Capítulo 6

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Era muy temprano y en el puerto hacía frío.

- El momento ha llegado, no hay vuelta atrás. ¿Todo listo? - preguntó Willow.

Los seis asentimos.

Willow era una mujer de expresión dura y seria, que no encajaba con su juventud. Intimidaba a todo el mundo con aquellos ojos tan inteligentes y brillantes. Pero aquella imagen se había derruido para mí hacía ya unos años, cuando la había conocido en una escuela de idiomas.

Ella daba clases de francés para pagarse sus estudios y yo estaba estudiando inglés (a pesar de que yo ya tenía un nivel muy bueno) porque era insoportable que cada dos por tres me preguntasen por mi acento y por mi origen francés, que por cierto, me harté hasta la saciedad de explicar que era belga y de poner mi país en el mapa de varias personas.

Un día estaba cogiendo un refresco en la máquina expendedora de la academia cuando ella se me acercó y me dijo en un perfecto francés:

- "Je ne ferais pas ça. Personne sais quand a été la dernière fois que les boissons ont été remplacés."

Ella tenía razón, la máquina estaba cubierta por una gruesa capa de polvo.

- "Tu parles comme une française." - me había reído.

- "Et toi comme un belgue." - me había respondido.

Desde aquel día, empecé a entablar una amistad con Willow. En el fondo era una persona muy divertida y muy inteligente, pero lo mejor de todo es que era una persona que sabía escuchar. Ambos nos comprendíamos muy bien y quizás fuera porque teníamos unas personalidades que encajaban perfectamente.

Y allí estábamos, en el puerto muertos de frío, listos para empezar un nuevo negocio.

- ¡Cargad! - ordenó Willow a unos de sus empleados, que estaban listos para introducir la droga en el barco de mi empresa.

Elisabeth la miraba con mucha desconfianza, y Ernest tres cuartos de lo mismo. Sin embargo, Axel parecía embelesado, y no era para menos, pues era una chica muy atractiva y que vestía de forma muy elegante. Lo único informal que tenía, era su peinado, azul y con flequillo.

Kevin, en cambio, tenía sus ojos fijos en mí, como si buscara algún movimiento o expresión de inseguridad. Yo, por mi parte, no iba a dejar que me temblasen las piernas o el juicio, así que no me sentí intimidado.

Cuando toda la mercancía estuvo a bordo y bien escondida, el barco zarpó rumbo a Marsella. En cuanto salió del puerto, todos mis acompañantes salvo Prim se marcharon sin decir palabra, en un silencio despectivo. Me estaban dejando claro que lo nuestro eran solo negocios y que ya no quedaba ningún vínculo social entre nosotros.

Me acerqué y le tendí la mano a Willow. Ella lo rechazó y prefirió darme una palmadita juguetona en la cara. No estaba acostumbrada a verme tan serio y preocupado y buscaba tranquilizarme.

- Saldrá bien. - dijo ella.

- Eso espero. - añadí - Me juego mucho en esto.

- ¿Nos vamos? - preguntó Prim.

- Sí, ya me encargo yo del resto. - contestó Willow.

Prim montó en mi coche, que era en el que habíamos venido. Arranqué y salimos del puerto.

- Todavía queda un rato hasta que me tenga que ir a trabajar. - sonreí.

Yo sabía que ella había entendido mi propuesta.

- ¿Por qué no vamos a mi casa? - preguntó.

Aquella pregunta me incomodó mucho y no quise responder. Yo me centré en la carretera, pero sabía que ella me estaba mirando.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora