Capítulo 1

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- ¿Crees que soy un psicópata?

- ¿Um? Duerme, Marcel. - contestó Alice medio dormida.

Aquella idea me había estado rondando la cabeza desde hacía mucho tiempo y no me dejaba dormir.

Estaba sentado en la cama, reflexionando sobre mi vida. Alice tenía los ojos cerrados y respiraba calmadamente. Le besé el cuello y metí mi mano por debajo de su camiseta.

- Ahora no. - se dio la vuelta, molesta - Tengo sueño.

Decidí no seguir molestándola y puse mi brazo detrás de mí cabeza a modo de almohada. Seguía sin sentirme cansado, así que opté por levantarme.

Bajé las escaleras e iba a salir al porche cuando Arnaud me llamó.

- ¿Marcel?

Me di la vuelta y fui a su habitación. Allí, me apoyé en el marco de la puerta. El niño estaba metido en cama y se frotaba los ojos, somnoliento.

- Es tarde, deberías estar dormido. - dije.

- Tengo sed.

Asentí y me dirigí a la cocina. Las plaquetas del suelo estaban frías, pero casi agradecí sentirlas bajo mis pies descalzos porque tenía calor. Volví con el vaso de agua y se lo puse en la mesilla. Arnaud me dio las gracias y después salí a refrescarme.

Me tumbé en mi hamaca frente al mar y dejé una pierna colgando, como me gustaba hacer. Joker, como no, vino a lamérmela.

- Hola, grandullón. - lo saludé.

Él se acercó a mis brazos para que lo acariciase.

Necesitaba salir de aquella isla, urgentemente además. Aquel aburrimiento no era para mí, puede que para Alice sí, pero no para mí. Ella me había logrado convencer de que aplazarse mi plan, pero después el aplazamiento se convirtió en una cancelación. Ella era feliz así, pero yo no estaba hecho para ese tipo de vida familiar. Suponía que ella quería ver en mi el marido ideal que debería haber sido mi hermano. Pero se había equivocado de persona al escoger en quién plasmarlo. Yo necesitaba aventuras, porque aquella ansiedad que sentía al no hacer nada en todo el día me estaba volviendo loco. Necesitaba volver a Europa, pero cada vez que sacaba el tema, ella se negaba rotundamente.

Alice se negaba a aceptar que yo no quería ejercer ni de marido ni de padre. Incluso le había parecido mal que no dejase que el niño me llamase papá, pero es que yo no lo soportaba. Y cada día se parecía más a Elliot...

El perro se tumbó a mi lado. Se estaba haciendo mayor y se notaba en su comportamiento.

Quería volver a ver a Prim. La echaba de menos. Junto con Willow, ella era la única persona que me entendía, pero claro, ponerme en contacto con Willow me iba a costar bastante...

- No puedo dormir.

Arnaud me sacó de mis pensamientos.

- Yo tampoco. - le hice un gesto para que se acercase - Anda, ven.

Lo levanté del suelo y lo senté sobre mí.

- ¿No nos caeremos? - preguntó.

- Qué va.

Sí, se parecía demasiado a Elliot. Aquel pelo, aquella forma de la cara, su nariz... E incluso realizaba movimientos muy similares sin haberlo conocido. Ladeaba la cabeza hacia la derecha, igual que Elliot hacía de niño.

Yo esperaba que por lo menos no se pareciese a su padre en su debilidad y agresividad. Aunque de agresividad yo también tenía una buena dosis. Antes de Batman, no lo sabía, pero el negocio había sacado a la luz la porquería de ser que era: capaz de matar, mentir, etc. No, Elliot y yo no éramos tan distintos. Él era más explosivo, yo más meticuloso, pero al fin y al cabo violentos los dos.

No tardó en quedarse dormido, pero yo seguía dándole vueltas a todo. Ni siquiera el sonido del mar me calmaba. Para cuando finalmente caí en los brazos de Morfeo, ya había tomado una decisión.

***

Por la mañana nos despertó Alice.

- ¡Ay, mis dos hombrecitos! - bromeó.

No quise protestar.

Ella cogió a Arnaud en brazos.

- ¿Desayunamos? - preguntó.

- ¡Sí! - gritó el niño.

- Vamos a la cocina.

Pero yo la agarré por el brazo.

- Alice, ¿podemos hablar?

Ella dejó de sonreír y se puso muy tensa.

- Sí, claro. - puso al niño en el suelo - Ve yendo, ¿vale?

Arnaud asintió y entró en casa seguido de Joker.

- Quiero volver a Europa.

- ¿Otra vez? - protestó ella - ¡Ya te lo he dicho! ¡Es peligroso! Aquí estamos bien. Piensa en Arnaud.

- Alice, Arnaud no es mi responsabilidad, te lo recuerdo.

Entonces se enfadó.

- ¿Quieres volver a Edimburgo? ¿Reunirte con tus amigos en la cárcel? Perfecto, vete. Ya no te queda nada allí, no sé por qué tanta insistencia.

- No, Alice, no se trata de eso.

- ¿Entonces?

Me levanté y la miré a los ojos.

- ¿Te apetece ir a Dinant?

- ¿A Bélgica? - tartamudeaba, la había sorprendido.

- Sí. Lo he estado pensando y creo que seremos más felices allí. Arnaud podrá ver a sus abuelos y quizás nos venga bien un cambio de aires.

- No lo entiendo... Creía que no querías volver ni loco.

- Las cosas cambian. - me encogí de hombros.

Alice apartó la vista y empezó a dar vueltas.

- ¿Qué te parece? - pregunté.

- ¿Y no te detendrán?

- He cambiado mucho y puedo conseguir nuevos papeles. No me reconocerán.

No parecía creérselo, pero sabía que aquella idea la atraía. Yo no era el único que echaba de menos la civilización.

- ¿Es seguro?

- Sí. - contesté - No ocurrirá nada.

- ¿Me lo prometes? - sonrió.

- Sí.

Me cogió las manos.

- Me gusta este plan.

- Alguna idea decente tendría que tener, ¿no? - me reí.

Sonrió y me dio un abrazo.

- Gracias. - me susurró al oído.

- Te quiero. - le dije.

- Ya me habías convencido, no hacía falta que siguieras. - se rio - Venga, vayamos a comer algo.

Curiosamente no me sentí culpable de mentirle. Bueno, en realidad no le había dicho ninguna mentira, solo una media verdad. Tendría que conformarme con Dinant, pero por lo menos volveríamos a Europa. Desde allí podría volver a poner en marcha todo el cotarro. No sabía por qué, pero era una necesidad.

Y fue entonces cuando empecé a creer de verdad en la posibilidad de que fuese un psicópata. 

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora