Era muy temprano y en el puerto hacía frío.
- El momento ha llegado, no hay vuelta atrás. ¿Todo listo? - preguntó Willow.
Los seis asentimos.
Willow era una mujer de expresión dura y seria, que no encajaba con su juventud. Intimidaba a todo el mundo con aquellos ojos tan inteligentes y brillantes. Pero aquella imagen se había derruido para mí hacía ya unos años, cuando la había conocido en una escuela de idiomas.
Ella daba clases de francés para pagarse sus estudios y yo estaba estudiando inglés (a pesar de que yo ya tenía un nivel muy bueno) porque era insoportable que cada dos por tres me preguntasen por mi acento y por mi origen francés, que por cierto, me harté hasta la saciedad de explicar que era belga y de poner mi país en el mapa de varias personas.
Un día estaba cogiendo un refresco en la máquina expendedora de la academia cuando ella se me acercó y me dijo en un perfecto francés:
- "Je ne ferais pas ça. Personne sais quand a été la dernière fois que les boissons ont été remplacés."
Ella tenía razón, la máquina estaba cubierta por una gruesa capa de polvo.
- "Tu parles comme une française." - me había reído.
- "Et toi comme un belgue." - me había respondido.
Desde aquel día, empecé a entablar una amistad con Willow. En el fondo era una persona muy divertida y muy inteligente, pero lo mejor de todo es que era una persona que sabía escuchar. Ambos nos comprendíamos muy bien y quizás fuera porque teníamos unas personalidades que encajaban perfectamente.
Y allí estábamos, en el puerto muertos de frío, listos para empezar un nuevo negocio.
- ¡Cargad! - ordenó Willow a unos de sus empleados, que estaban listos para introducir la droga en el barco de mi empresa.
Elisabeth la miraba con mucha desconfianza, y Ernest tres cuartos de lo mismo. Sin embargo, Axel parecía embelesado, y no era para menos, pues era una chica muy atractiva y que vestía de forma muy elegante. Lo único informal que tenía, era su peinado, azul y con flequillo.
Kevin, en cambio, tenía sus ojos fijos en mí, como si buscara algún movimiento o expresión de inseguridad. Yo, por mi parte, no iba a dejar que me temblasen las piernas o el juicio, así que no me sentí intimidado.
Cuando toda la mercancía estuvo a bordo y bien escondida, el barco zarpó rumbo a Marsella. En cuanto salió del puerto, todos mis acompañantes salvo Prim se marcharon sin decir palabra, en un silencio despectivo. Me estaban dejando claro que lo nuestro eran solo negocios y que ya no quedaba ningún vínculo social entre nosotros.
Me acerqué y le tendí la mano a Willow. Ella lo rechazó y prefirió darme una palmadita juguetona en la cara. No estaba acostumbrada a verme tan serio y preocupado y buscaba tranquilizarme.
- Saldrá bien. - dijo ella.
- Eso espero. - añadí - Me juego mucho en esto.
- ¿Nos vamos? - preguntó Prim.
- Sí, ya me encargo yo del resto. - contestó Willow.
Prim montó en mi coche, que era en el que habíamos venido. Arranqué y salimos del puerto.
- Todavía queda un rato hasta que me tenga que ir a trabajar. - sonreí.
Yo sabía que ella había entendido mi propuesta.
- ¿Por qué no vamos a mi casa? - preguntó.
Aquella pregunta me incomodó mucho y no quise responder. Yo me centré en la carretera, pero sabía que ella me estaba mirando.
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Los crímenes de Marcel Peeters
AcciónMarcel Peeters es una persona manipuladora, inteligente, pero sobre todo ambiciosa. Prueba de ello es su reciente interés en acceder al mundo del tráfico de drogas. Para ello deberá recuperar a su grupo de socios que, tras una estafa fallida en el p...