Capítulo 11

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El día había llegado, no había marcha atrás. Me puse mi traje nuevo y salí de casa.

Eran las seis y tenía por delante dos horas y pico de viaje. No era mucho, pero era tiempo de sobra como para comerme el coco con la culpa y acobardarme.

- ¿Qué le has dicho a tu mujer?

Pegué un brinco al escuchar la voz de Maverick. Estaba sentado en el césped, acariciando a Joker.

- ¡¿Qué haces despierto?!

- ¿Te asusté?

- Sí.

Maverick se rio y se puso en pie, para disgusto del perro, que entre gruñidos de dolor por su enfermedad se acomodó para poder dormir.

- ¿Me vas a contestar? - me preguntó a la vez que se sacudía la hierba.

- Voy como espectador a una convención de empresarios en Colonia. - repetí la frase que tantas veces había ensayado frente al espejo.

- Ahora dime la verdad. - se rio.

- Esa es la verdad.

- Pues ten cuidado, que no te vean el arma. - señaló mi pistola que asomaba en mi bolsillo - Podrían pensar que eres un terrorista, o un belga buscando venganza por lo ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial. - bromeó.

Avergonzado, la oculté mejor.

- ¿Qué haces fuera? - pregunté.

- No me encontraba bien y salí a tomar el aire. Los antirretrovirales (menuda palabreja) están bien, pero no hay nada como esto. - dijo refiriéndose a la naturaleza que rodeaba la granja de mis padres.

Sonreí.

Volví a caminar en dirección al coche.

- ¿Puedo acompañarte? - preguntó Maverick a mi espalda.

- No.

Pero tras reflexionar un momento cambié de opinión. Quizás llevarlo conmigo me distrajese del hecho de que iba a matar a Kevin. Además, podía aparcarlo en cualquier cafetería mientras yo me ocupaba de mi trabajillo.

- Sé alemán. - sonrió.

- Anda, ven.

Montamos en el coche de mi padre y puse el GPS.

- ¿Vamos a pasar por Lieja? ¿Podemos parar allí? - preguntó ilusionado.

- No.

- ¿Y en Aquisgrán?

- Tampoco. - sonreí - No sabía que tuvieses alma de explorador.

- Dr. Livingstone es mi segundo nombre.

Me reí y puse el coche en marcha.

En la última semana, había recuperado la confianza de Arnaud. Adoraba el corazón fácil e inocente del pequeño. Estaba seguro de que me costaría más perdonarme a mí mismo el haberle gritado que lo que le costó a él perdonarme a mí.

Respecto a Maverick, bueno, había descubierto que me caía bien. Además, si sentía rencor hacia mí, lo ocultaba muy bien. Quizás fuese sólo porque le daba cobijo, lo alimentaba y le pagaba su tratamiento, pero me gustaba pensar que había encontrado un amigo. Definitivamente me agradaba su compañía. No hablaba mucho de su pasado, igual que yo no hablaba del mío, pero me sorprendió descubrir en él una persona con una enorme cultura y un gran sentido del humor, alguien con quien hablar.

Arnaud también parecía encantado con Maverick. Él jugaba con el niño casi todo el tiempo salvo cuando este estaba en el colegio. Al principio, a Alice no le hacía mucha gracia que su hijo pasase tanto tiempo con un enfermo, pero tras la sobreprotección maternal inicial, empezó a tolerar al chico, principalmente porque le agradaba tener a alguien con quien hablar en su propio idioma.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora