Capítulo 3

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Me desperté con la luz de la mañana. Alice todavía dormía: el viaje la había dejado agotada. Me puse las zapatillas y salí de la habitación. Miré mi reloj: eran las siete. Al ser tan temprano, Arnaud también dormía.

Bajé las escaleras y vi que mi madre estaba poniendo la mesa.

- Buenos días. - saludé.

- Es muy temprano, vuelve a la cama. - dijo ella - Debes descansar.

Negué con la cabeza: no tenía ganas.

- Tu padre te está esperando fuera.

- ¿Qué quiere?

- No lo sé. Lo encontrarás ordeñando.

Salí. Hacía frío, ya no estaba acostumbrado a aquellas temperaturas.

- ¿Vienes hasta aquí en zapatillas y pijama? ¿Pero qué te hemos enseñado? Anda, no pises mierda. - protestó.

Me apoyeé en la valla que rodeaba el cercado de las vacas. Todavía me estaba espabilando.

- ¿Qué querías? - pregunté frotándome los ojos.

Dejó marchar a la vaca y se acercó a mí.

Llevaba unas botas amarillas y un gorro gris. No parecía cansado en absoluto y se rascaba la barba con cierto nerviosismo.

- Todavía no es tarde para superar nuestras diferencias, Marcel.

Sonreí.

- ¿Es por lo de ayer?

- No, es por todo. Creo que esta es una buena oportunidad para todos de hacer las paces. Estoy dispuesto a soportar tus sarcasmos, rarezas y manías, pero tú también tienes que poner de tu parte, hacer un esfuerzo.

Asentí.

- Lo intentaré.

Ya me estaba dando la vuelta cuando me habló de nuevo:

- ¡Ah! ¡Y nada de negocios turbulentos!

- Obviamente. - sonreí.

Entré de nuevo en la casa, pero mi madre había salido. Al final, decidí volver a la cama.

- ¿Dónde estabas? - preguntó Alice, medio dormida.

- Fui un momento a hablar con mi padre. - me metí de nuevo entre las sábanas.

Entonces Alice me abrazó.

- Gracias. - susurró antes de besarme.

Sonreí.

Empezó a dibujar formas en mi espalda con su dedo, haciéndome cosquillas. Después se sentó sobre mí.

- ¿Hacemos un poco de ruido? - sugirió con una sonrisa juguetona.

***

- ¿A dónde vas? - me preguntó mi padre.

- A Dinant. ¿Me dejas tu coche?

- Sí.

Desde la granja de mis padres a Dinant había unos veinte minutos en coche. No me llevé ni a Alice ni a Arnaud. Sabía que les parecería mal que no los llevase a conocer mi ciudad, pero había cosas que quería hacer. Ellos podían esperar.

Cuando llegué, paseé un rato antes de meterme en una cafetería con wifi. Tuve que reconocerme a mí mismo que echaba de menos los acantilados y el río Mosa. Seguían sin gustarme los saxofones que había sobre el puente, pero ya eran un símbolo más de la ciudad.

Pedí un café y me lo llevaron a la terraza donde estaba sentado, junto a la Colegiata de Notre Dame. Hacía un buen día, por lo que no llamaba la atención con las gafas de sol puestas.

Abrí mi portátil y miré mi reloj. Quedaban cinco minutos para la hora que me dicho Brent.

Me había costado mucho convencerlo. Es más, las palabras que me dedicó por teléfono no fueron precisamente bonitas. Yo entendía su enfado, pero me parecía que después de tanto tiempo estaba siendo un poco exagerado. Bueno, quizás no tanto, teniendo en cuenta que se habían tenido que casar en la cárcel.

Me había enterado de la "feliz" noticia con aquella llamada. En aquel momento quise tirar el móvil por la ventana, pero logré contenerme. Fue como si de repente fuera consciente de haber perdido la oportunidad de mi vida.

La videollamada comenzó. Brent le pasó su móvil a Prim. Estaban en su vis a vis y quise ser breve porque Brent me estaba mirando cabreado.

- Hola, Marcel.

Estaba muy emocionaba. Casi lloraba.

- Prim. - saludé.

- Me alegra volver a verte.

- Lo mismo digo. Y enhorabuena: Brent me ha contado lo de la boda.

- Siento que te hayas enterado tan tarde.

- No, no pasa nada.

Brent la rodeó con su brazo.

- Prim, necesito contactar con Axel. ¿Sabes cómo podría...?

- Marcel, Axel sólo podrá ser encontrado si él quiere que lo encuentren. Ya lo sabes.

- ¿Pero nada? ¿De verdad?

- Ni siquiera estaba segura de que tú siguieras con vida. Aquí la información que nos llega es reducida. Créeme, tienes tú más posibilidades de descubrir dónde está que yo.

Suspiré, frustrado.

- ¿Qué quieres hacer ahora? ¿No crees que ya ha llegado?

No contesté.

- No, nunca es suficiente para tí. - sonrió con melancolía.

- No puedo evitarlo.

Deseaba decirle tantas cosas, hablar con ella a solas un minuto... Pero Brent me lanzó una mirada amenazante para que cortase la llamada.

- Era eso. - me expliqué - Ojalá nos veamos pronto.

Iba a colgar cuando su rostro se iluminó.

- ¡Marcel! ¡Espera! Se me ha ocurrido algo.

***

Cuando llegué a casa de mis padres, me senté pesadamente sobre una de las sillas de la cocina. En aquel mismo momento, mi madre bajó las escaleras.

- ¿Ya has vuelto?

- Sí.

Ella se acercó a mí y se sentó en la silla que tenía al lado.

- ¿Qué tal ha sido la experiencia de volver? - parecía temerosa de preguntar.

- Ha estado bien. No ha cambiado nada desde que me marché. - respondí.

Alargó la mano para colocarme un pelo y yo la aparté bruscamente.

- ¡No me toques! - grité más fuerte de lo que quería.

Mi madre recogió el brazo asustada. Después volvió a sonreír. Había aprendido a tener paciencia conmigo.

- Lo siento. - dije yo.

- No pasa nada. No lo recordaba. A veces se me olvida que no eres como Elliot.

Sabía que no lo había hecho a propósito, pero su comentario me molestó bastante.

- Lo siento. - me volví a disculpar.

Alice entró por la puerta.

- Ah, has vuelto. - me sonrió - Marie, ¿te parece bien que os deje a Arnaud y nosotros nos vayamos a cenar?

- Perfecto, tengo ganas de pasar tiempo con él.

Mi madre estaba encantada. Yo no tanto: acababa de volver y ya tenía que bajar de nuevo a Dinant. Pero aún así acepté y nos fuimos.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora