingleses, los que conducís "al revés". - contesté.

Mi hermano sólo tenía una moto, y Alice nunca antes había visto un coche con el volante a la izquierda. Sabía que no debería contestarle así, pero estaba muy estresado.

Llegamos al supermercado y ella bajó.

- ¿Te importaría acompañarme? Es que me cuesta bastante coger las cosas...

Miré mi reloj.

- ¡Pero rápido, eh!

Aparqué y la acompañé adentro. Ella no hacía más que meter chocolatinas y comida basura en el carrito.

- No me mires así,- me dijo divertida - en tu casa sólo hay lechugas y cosas sanas. Una embarazada necesita comida. Comida de verdad.

- Siento ser tan sano. - dije con ironía - ¿Por qué no le dices a Elliot que te acompañe él a la compra?

- A él no le gusta. - contestó.

- Y a mí me encanta... - volví a ironizar - Oye, y visto lo visto, que ni te quiere acompañar a la compra, ¿te esperas que Elliot vaya a cambiar pañales, dar biberones y acunar al bebé?

Su sonrisa desapareció lentamente de su cara.

- Oye, Alice, lo siento. - dije.

No podía controlarlo. Muchas veces decía las cosas sin pensar en el impacto que podían tener en los demás.

Ella se dio la vuelta y siguió buscando los productos que quería comprar. Yo la seguí, empujando el carrito.

- Alice, lo siento. - repetí.

- Ya estoy bastante asustada, ¿tienes que meterme más miedo todavía?

- No parecía que...

- ¡Pues sí, me da miedo! ¡Y me molesta que seas tan malo conmigo! Te agradezco que nos estés manteniendo, pero creo que podías intentar ser un poco más agradable.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora