Capítulo 13

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Cuando me desperté, Alice seguía durmiendo, a mi lado. Me pareció poco menos que un ángel aquella mañana. No importaba que estuviese despeinada, me transmitía paz. Ya sería otra cosa cuando empezásemos a hablar de lo ocurrido el día anterior, pero mientras tanto disfruté de la calma. Le di un beso en la mejilla antes de levantarme.

Me miré al espejo: tenía un aspecto horrible. El golpe estaba todavía más hinchado y tenía un negrón enorme en el costado izquierdo. Si a eso le sumamos mi cicatriz del navajazo de Maverick, la de mi antebrazo y mis ojeras, fruto de no haber dormido nada por las pesadillas, no daba muy buena impresión.

Bajé las escaleras y me encontré a Arnaud dibujando en la mesa del salón.

- Hola. - lo saludé.

Él me miró extrañado.

- ¿Qué dibujas? - pregunté.

Me lo enseñó. Había dibujado un pollito amarillo.

- ¡¿Dónde está mi coche?!

Mi padre acababa de entrar en la habitación.

- Te lo llevé a lavar. Ya sabes, olía a granja.

Me pareció que me iba a contestar, pero se contuvo.

- Cómprate uno, ¿quieres? - dijo enfadado.

Asentí y él volvió a salir. Me quedé sentado un rato viendo dibujar a Arnaud.

- ¿Dónde está Maverick? - me preguntó - Me prometió que me enseñaría a jugar al baloncesto.

- Te puedo enseñar yo. - contesté.

- No.

Me sorprendió su negativa.

- ¿Estás seguro?

Al final terminó cediendo. Salimos afuera y él cogió una pelota que había en el trastero. Era la que usaba Elliot, e incluso conservaba su nombre escrito con permanente negro. Nos pusimos delante de la canasta que mi padre había colgado muchos años atrás para que nosotros jugasemos.

Le enseñé a colocar las manos, a botar la pelota y a encestar. También cité algunas de las pocas normas que recordaba.

- ¿Sabes qué? Tu... - "padre" iba a decir - Mi hermano era muy bueno jugando al baloncesto. Era más alto que yo.

- Tú eres alto. - dijo.

- Pero él lo era más. Él... - dejé de hablar para lanzar la pelota a la canasta - no fallaba nunca. Estábamos en el mismo equipo pero a mí me echaron. Falta de puntería. - y efectivamente, no encesté - Probé como diez deportes distintos hasta encontrar uno que me gustase y se me diese bien.

- ¿Cuál?

- La natación. - recogí la pelota y se la pasé a Arnaud - Fue mi tía quién me apuntó.

Arnaud intentó tirar, pero la canasta estaba demasiado alta para él.

- Tendré que bajarla. - dijo la voz de mi padre a mis espaldas.

Él sonreía. Yo le caía mal, pero adoraba a su nieto.

- ¿Qué haces así? Descalzo y en ropa interior sobre el césped. Si te viera tu madre... Tantos años con el "ponte un abrigo" y sigues igual o peor.

Suspiré. Qué harto estaba.

- Ya me visto ahora. - respondí.

Entré en la casa y Alice me estaba esperando con la televisión puesta.

- ¿Has matado a Kevin?

Directa a la cuestión.

- Sí. - me senté frente a ella - Escucha, te prometo que es la última vez que hago algo así. Se acabó, ¿vale? Ya está.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora