Capítulo 7

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Fui a vestirme. Cuando salí, descubrí que el socorrista me estaba esperando en la puerta. Era hora de cerrar y yo era el único que quedaba dentro.

- Te estás empapando el traje. - me señaló.

Mi pelo, igual que mi cuerpo, estaba mojado y goteaba. Como me había olvidado de comprar una toalla, no tenía nada con lo que secarme.

- Sí, ya me he dado cuenta. - contesté.

El socorrista era unos años mayor que yo y llevaba el pelo rapado. Me dijo que se llamaba Brent Tedder. Parecía agradarle tener compañía, y después de estar un rato hablando, me confesó que hacía poco había muerto su novia en un accidente de tráfico, y que por eso no tenía nada que hacer aquella noche. No soportaba llegar a casa y encontrarse solo, por eso intentaba posponer ese momento lo máximo posible.

- Lo siento. - dije yo.

- No quiero amargarte con mis problemas. Cambiemos de tema. - dijo obligándose a sonreír, aunque se veía que le costaba.

Él bebió un sorbo de su cerveza. Al final, ninguno de los dos quiso café y habíamos acabado pidiendo una Guinness él y una Coca-Cola yo.

El bar estaba bien. No habíamos tenido que caminar mucho desde la piscina. Era un lugar acogedor y bullicioso, aunque no había tampoco un exceso de gente. Algunos estaban viendo el fútbol mientras de fondo sonaba Deacon Blue.

- ¿Sabes qué fue lo primero que hice nada más ver qué te ibas al vestuario? Buscar tu nombre en internet. Y tras leer todo sobre tu empresa y demás encontré que fuiste campeón de la región de... ¿Cómo se llamaba?

- Valonia.

- Valonia y el segundo mejor de Bélgica. No está nada mal.

- Bélgica es un país pequeño. - respondí - No es para tanto.

- ¿Por qué no volviste a intentarlo? El nacional, digo.

- Ocurrió una cosa en mi familia.

Por mi cara, Brent debió suponer que no quería hablar de ello.

El camarero cambió el disco de Deacon Blue por uno de The Waterboys, aunque nadie más que yo pareció percibirlo. Brent me miraba, pensativo.

- Podrías intentar presentarte a la competición escocesa. - sugirió - Eres bueno, lo he visto.

- He perdido práctica. - contesté - Además, esto fue un hecho puntual. No tengo intención de volver a nadar.

- Seguro que es mucho más divertido dirigir una empresa... - sonrió con ironía.

- A mi me satisface. - contesté simplemente.

- Oye, yo podría ayudarte. Fui entrenador un tiempo, pero lo tuve que dejar por motivos externos a mi persona. Lo volvería a intentar contigo, podrías presentarte y ganar.

- Brent, ¿te puedo llamar así? - asintió - Agradezco tu oferta, de veras, pero no quiero. Es algo que intento dejar atrás.

- Pero te gusta.

- Pero me trae malos recuerdos.

Brent miró su reloj.

- Vaya... Se ha hecho muy tarde.

- Sí. - añadí yo.

Brent se levantó e insistió en pagarme él la bebida.

- Prométeme que lo pensarás. - me dijo.

Yo sonreí.

- Está bien. - le tendí la mano - Ha sido un placer conocerte, Brent.

- Lo mismo digo, Marcel.

Me dio la mano sonriente y después nos separamos.

Notaba como el frío se colaba dentro de mí: no es buena idea pasearte al fresco de la noche en Edimburgo con la ropa empapada. Pero todavía no pensaba volver a casa. Antes tenía que ir a disculparme con Prim.

Cuando llegué a su puerta y llamé al timbre, ella tardó un rato en abrirme. Cuando lo hizo, vi que llevaba un pijama compuesto por un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes.

- Marcel, es la una menos cuarto. - dijo algo somnolienta - Ya me estaba quedando dormida...

- Quería disculparme. No me porté bien contigo y...

- Sí, sí, disculpas aceptadas, pero pasa dentro que entra el frío. - tiró por mí.

Entré y cerró la puerta. Al agarrarme por la ropa notó que estaba empapado.

- ¿Y esto?

- Llovía. - mentí - Prim, lo siento.

Ella sonrió con dulzura.

- Yo tampoco debería haberte presionado. Aunque tampoco hacía falta que vinieras a estas horas... - rio - Pero bueno, por lo menos he logrado que entres en mi casa.

Ni me había dado cuenta, a decir verdad. Eché un vistazo. No se parecía en nada a la mía. Era un adosado también, pero bastante más pequeño y los muebles eran casi todos de Ikea. En la entrada donde estábamos, había una alfombra persa y un espejo. Luego había dos puertas: una que llevaba al salón y otra que llevaba a la cocina.

- ¿Quieres quedarte? - su voz sonaba insegura.

- No, sólo pasaba a decirte que lo sentía. Es tarde y mañana trabajo. - dije sin ganas - Además, debería quitarme la ropa.

- Eso no ha sido nunca un problema para nosotros, ¿no? - preguntó divertida.

La miré a los ojos y sonreí.

- Cierto.

Ella iba a acariciarme la mandíbula, pero apartó la mano con miedo. Yo sabía que estaba pensando que me molestaría, pero nada más lejos de la realidad. Yo la deseaba, igual que siempre lo había hecho. Sus manos... Era algo completamente distinto. La presión de sus dedos no era incómoda,sino que era como un calor agradable, que quemaba más cuando las tenía frías. 

Para disipar las dudas que pudiera tener, me acerqué a ella y le besé la mejilla. Ella no se movió. Permanecía rígida, dejándome hacer. 

- Qué seria... - bromeé.

- ¿Qué es lo que quieres? - preguntó, insegura de nuevo.

La levanté en el aire y la puse contra la pared, lamiéndole el cuello y sintiendo su culo en mis manos.

- ¿Qué voy a querer, Prim? - me reí.

Ella abrió las piernas para que yo me colocase mejor. Parecía que por fin había dejado de intentar entender mi mente y se dejaba llevar por la emoción del momento. Todavía en el aire, se agarró a mi espalda mientras yo enterraba mi cara entre sus pechos.

- ¿Subimos a la cama?

***

- Buenos días, dormilón. - me despertó con un pellizco en la mejilla. 

Me retorcí entre sus sábanas. Ella me miraba, ya en pie, mientras tomaba un café.

- ¿Qué hora es? - pregunté frotándome los ojos, todavía bastante atontado.

- Las doce. 

Prim descorrió las cortinas y la luz me dio directamente en los ojos. 

Aparté la vista como un vampiro. Entonces me di cuenta de que había dicho las doce.

- ¿¡Las doce?! ¡Llego tarde!

- Avisé de que no ibas a trabajar. - la miré sin comprender - Kevin llamó a las siete a tu móvil y yo contesté. Espero que no te moleste. El caso es que quiere reunirse contigo a la hora de comer. No me dijo de qué quería hablar.

- Podía haber ido a trabajar y comer con él. - gruñí, molesto por la luz. 

- Parecías cansado.

Suspiré. Intentando levantarme, todavía con los ojos cerrados, repté hasta el borde de la cama. Me caí y Prim empezó a reírse como una loca.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora