Capítulo 18

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- Hace algunos años, unos amigos y yo intentamos estafar a un gran banco. - esperaba un gesto de desaprobación, pero ella no reaccionó - La cosa fue bastante bien hasta que Axel metió la pata. Él era nuestro hacker, el que accedía a las cuentas del banco y demás. Dejó un rastro, y la policía se dio cuenta de que ocurría algo raro. Empezaron a investigarnos a todos, especialmente a mí, pero sólo encontraron pruebas para condenar a Jerry. - ella asintió - Yo no tuve un juicio. Con el dinero que había conseguido con Peeters S.A., que aunque era una empresa muy reciente ya tenía grandes beneficios gracias a mi dirección, junto con el dinero robado a los bancos y blanqueado, pude comprar a una gran parte de la administración y fugarme a las Bermudas una temporada. La verdad es que lo pasé bastante mal con mi alergia a las picaduras de mosquito. - intenté quitar peso al asunto con aquella tontería, pero ella seguía centrada en mi historia - Mis socios se quedaron aquí. Ellos no tenían mis facilidades. Cuando volví me odiaban, y con razón. Yo los había metido en ese lío y además me había largado, dejándoles el marrón atrás. Aunque al principio no lo veía así. Pensaba que no era responsable de nada, que habían sido sus errores los que nos habían llevado a aquella situación. Jerry, que se había convertido en mi mejor amigo al llegar a la universidad, después de varios años siendo amigos por correspondencia, ahora estaba en la cárcel. El resto dejaron de trabajar para mí y se fueron por caminos diferentes. Kevin, mi otro gran amigo, no quiso volver a verme, y ni siquiera permitió que hablase una última vez con su hermana, a la que tenía en gran estima. - suspiré - Al principio llevaba bien la soledad, pero pronto empecé a notar que me ahogaba. La rutina, el trabajo, el silencio... Todos los días me levantaba para ir a trabajar y después volvía a mi casa. Pasaba días enteros sin decir una palabra, ni siquiera en la oficina. El silencio se convirtió en mi único amigo. Perdí las ganas de trabajar: me resultaba insoportable el recuerdo y la culpa. Al final acabé recluido en casa. No quería salir, desaparecieron mis ganas de comer y en dos meses perdí 10 kilos. Los libros, las películas, la música... Todo me aburría. Estaba cansando de despertarme y no tener nada que hacer más que esperar al día siguiente para otra vez no hacer nada. La soledad y el sentimiento de culpa me consumieron por completo, y mis ganas de vivir desaparecieron. Alice, ojalá no tengas que llegar nunca a mi desesperación en aquel momento: no se lo desearía ni a mi mayor enemigo.

Sentí como aparecía un nudo en mi garganta. Alice esperaba atenta a que continuase y en sus ojos veía que sentía lástima por mí.

- Tres días después de mi cumpleaños tomé una decisión. No hice testamento: no quería dejarle nada a mi familia. Cogí un cúter, llené la bañera y me dispuse a morir como Séneca. - ella me miró con espanto - Hubiera muerto si Prim no hubiera venido a mi casa aquel día, a esa hora, en aquel preciso momento. La puerta estaba abierta: ya no me molestaba en cerrarla desde hacía mucho tiempo, pues nadie se acercaba nunca a mi casa, ni siquiera los ladrones. - suspiré - Creo que nunca sabré lo que la llevó a venir a mi casa aquel día. El caso es que vino y timbró. Desde la puerta me gritó que sabía que estaba en casa. En aquel momento yo ya estaba a punto de perder el conocimiento. Al ver que la puerta estaba abierta, entró y me llamó varias veces, buscándome. Subió las escaleras y me encontró allí, bañándome en mi propia sangre. Aguanté consciente el tiempo suficiente como para ver su expresión de horror al entrar en mi baño. Lo siguiente que recuerdo es despertar en el hospital, con el antebrazo vendado. De ahí la cicatriz.

Alice se levantó de la silla donde estaba y se acercó a mí para darme un abrazo. Al principio odié el contacto de su piel con la mía, pero tuve que reconocerme a mí mismo que tampoco estaba tan mal. Era una sensación cálida, más fuerte que mi repulsa al contacto físico.

Recordar todo aquello, junto con el abrazo, hizo que se me escapase una lágrima que Alice no vio. Ella me liberó, pero se quedó sentada a mi lado.

- Prim se quedó conmigo todo el tiempo que estuve en el hospital, dejando de lado el odio que pudiera seguir sintiendo por mí. Durante bastante tiempo fui completamente dependiente de ella. Se convirtió en la única razón que tenía para vivir. Prim me hacía compañía y me obligaba a comer lo mínimo para dejar de adelgazar. Progresivamente fui volviendo al trabajo y descubrí nuevas actividades que me levantaron un poco el ánimo, como por ejemplo, tocar el violonchelo. No sé qué habría hecho sin ella. Bueno, en realidad, no estaría aquí si no fuera por ella. Es... como mi ángel de la guarda.

Alice me acarició el pelo.

- No le cuentes esto a Elliot, por favor. - le rogué - Me moriría de vergüenza.

- No lo haré.

Me dio un beso en la mejilla y se marchó a su habitación.

Yo no pude pegar ojo aquella noche. Reviví cada segundo de aquel año y medio de mi vida en una sola noche.

***

Me desperté con el sonido del timbre en la puerta. Esperé a ver si Alice o Elliot iban a abrir, pero parecían demasiado enfrascados en una discusión. Al final tuve que levantarme yo.

Agarrándome la herida y bajando las escaleras a la mayor velocidad que me permitía mi cuerpo, llegué a la puerta y la abrí. Poco me importó estar en ropa interior.

Después de que mis ojos se adaptasen a la luz solar de la mañana, mi sorpresa fue mayúscula. Tenía enfrente de mí al chico que me había apuñalado.

- Yo... - empezó a hablar.

Lo agarré por el cuello de su camiseta con violencia y lo metí en casa.

- ¡¿Quieres que te parta la cara, hijo de la gran puta?! - lo amenacé sin soltarlo - ¡Pues entonces me vas a responder a un par de preguntas!

- ¡Lo siento! - gritó asustado - ¡Yo me sentía mal y quería disculparme por...!

- ¡¿Le has dicho a alguien que me viste en el puerto aquel día?!

- ¡No, te lo juro! ¡Te vi en la tele, pregunté por tí y descubrí que vivías aquí!

- ¡¿Quién te manda?!

- ¡Nadie! ¡Me sentía como un asesino!

- Sí, por poco lo logras... ¡¿Para quién trabajas?!

En aquel momento Elliot bajó las escaleras y se marchó dando un portazo, sin importarle que estuviera sujetando y gritando a un crío de quince años. Se escuchaba el llanto de Alice en el piso de arriba.

- Para Charles Mercury. - contestó.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora