Epílogo

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- Menos mal que esto no es Alcatraz. Si intentases escapar de allí nadando como nadas, lo más probable es que te ahogases sin haber avanzado ni cinco metros. 

William asintió avergonzado y dio la vuelta para nadar hacia el otro lado de la piscina. Lo seguí desde el bordillo, caminando lentamente.

- No se trata de aguantar la respiración, si no de...

- ¿Marcel Peeters? - me llamó una voz a mi espalda con cierta inseguridad.

Me giré y vi al nuevo psicólogo de la cárcel asomarse por la puerta. Llevaba entre sus manos una carpeta y un cuaderno verde pistacho, y olía tanto a colonia que ni el olor a cloro de la piscina lo pudo disimular.

- El mismo. - suspiré.

- ¿Le importaría... acompañarme? - titubeó.

Suspiré de nuevo pesadamente.

- No dejes de practicar. - le dije a William - Algún día puede que llegues a San Francisco.

William sonrió con timidez. 

- Sí, Solitaire.  

Acompañé al doctor Morris hasta su consulta, la que antes pertenecía al doctor Hodgson. Por lo que me habían contado, nunca antes había trabajado en una cárcel, y se notaba a la legua que yo le intimidaba. Se sentó en su sillón y hasta que encontró una postura que le resultó cómoda, no paró quieto.

- Bueno, Marcel... ¿Te puedo llamar así? - preguntó con nerviosismo.

- Hace mucho que nadie me llama por mi nombre, pero sí, supongo que sí.

Abrió su carpeta y sacó unos papeles.

- Eres consciente de que hoy será tu puesta en libertad, ¿verdad?

- Sí. - respondí.

- ¿Cómo te sientes al respecto?

No contesté su pregunta. No era que quisiese ser desagradable, pero simplemente no quería responder.

- ¿Qué harás al salir? - probó con otra fórmula.

Me quedé en silencio, mirándolo a los ojos. Él se volvió a mover en su asiento, incómodo.

- ¿Qué pone en esos papeles? - pregunté al cabo de un rato.

- Es... confidencial. - los acercó a sí mismo.

- El doctor Hodgson, su antecesor, me los dejó leer muchas veces. - dije - No esconden ningún secreto para mí. ¿Qué pone en ellos? - repetí.

Él los revisó por encima mientras yo citaba su contenido:

- En la cabeza pone mi nombre, seguido de mi alias: "Solitaire". Después hay una larga lista de todos los crímenes que he cometido y otros muchos que he cometido pero que no han logrado probar que cometiese. Bueno, también hay algunos que no cometí. 

Morris comprobó con asombro que decía la verdad.

- Estás condenado por delitos en tres países distintos. - dijo él - Tráfico de drogas, asesinato, posesión ilícita de armas...

- Me sé la lista. - lo interrumpí - ¿Qué pone después?

- Cuatro intentos de suicidio en la cárcel y uno fuera.

- Ya tiene la respuesta a la pregunta de qué haré al salir de aquí.

El hombre se frotó la nuca. Después apoyó los papeles, la carpeta y la libreta en el suelo y cruzó sus piernas, buscando, de nuevo, una postura que le pareciese cómoda.

Los crímenes de Marcel PeetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora